Cuando el extécnico de la Selección Colombia lo dijo en la década de los años 90, todo el mundo le cayó encima. Lo graduaron con ironía como el filósofo de Quibdó y desde entonces se convirtió en el portavoz de aquellos que hablan sin decir nada (algo así como el Ricardo Arjona del fútbol). Pero la idea no es propia ni exclusiva de Pacho Maturana. “Perder es ganar un poco” representa un pensamiento legítimo defendido por grandes, incluso un tal Nelson Mandela: “No pierdo. Gano o aprendo”. (Lo que confirma que Maturana es el Mandela colombiano).

Lidiar con el fracaso es un asunto tan viejo como la humanidad. La religión, la ciencia, la filosofía y hasta la ideología del bienestar buscan la mejor manera de diluir la derrota. Pero hemos convertido las conclusiones a las que han llegado en un dogma omnipresente en redes sociales, librerías y hasta en la cháchara. Se resume a esto: La derrota existe para ser superada y aprender de ella. Todo es aprendizaje, todo es parte del proceso; nada se pierde, todo se transforma. Cero emisiones de fracaso.

Ocurre algo similar con el arrepentimiento y la frustración. De repente llamar las cosas por su nombre genera pánico. Si no es en terapia o no se está alistando la mente para sobreponerse, está prohibido hablar de ellas. “Nunca te arrepientas del ayer. La vida yace hoy en ti y tú construyes tu mañana”. La frase, que parece estar hecha a la medida de una publicación de una foto de un amanecer en Instagram, es de L. Ron Hubbard (padre de la lunática Cienciología) y puede resumir lo que leemos y oímos por todas partes: para atrás, ni para coger impulso.

Nada nos angustia más que un amigo que se sienta fracasado. Lo salvamos y le abrimos los ojos a las cosas buenas que tiene su vida. Le advertimos sobre la toxicidad del sentimiento y le empezamos tratamiento a punta de palabras. Nos valemos tanto del refranero popular (“no hay mal que dure cien años…”) como de las grandes plumas (“incluso la noche más oscura terminará y el sol saldrá”- de la cuenta Instagram de Victor Hugo; “Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender” – de la cuenta Twitter de Charles Dickens; o incluso “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades” – del perfil en Facebook de Miguel de Cervantes). Y estamos con él, dándole nuestro apoyo, hasta que pueda volver a arrancar.

Hoy contamos con herramientas y la más completa y variada literatura para enfrentar los sentimientos negativos. Y sin embargo, cuando miramos las estadísticas sobre la depresión y las tasas de suicidio, las cosas no parecen mejorar. De hecho, tienden a empeorar. ¿Por qué? ¿Acaso el veneno del mundo va más rápido que el antídoto que formula nuestra razón? Una visión escabrosa: el apocalipsis llega, pero en forma de depresión. Mad Max dirigida por Bergman.

Otra posibilidad, claro, es que el uso excesivo de la doctrina del optimismo y de sus terapias exprés resulte, no solo ineficaz, sino perjudicial. Aunque la humanidad ha sabido iluminar el camino con arte, ciencia y espiritualidad, la disponibilidad y la excesiva presencia de sus máximas hoy, sin más ni más, nos deja la impresión que la sensación de fracaso no debe durar mucho y que se debe dominar fácilmente.

Pero tal vez, si no nos queremos hacer daño en este mundo cada vez más duro, eso es justo lo que necesitamos y nos hace falta: encontrarle gusto al sabor amargo del fracaso, sin mezclarlo, sin pensar inmediatamente en lección, resiliencia e inevitable éxito. Es necesario quitarle la culpa y dejarlo existir en paz. Todos somos, de alguna u otra manera, un fracasado: es imposible una vida en la que se haya obtenido todo. No lo desterremos al olvido. A veces es necesario contemplar la grieta, seguirla con los dedos, mirar cuán profunda es, antes de comenzar a resanar.

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