Esto muestra, por un lado, que la mayor parte de nuestras relaciones se basan en esos boletines informativos que son nuestros diferentes perfiles y “muros” y que, en cambio, mantenemos un contacto real y regular con solo un puñado de amigos. Si no se publica, no existe. O bueno, sí, pero menos.

Nada más chocho y trillado que hablar de cómo las redes han cambiado la forma de relacionarnos. Sí, lo sabemos: en la web somos una versión corregida, curada, aséptica, sensible, graciosa o reflexiva, entre muchísimas otras. Y esa fábula, cuyo protagonista somos nosotros mismos, nos autoengaña y enajena… Sí, bueno, ¿y qué? Ahí seguimos todos conectados. De hecho es altamente probable que este artículo haya sido compartido en algún lugar de la red. Mejor dicho, a los chochos no nos queda sino encarar la realidad: las redes ya ganaron.

Cada vez más en círculos sociales y, lo que resulta más impresionante, profesionales, nuestros perfiles permiten calcular un estimado de nuestro valor como individuos. La cantidad de seguidores, la calidad de lo que se publica y, sobre todo, la frecuencia del llamado “contenido” que se sube, determinan si la existencia de los que estamos de la generación X para acá vale la pena.

Sin embargo la medición es caprichosa. En Instagram, por ejemplo, un artista como Carlos Vives, que tiene una carrera exitosa de más de 40 años, un récord de Grammys, que es respetado por todos y querido por casi todos, tiene 5.4 millones de seguidores. Por otro lado, Jiff Pom, un perrito de raza Pomerania, tiene 8.9.

Alejandro Hoyos Hernández

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En internet las reglas de la fama son (aún más) volubles y se compite con una fauna variopinta y más bien poco meritoria. Son populares los deportistas, los actores y los cantantes, pero también los gatos disfrazados, los niños ricos y hasta los esqueletos de plástico. Desde su origen, este fenómeno de los “influenciadores” parece estar más regido por el esoterismo que por la lógica. Desde Paris Hilton se viene formulando la misma perogrullada: son famosos porque son famosos. 

En cualquier caso queda poco nuevo por decir al respecto y, quienes crecimos sin redes, ya nos las hemos arreglado hasta ahora. Al contrario, quien no podrá hacerse el loco con todo esto es el bebé del comienzo del artículo. Él tendrá que existir en un mundo en el que la fantasía y la ciencia ficción será no participar en ellas, como aquel video de la cita de terror moderna. Efectivamente hay, porque nunca es demasiado pronto, padres previsores que han abierto cuentas de Instagram a sus bebés.

Tal vez piensan que para sus hijos, al igual que la educación y los valores, los seguidores son una herramienta para enfrentar el mundo de mañana. Y a estos tiernísimos bebés no les va nada mal, efectivamente muchos alcanzan los millones de fans… aunque ninguno le llegue a los talones al perrito Jiff.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.