Mi hijo, que se estaba demorando en gatear, terminó aprendiendo porque es un ‘bully’. O eso pensé cuando en el jardín infantil nos dijeron que lo que lo inspiró a moverse fue el juguete de otro niño. Hasta entonces él se contentaba con esperar que el mundo le llegara a sus pies, pero las ganas de arrebatarle un objeto a otro hicieron que se pusiera la 10 y superara sus propios límites.

Menos mal la gente no tardó en explicarme que eso no es matoneo, que es simple curiosidad y que en cualquier caso no se habla de ‘bullying’ antes de los dos años, cuando empiezan a brotar las luchas de poder en el aula (por la atención de la profe, un juguete o el cojín de la siesta, entre otros). En efecto tiempo después entendí que lo que me impactó no fue tanto mi hijo obstinado, sino una angustia precoz y paranoica, esta vez en sentido victimario: ¿qué hacer si el hijo sale bully?”

El tema aparece temprano en la mente nerviosa de los jóvenes padres. Del matoneo escolar padecí un poco y fui testigo de mucho y realmente no quiero que mi hijo pase por nada de eso. Ahora que en nuestros medios se aborda la cuestión explícita, abierta y constantemente, me he vuelto obsesivo en encontrar estrategias para esquivarlo y, cuando toque, enfrentarlo; una especie de fórmula mágica para desarmar un matón.

Existen tácticas, claro, pero, de lo que pude ver como estudiante y profesor, están lejos de ser infalibles. Técnicas como la de, por ejemplo, Brooks Gibbs, escritor y conferencista especializado en “detener a los bullies” (en esencia dice que no hay que pararles bolas), funcionan solo a veces. Casi nunca, de hecho. Porque en el fondo se nota que el matoneo afecta y, por eso, no pasa de moda.

Esta preocupación nace en los años de colegio con la interpretación de ambos roles, el de víctima y el de montador. Fui un adolescente flacuchento con asma y gafas gruesas, como un Milhouse de Bulevar Niza, al que ciertamente se la montaron por casi todo. Pero también, cuando este súper ‘nerd’ tenía la oportunidad y la sangre envenenada, trató de levantar su autoestima pisando la de los demás. Para sobrevivir y teniendo en cuenta afinidades y personalidades, se hizo amigo de un grupúsculo de niños medio malos y se convirtió en una suerte de mascota, que tenía licencia ocasional para montársela a otros más débiles cuando era necesario.

La ciencia diría que el comportamiento de este joven es normal, ya que cumple varios puntos del perfil psicológico del ‘bully’: sufre de estrés, tiene baja autoestima y él mismo había sido víctima (como buen nerd).

Además, según un estudio realizado en el Reino Unido, tampoco le ayuda haber nacido hombre, como el 66% de los ‘bullies’. De todas formas 1 de cada 2 personas menor de 20 años ha sufrido algún tipo de intimidación, lo que hace que montarla pueda ser considerado más una función social que un pecado. Pero esto no cambia el diagnóstico. Ante todo por el matoneo que se vive en el colegio, abundante y en ocasiones excesivo, no hay duda de que es mucho peor ser el montado que el montador. De ahí el pánico fugaz que me dio la imagen de mi bebé quita juguetes; hacer daño, en últimas, pesa más que sufrirlo.

Algunos piensan que nuestros tiempos políticamente correctos son demasiado alarmistas con el tema y que debería ser aceptado como un fenómeno social más. El legendario comediante Chris Rock, en su último especial de comedia, participa en el debate con el argumento de que el bullying sirve para enseñarnos a lidiar con los cretinos de la vida. “Los diamantes son el resultado de la presión, no de los abrazos. Sin presión solo se obtiene carbón y lo único que hace eso es manchar tu camiseta.” Y no se podría estar más de acuerdo con él, si no fuera por la violencia, los traumas y los suicidios.

En cualquier caso, como suele suceder, el joven padre se angustió sin necesidad. Su hijo no es un ‘bully’. La organización gubernamental StopBullying.gov (cuando no se especifica el país es de Estados Unidos…), que da mucha de la pauta en la discusión a nivel global, diferencia el matoneo propiamente dicho de, por ejemplo, la mezquindad o la crueldad. Para que se pueda hablar de ‘bullying’ tiene que haber insistencia y, ya sea en un ámbito social, profesional o económico, desigualdad de poder entre las partes. Y seguro en la sala de bebés del jardín todavía no hay esquemas y juegos mentales en la pugna por el trono de plástico.

A lo sumo al hijo le hará falta empatía o será mezquino. No consuela en lo más mínimo, pero suena menos peor. Y se puede educar.

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