Como padres no somos muy adeptos a las pantallas, pero de vez en cuando le ponemos a nuestro bebé programas y videos infantiles, sobre todo a la hora de cortarle las uñas (que es cada dos o tres horas).

En su último manicure, después del Canticuento de rigor, en la lista de sugerencias para la siguiente reproducción apareció, por razones algorítmicas, un video de “la Nueva Séptima” con Transmilenio. Me pareció inofensivo y divertido a la vez y lo escogí por encima de las fábulas y las canciones para distraerlo.

La producción es una animación en 3D (o rénders) de la Bogotá que promete el plan de Transmilenio por la Séptima. A pesar de que es un tema polémico que se puede volver pesado, a mi bebé pareció no  importarle y se dejó entretener, como le pasa con el paisaje verde y los movimientos del fútbol, por los carritos y las personitas de esta Bogotá utópica.

Pensé que sería tonto y artificial imaginarse que un niño tan pequeño se estuviera proyectando como bogotano del futuro al ver el video. Pero es también inevitable y entretenido.

Más allá de los argumentos a favor y en contra del proyecto de la Alcaldía, salta a la vista en la animación de la Bogotá del futuro que, como por arte de magia, la gente ha desaparecido de la ciudad. El antes y el después del ejercicio, además de trazar (y arborizar) la nueva avenida, extermina los carros y la gente como un viernes santo o una epidemia zombi. Con razón mi bebé estaba emocionado, era un lugar soleado, con espacio para todo el mundo.

Así como impresionan a los compradores potenciales de los proyectos inmobiliarios con vecindarios sin tráfico ni basura (ni gente pidiendo plata), la promesa del IDU es como la ciencia ficción que nos vendía un futuro inmaculado, sistematizado y, sobre todo, próspero. Pareciera que los bogotanos que viven sobre la séptima del video tuvieran de vecinos a la familia Sónico.

Tal vez somos de las últimas generaciones que creció con una imagen ideal y positiva del futuro. Porque luego empezaron a tomar cada vez más espacio otro tipo de fantasía, con la que también crecimos: un apocalipsis caótico y despiadado, muy lejos del mundo de Star Trek.

No es coincidencia que Tomorrowland fuera una atracción de Disney que resumía la visión optimista que se tenía del tomorrow y que hoy le dé nombre a un festival pirotécnico y orgiástico de música tribal. Si la Alcaldía hubiera puesto encima de los biarticulados animados un par de tipos con guitarras lanzallamas como en Mad Max, tal vez hubiera sido más realista.

Estaba terminando de cortarle las uñas a mi hijo con estas cavilaciones cuando el video del Transmilenio se acabó y le dio paso, de manera lógica, a otro con el mismo tono: La Colombia del 2025. Esta pieza, que hoy en día es una reliquia de más de 10 años, tiene un entusiasmo sin igual.

La cronología empieza con una foto de Álvaro Uribe (¡!) y termina con Colombia como el país más rico de América latina. Las razones de este éxito se centran en la innovación, la biodiversidad y las energías renovables (el video no dice nada del fracking). Nos dice que, a estas alturas, ya deberíamos tener las menores tasas de desempleo y pobreza del continente y, entre otras, una eco-ciudad sostenible en la Orinoquía de un millón de habitantes.

Las uñas cortadas y un bebé ya aburrido de los rénders le pusieron fin a la sesión audiovisual. Pero esos videos seguirán ahí colgados, para cuando él crezca y los entienda y serán una especie de cementerio de aspiraciones, una evidencia de todo lo que no logramos. Resulta cruel que sean tan elocuentes y bien hechos. Al fin y al cabo nosotros solo tuvimos que aguantar los titulares de periódicos que prometían una y otra vez, desde hace 50 años, el metro en Bogotá.

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