Con sangre en el ojo por lo que significaba una de las peores derrotas en la historia de la Selección Colombia de mayores, la prensa y gran parte de la opinión pública, orquestaron una cacería de brujas de la que pocos se salvaron. Como era de esperarse el primer señalado fue el seleccionador portugués, pero el deseo voraz de sangre fue más allá y se ha estado especulando hasta de divisiones y conflictos en el camerino de la Selección.

La responsabilidad del entrenador de un equipo es innegable tanto en las victorias como en las derrotas de sus dirigidos y siempre será el primer fusible a quemar cuando las cosas no salen como estaban planificadas. Sin embargo, hay que ser ingenuo para pensar que el problema actual de la Selección Colombia es solo cuestión de entrenador. Durante los últimos años estuvimos acostumbrados a ver a nuestra amada Selección ofreciendo grandes demostraciones de buen fútbol en casi cualquier estadio en el que le tocaba jugar. Después de 16 largos años regresamos a un Mundial de Fútbol y dejamos una gran imagen ante los ojos del mundo en Brasil 2014. En 2018 repetimos participación en la cita más importante del mundo del fútbol, esta vez con menos brillo, pero con la frente en alto por la lucha y el sacrificio del equipo.

Aquella bonanza futbolística se puede entender como la mezcla de ciertos factores puntuales que se dieron durante esos 8 años de proceso. El primero fue la llegada de Jose Nestor Pékerman, un entrenador inteligente y muy curtido en el fútbol de selecciones. Pékerman ya había dirigido en un Mundial a la Argentina de Messi y Riquelme en 2006. A pesar de la eliminación en cuartos de final ante Alemania, es considerada como una de las últimas selecciones albicelestes que jugó bien al fútbol. Hay que recordar, también, que Pékerman es un gran descubridor y formador de talentos, por algo tiene en su palmarés nada menos que 3 mundiales sub-20.

El otro factor determinante en el éxito de la era Pekerman fue la explosión espontánea de jugadores jóvenes que lograron llegar a lo más alto del fútbol mundial por sus propias capacidades y no por un proceso de formación organizado. De hecho, James Rodriguez, emigró al fútbol argentino con apenas 17 años. Otro caso es el de Falcao, que no tuvo la oportunidad de debutar de manera profesional en Colombia, esa oportunidad se la dio River Plate.

Esos 8 años de triunfos y buen fútbol nos hicieron olvidar rápidamente el pasado inmediato, donde la falta de procesos serios, la pobreza de liga nacional y la existencia de directivos parásitos eran la constante de nuestro fútbol. Nos creímos el cuento de que éramos potencia futbolística y de que estábamos listos para pelear por títulos, a pesar de que nuestro único título serio en los casi 100 años de historia haya sido un ‘intento’ de Copa América organizada por nosotros mismos en el 2001, en medio de un país inviable por el conflicto armado.

Pero lo más grave de todo fue que se nos olvidó la verdadera realidad del fútbol colombiano, una realidad que estuvo escondida mientras el trabajo de Pékerman y la genialidad de algunos jugadores nos mostraban una cara totalmente distinta a lo que pasaba realmente en el entorno futbolístico nacional. Una realidad marcada por la constante corrupción de los propios dirigentes del fútbol, acusados formalmente por organizar carteles de reventa de boletas, por el nivel paupérrimo de la liga colombiana, en la que año a año nuestros equipos son las ‘cenicientas’ de los torneos continentales, en la que los clubes no pagan los salarios a los jugadores, en la que eligen como presidente de la División Mayor del Fútbol a un político de dudosa procedencia, que lo por lo que es recordado es por haber firmado contratos millonarios que no pudo cumplir y que le terminaron costando un ojo en la cara a la Federación.

Las selecciones nacionales generalmente son un reflejo de la gestión de sus dirigentes en el ámbito local. No se puede desconocer que la principal fuente de materia prima de las selecciones son los propios clubes.  Un gran ejemplo es Ecuador, el mismo equipo que nos humilló hace unos días en Quito. Los ecuatorianos no cuentan con grandes nombres, ni con jugadores que se destaquen en las ligas europeas, pero han organizado una liga competitiva, con clubes que son protagonistas en los torneos continentales, y que al final son la base de la selección actual, dirigida por Gustavo Alfaro, un técnico que llegó hace poco con más dudas que certezas, pero que entendió las fortalezas del fútbol ecuatoriano y las supo gestionar para armar una selección competitiva.

Mientras tanto en Colombia, tras la salida de Pékerman, agobiado por el acoso mediático al que estaba expuesto constantemente, la Federación anunció por todo lo alto la llegada de Carlos Queiroz, un tipo con todos los pergaminos que venía de dirigir a Irán en el Mundial del 2018, mostrando un fútbol interesante y haciendo una gran presentación en un grupo en el que también estaban España y Portugal. El portugués no solo había sido pupilo de Sir Alex Ferguson por muchos años en el Manchester United, sino que se había dado el lujo de dirigir al Real Madrid de los galácticos. Hoja de vida le sobraba para dirigir a la Selección Colombia.

Las expectativas eran altas, su primer desafío fue la Copa América de 2019. La presentación de Colombia fue aceptable, tuvo un gran partido inicial contra Argentina, en el que se vio un equipo rápido, sincronizado y pragmático. Victoria 2-0 y un gran inicio de la era Queiroz. Sin embargo, todo pareció ser una ilusión, en los siguientes partidos el equipo fue bajando su nivel y terminó cayendo eliminado tras una muy pobre presentación ante Chile, donde no hizo ni un solo disparo a puerta.

Llegó octubre de este año y, tras una larga espera por culpa de la pandemia, volvieron las Eliminatorias Sudamericanas. El inicio contra Venezuela fue una vez más ilusionante, el equipo, con un juego simple supo imponer su jerarquía sobre la débil selección vinotinto y ganó 3-0. Pero unos días después volvieron los fantasmas. La Selección viajó a Santiago a enfrentar a Chile y no fue ni la sombra de lo que había mostrado en la primera fecha. Se vio un equipo desorganizado e incapaz de proponer ideas para acercarse al gol. El corazón de Falcao, que entró en los últimos minutos, salvó un empate agónico, que fue un premio inmerecido para lo mostrado por los de Queiroz.

Lo sucedido contra Uruguay y Ecuador fue una debacle. El equipo tocó fondo. Los jugadores no fueron capaces de hilar tres pases seguidos, se cometieron cantidad de errores infantiles y nunca hubo una idea clara de juego. El desespero del entrenador llegó al punto de hacer cambios improvisados que lo que hicieron fue terminar de confundir a los jugadores, quienes nunca supieron qué era lo que estaba pasando en la cancha. Pareciera que Queiroz nunca pudo entender nuestro fútbol. Nunca en mucho tiempo se había visto a la selección jugar así de mal.

Un Director Técnico es un gerente, no solamente debe ocuparse de la táctica y de la posición de los jugadores, sino que debe saber gerenciar los recursos humanos del equipo, mantener la armonía del grupo y lograr que todos caminen en una misma dirección. Por lo pronto, Queiroz parece tener las horas contadas en Colombia, gran problema porque ahora no está claro quién va a tomar las riendas de un equipo sin ideas y sin ánimo.

Sea quien sea el que llegue tiene una tarea muy complicada por delante. Es cierto que la Eliminatoria apenas comienza, pero ya se demostró que el nivel de los rivales es muy alto y el nuestro no pareciera estar a la altura. Afortunadamente tenemos los recursos individuales para lograr enderezar el camino. Lo cierto es que, mientras no se hagan cambios profundos en la estructura interna de nuestro fútbol, comenzando por los directivos, y mientras no mejore el nivel de nuestra liga va a ser difícil organizar un proceso de selección sostenible, y la verdad es que así es muy difícil.

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