(…) la noticia de la semana en el mundo del fútbol giró en torno a la salud de uno de sus astros más grandes: Diego Armando Maradona. El Diego cumplió 60 años el pasado 30 de octubre, y días más tarde sería internado en una clínica de Buenos Aires.

Inicialmente se le dijo a la prensa que presentaba unos leves cuadros de anemia y deshidratación. Luego, se supo que sería intervenido por un Hematoma Subdural, un cúmulo de sangre que se filtra entre la duramadre, que es uno de los tejidos que recubre el cerebro, y el tejido cerebral.

En el instante en el que se supo la noticia, todo el mundo del fútbol se empezó a manifestar. Mientras muchas grandes figuras mandaban sus mensajes de aliento y recuperación, desde Argentina se presentaron cuestionamientos sobre quienes manejan su entorno.

Muchas grandes personalidades como Marcelo Gallardo, Óscar Ruggeri (su compañero en la selección de 1986) y Fernando Signorini (su histórico preparador físico) se sumaron a un clamor: que al Diego le den la paz que necesita. Algunas voces suben la apuesta en twitter y señalan directamente a quienes lo rodean, especialmente al Abogado Matías Morla.

Maradona visiblemente no estaba en condiciones de salud para ir a la cancha de Gimnasia el día de su cumpleaños, en el que le hicieron un homenaje e inclusive le hicieron usar un buzo corporativo de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la estatal petrolera Argentina). Inclusive, el día en el que se internó en el hospital, en su Instagram aparecieron comerciales de Cigarros y Fideos marca Maradona. Parece ser que se está lucrando indebidamente con la imagen de ´Pelusa’, hasta el punto de representar un riesgo para su salud.

El asunto parece girar en torno a la explotación de la imagen del ’10’, en la que una relación cada vez más enfermiza con la prensa, que aplaude e incluso incita muchas de sus acciones, ha contribuido cada vez más a desgastar su persona, física y mentalmente. Ser Diego Armando Maradona en Argentina es no tener un minuto de privacidad, es tener decenas de periodistas y empresarios revoloteando en busca de exprimir lo que más puedan de su figura, en algunos casos con los intereses más mezquinos de lograr algunos cuántos dólares a costa suya. La forma en la que se lo trató días antes de su hospitalización fue verdaderamente lamentable.

Sin embargo, en Colombia la discusión giró en torno a su ya conocida polémica vida privada. Puede que tengan razón al afirmar los detractores del Diego, que su deplorable estado de salud es producto de una vida llena de excesos y adicciones. Que si hubiese sido un ciudadano más ‘ejemplar’ podría estar disfrutando de una vejez más digna. Sin embargo, no tienen razón sus detractores más extremos, aquellos que no saben separar la obra del artista y afirman que no Diego no puede ser digno de respeto ni preocupación, por ser como fue. Esta publicación no pretende, bajo ningún motivo, servir de apología a vida de Diego Armando Maradona, ni de justificar ninguna de sus acciones por fuera de la cancha (tampoco somos quiénes para condenarlas). No obstante, parece ser que los espectadores de cualquier producto masivo, llámese fútbol o espectáculo, hemos desarrollado la mórbida costumbre de juzgar con el implacable martillo de la moralidad a todos y cada uno de nuestros ídolos, queriendo tener voz y voto en cada una de sus acciones personales, metiéndonos hasta en su cocina de ser necesario. Como si no fueran seres humanos con defectos y errores, hemos decidido por unanimidad exigirles siempre comportamiento impoluto en todas y cada una de las esferas de su vida, como si el esfuerzo y sacrificio casi sobrehumano que hacen en una cancha o la tarima del espectáculo no fuese suficiente, como si alguno de nosotros en su lugar no hubiera tirado la toalla ante tales niveles de presión y exigencia.

Maradona vivió con una pelota cocida al pie, pero también vivió con la valentía y la irreverencia propia del potrero. Tenía una personalidad arrolladora, que lo volvió un líder innato adentro de la cancha en todos los equipos en los que jugó. Tenía la capacidad de poner la cara frente a la adversidad, y remontar la peor de las situaciones, a punta de coraje y gambeta. Esta personalidad le hizo ganarse muchos enemigos afuera de las canchas, desde los italianos acaudalados del norte, pasando por los ingleses y por la misma FIFA. También pecó de arrogante en muchas ocasiones (cuando afirmó que argentina estaba un escalón más arriba de Colombia antes de aquel 5-0 de 1993), pero hablaba porque le nacía del corazón. El fue así, y por eso logró lo que logró. Y ni toda la cocaína del mundo va a borrar sus hazañas deportivas.

No se puede dejar de lado que Diego Armando Maradona fue alguna vez un niño que pasó del potrero más olvidado a vivir la avalancha abrumadora de la fama y los reflectores, que fue la primer gran figura del fútbol internacional en un mundo ya globalizado y regido por el marketing, cosa que otros grandes astros del deporte no llegaron a experimentar en su totalidad. Que pasó de vivir una vida en los suburbios a ser disputado por las grandes marcas comerciales, a tener en bandeja cantidades ridículas de dinero y privilegios. Que, gracias a sus errores, y los de muchos lamentables ejemplos más en el mundo, los artistas de ahora tienen quien les marque el camino, quien les diga por donde no deben transitar.

Ojalá antes de emitir juicios de valor se valorara más la obra uno de los futbolistas más grandes de la historia del fútbol, sin importar su vida personal. Y de igual manera le deseamos a Diego Armando una pronta recuperación. Y que pueda vivir una vejez en paz, como se lo merece.

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