Esta maldición que recae sobre las Águilas parece no tener fin.

La Segunda Guerra Mundial estuvo cerca de acabar con la vida de uno de los entrenadores más importantes de la historia. Durante el Holocausto, Bela Guttmann, un entrenador judío nacido en el Imperio Austrohúngaro, ya reconocido por haber sido campeón de la Liga Húngara, tuvo que esconderse durante meses en un ático para no ser capturado por los nazis, tal como lo hiciera el pianista Władysław Szpilman cuya historia sería llevada a la gran pantalla en 2002 por el director Roman Polanski.

Esto no sería suficiente para evitar las implacables redadas de la SS, y Guttmann sería capturado por las fuerzas del Fuhrer, situación que supo sortear escapándose justo antes de ser enviado a Auschwitz, aquel infame campo de concentración en el que más de un millón de personas perdieron sus vidas.

Con la caída del Tercer Reich, Guttmann pudo retomar su anterior vida de director técnico entablando relaciones laborales con equipos húngaros, en los que tuvo problemas, porque los directivos se entrometían en sus decisiones. También estuvo en Rumanía, en donde le pagaban con verduras debido a la escasez de alimentos en la posguerra. Pero Bela Guttmann estaba para grandes cosas. Tomó las riendas del Milán, e increíblemente fue despedido cuando era líder del Calcio italiano. Luego, cambió de continente y se fue a dirigir al Sao Paulo, donde implementó el 4-2-4, que a la postre sería utilizado por el Brasil campeón del Mundial del 58. Un verdadero trotamundos en búsqueda de un estilo único que lo llevara a la cúspide de su carrera.

Bela Guttmann con un grupo de periodistas en White City en Londres - Getty Images
Bela Guttmann con un grupo de periodistas en White City en Londres - Getty Images

Al tiempo que Guttmann ganaba experiencia en grandes clubes de talla mundial, el Benfica de Portugal comenzaba a consolidarse como una de las potencias del fútbol europeo. En 1950 los lusos ganaban su primera copa internacional, la afamada Copa Latina, que en ese momento era la más prestigiosa del Viejo Continente, cuando aún no existía la Copa de Europa.

Por esos mismos años el equipo construiría el Estadio Da Luz, que sería su casa por más de 50 años hasta su demolición en 2003 cuando se construyó el Nuevo Da Luz, donde se jugará la final de la Champions de este año. Se avizoraba una época dorada para las Águilas, solo faltaba la causalidad divina de un matrimonio lleno de amor y odio: Bela Guttmann – Benfica.

Guttmann llegaría a Portugal en 1958, pero al Porto, acérrimo rival del Benfica. Sin embargo, en una jugada maestra, las Águilas lo captarían para dirigir el equipo al año siguiente. El entrenador austrohúngaro llegaría a revolucionar la capital portuguesa con sus métodos radicales. Despidió 20 jugadores profesionales para ascender varios juveniles de la cantera y, a pesar de eso, fue campeón de la liga. Esto lo llevó a jugar la Copa de Campeones de Europa (conocida ahora como UEFA Champions League). Pero antes de ir por el sueño europeo, negoció con el presidente del equipo unos incentivos para sus jugadores en caso de salir campeón. Estos lucros fueron aceptados por la directiva con la presunción de que no iban a ganar la Copa, ya que esta era ampliamente dominada por el Real Madrid, campeón de las cinco ediciones jugadas hasta ese momento.

Sin embargo, ocurrió lo inesperado, Guttmann con un fútbol veloz y dinámico llegaba a la final ante el otro gigante de España. Un Barcelona mágico, liderado por Luis Suárez (no el uruguayo, sino uno de los delanteros españoles más grandes de todos los tiempos), Koscis, Kubala y Czibor. Ese encuentro fue conocido como “la final de los palos” debido a que el Barcelona se abalanzó sobre los portugueses estrellando varios balones en los postes. Como dice el argot popular, el Benfica literalmente “colgado de los palos aguantaría la embestida blaugrana y conquistaría su primer título europeo tras ganar 3-2.

Al año siguiente, Benfica y Guttmann irían en busca de retener su título europeo, pero no sin antes encontrar a una de las máximas figuras de la historia de este deporte: Eusebio. La pantera de Mozambique, colonia portuguesa, fue descubierto por un asistente de Bela, que al verlo en acción decidió contratarlo para que llegara a reforzar el equipo. Un jaque mate al estilo de Kasparov, ya que Eusebio sellaría el bicampeonato de las Águilas en Europa derrotando en la final al flamante Real Madrid liderado por Di Stefano, Puskas y Paco Gento.

En su tercera temporada con el club, con el mundo entero a sus pies; Bela Guttmann pidió a la directiva del Benfica un aumento considerable de sueldo, ya que suponía una dificultad mayor mantenerse en la cima y revalidar los títulos. Un rotundo no sería la respuesta de la directiva. Esto causaría una enorme decepción en el entrenador, que lo llevaría a renunciar, no sin antes dejar un recuerdo indeleble, al emitir las palabras que hasta el día de hoy parecen una maldición: “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una final europea en 100 años”.

Lo cierto es que, tras su despido, los lusos han intentado sacudirse de esa condena, pero han caído en cada una de sus cruzadas. 58 años y ocho finales europeas perdidas no han sido suficientes para terminar con la pesadilla. La más reciente fue en 2014 por Europa League, la cual perdieron ante el Sevilla desde los 12 pasos. Lo curioso es que todavía quedan cuatro décadas de esta sombría maldición, que ni las súplicas de Eusebio en la tumba de Bela Guttmann serían suficientes para acabarla.

Por su parte Bela Guttman continuaría con su vida de trotamundos. Su siguiente destino sería Peñarol de Montevideo, con el cual ganó su último trofeo. Además, disputó la final de la Copa Libertadores 1962, en la cual el “manya” (Peñarol de Motevideo) perdería contra el Santos de Pelé. Es el único entrenador en la historia que ha jugado final de Copa de Europa y de Copa Libertadores. Servette de Suiza, Panatinaikos, Austria Viena y el Porto serían sus últimos destinos antes de su retiro.

“Pronto llegará el día de mi suerte, sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará”, Héctor Lavoe interpretaría este éxito en el 73, y desde ese entonces parece ser el himno del Benfica, que este año intentará destruir el maleficio de la mano de Jorge Jesús, Edinson Cavani y un proyecto ambicioso que seguramente tiene temblando a Guttmann en su tumba. Amanecerá y veremos.

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