Casi dos siglos atrás, mientras acá en Colombia los próceres de la patria ya comenzaban a pelearse por el poder de Nueva República tras la expulsión de los españoles, en Inglaterra un grupo de personas se reunía en la Freedomason’s Tavern, un pub ubicado en el céntrico barrio de Covent Garden, en pleno corazón de Londres, para definir las reglas del football. Un popular juego que ganaba cada vez más espectadores en la sociedad británica. En aquella reunión, un 26 de octubre de 1826, se sentaron las bases del deporte que conocemos hoy en día, por eso es reconocida históricamente como la fecha en que nació el fútbol.

Una vez establecidas las reglas del nuevo deporte comenzó su propagación. Los primeros países en recibir aquel contagioso juego fueron Dinamarca y los Países Bajos. Y algunos años más tarde, el fútbol zarpó en su primer viaje transatlántico, desembarcando en el Río de la Plata, gracias a los marineros y a los ingenieros ingleses que llegaban a construir los primeros ferrocarriles argentinos. Los rioplatenses, maravillados con el novedoso juego de los europeos, aprendieron a patear aquel balón de cuero, y rápidamente lo adoptaron dentro de su propia cultura. Así se fundaron las primeras asociaciones de fútbol en Sudamerica y poco tiempo después se disputaba por primera vez el clásico más antiguo del mundo: Argentina vs Uruguay.

La capacidad que tenía este nuevo juego para captar aficionados era espectacular, y era claro que no iba a pasar mucho tiempo antes de que comenzara a ser aprovechado por los intereses de los poderosos. Uno de los primeros en aprovecharse de esto para extender sus ideas políticas fue el dictador italiano Benito Mussolini, que utilizó sus influencias internacionales para arrebatarle a Suecia la sede del segundo Mundial en 1934, tras el inesperado éxito de la primera cita mundialista disputada 4 años antes en Uruguay. Como Mussolini hay varios ejemplos, uno de ellos es el de Jorge Videla, que orquestó el Mundial del 78, influyendo considerablemente en el primer título de la Selección Argentina.

A pesar de aquel hálito de corrupción que se gestaba de vez en cuando en el contexto futbolístico, el fútbol como deporte, estaba condenado al éxito. No fue sino hasta la década de los noventa cuando comenzó su verdadera explosión. La globalización y la aparición del internet llevaron este deporte a lugares en donde antes apenas se conocía. Norteamérica, Asia y el Medio Oriente se convirtieron en los nuevos focos internacionales, un mercado fértil por explotar.

Ante las nuevas perspectivas del negocio los grandes capitales de inversión voltearon a mirar hacia el ‘deporte rey’. Uno de los primeros fue el magnate ruso Roman Abramovich quien, en 2003, compró el Chelsea, uno de los equipos más tradicionales de Londres, que en los años previos a la compra vivía agobiado por las deudas. Abramovich fue el precursor de la nueva generación de los millonarios en el fútbol.

El éxito del modelo Chelsea captó la atención de otros inversionistas, que vieron en el fútbol no solo una oportunidad crecimiento financiero, sino a la vez una manera efectiva de ganar reconocimiento mundial. Así fue como en 2008 el jeque Sheikh Mansour, miembro de la familia real de los Emiratos Árabes, compró al Manchester City, el segundo equipo de la ciudad, que siempre vivió a la sombra de su eterno rival el Manchester United.

Con la llegada de los petrodólares árabes el Manchester City comenzó un rápido período de reestructuración y en menos de cuatro años conquistaron la Premier League, el título más importante del fútbol inglés y que no lograban hacía más de cuatro décadas. Actualmente, el equipo es entrenado por Josep Guardiola, uno de los técnicos más importantes de esta generación. Con Guardiola volvieron a ganar la Premier League, pero ahora, la obsesión de los árabes es la Champions, el torneo de clubes más importante del mundo, la cual les ha hecho esquiva pese a los millones de libras gastadas complaciendo todas las exigencias de Guardiola.

Sin embargo, el proyecto de los árabes va mucho más allá. A través del City Football Group, un holding con el que manejan los negocios relacionados con el fútbol, han adquirido más de 10 equipos en diferentes partes del mundo, siendo el Manchester City el club insignia insignia. Otro de los equipos que hacen parte del portafolio es el New York City. Tal es el poder del grupo, que cuando corrió la noticia de Messi se quería ir del Barcelona, se alcanzó a decir que el City Football Group le había ofrecido millonario contrato por cinco años, tres de ellos en el Manchester City y los dos últimos en el New York City, pensando en un eventual retiro del astro argentino en la MLS. Por ahora habrá que esperar a ver si Messi cae ante las millonarias tentaciones.

Uno de los casos más recientes, y polémicos al mismo tiempo, de la entrada de capitales millonarios al fútbol es el de la compañía de bebidas energéticas Red Bull. El camino de la compañía de los toros rojos comenzó en Austria, allí compraron en 2005 el Sportverein Austria Salzburg. La transformación fue inmediata, el equipo pasó a llamarse Red Bull Salzburg y se convirtió en el mejor equipo del país ganando 11 de los 13 títulos de la Bundesliga de Austria. Sin embargo, una facción de la fanaticada del antiguo equipo, lideró una resistencia en contra de lo que consideraban una usurpación de los valores tradicionales del club y fundaron un nuevo equipo que hoy compite en las ligas regionales.

La visión expansionista de Red Bull puso la mira en la Bundesliga Alemana, una de las ligas más importantes del mundo. Intentaron adquirir varios clubes de primera y segunda división pero sus intenciones siempre fueron mal vistas por gran parte de los aficionados y socios que rechazaron las ofertas del conglomerado austriaco que también cuenta con una escudería en la Formula 1. Finalmente, lograron hacerse con la ficha de un pequeño club, cerca de la ciudad de Leipzig, que militaba en la quinta división del fútbol alemán. Ante la negativa de las autoridades del fútbol alemanas de permitir el nombre de la marca en el equipo, los dueños se las ingeniaron para que la R y la B lucieran en el nombre y el escudo de su nueva adquisición, y dieron el nombre de RassenBall Leipzig (que traducido literalmente significaría Pelota de Hierba). Como las leyes alemanas no permiten que un club sea de propiedad mayoritaria de una empresa, todos los empleados de la planta Red Bull de Alemania se convirtieron en socios del RassenBall Leipzig.

Así nació en 2009 el RassenBallsport Leipzig, un equipo sin ningún tipo de historia que en pocos años pasó a convertirse en uno de los mejores equipos de Alemania. El ascenso fue vertiginoso, en solo 7 años pasaron de la quinta división a la máxima categoría del fútbol alemán, logrando el subcampeonato en su primera temporada, solo debajo del Bayern Munich.

El RB Leipzig se convirtió en la joya de la corona del grupo austriaco. Recordemos que en la última edición de la Champions, lograron meterse entre los 8 mejores equipos de Europa, eliminando a grandes como el Atletico de Madrid y el Tottenham. Lo que en cualquier otro contexto sería una historia de ensueño, en la que un club humilde logra escalar hasta consagrarse entre los mejores, en Alemania es visto con desprecio por la mayoría de los aficionados al fútbol.

Cada vez que el Lepzig juega de visita es recibido con pancartas e insultos por los ultras que rechazan la injerencia de grupos económicos poderosos ajenos a las tradiciones del fútbol. En 2016, los hinchas del Dynamo Dresden arrojaron una cabeza de un toro muerto a la cancha en señal de protesta contra el poder cada vez mayor de Red Bull en el fútbol alemán.

Hoy, el grupo Red Bull, al igual que su par el City Group football, tiene numerosos equipos alrededor del mundo, el último que compraron fue el Bragantino de Brasil. Lo más interesante de Red Bull, es su modelo de scouting de jugadores. Tienen una vasta red de ojeadores que se encargan de detectar jóvenes promesas en todos los continentes. Una vez encuentran un prospecto lo ponen a jugar en alguno de sus equipos. A medida que el jugador va desarrollando su potencial lo van llevando cada vez a un equipo más competitivo, siendo el Leipzig el paso final de su desarrollo.

De esa forma han aparecido grandes nombres como Nabi Keita, que fue descubierto por los cazatalentos y llevado al RB Salzburg, de allí dio el salto al RB Leipzig y finalmente fue vendido en más de 40 millones de libras al Liverpool. Otros ejemplos son Sadio Mané, Joshua Kimmich, Timo Werner, y el mismo Erling Braut Haaland, la nueva estrella del fútbol europeo. Todos descubiertos y potenciados bajo el modelo Red Bull.

El mundo ha cambiado y el fútbol, como negocio, también lo ha hecho. Siempre existirán los más conservadores que se oponen a este nuevo modelo por alterar los valores tradicionales del deporte. Lo cierto, es que esto ya es una realidad. El poder de los millones entró al fútbol y ha venido alterando el orden de las principales ligas. Equipos como el Manchester City o el Leipzig se hacen cada vez más fuertes y ahora son capaces de pelearle los títulos a los clubes históricos. Para no ir tan lejos, el PSG, otro de los clubes beneficiados por las cuentas bancarias ‘infinitas’ de sus dueños, estuvo muy cerca de coronarse campeón de Europa, un privilegio que estaba reservado para los históricos como el Real Madrid, el Manchester United o el Bayern Munich.

Columnas anteriores

Ronaldinho y el pasaporte falso

Estereotipos

De fútbol, sociedad y cultura: una breve historia

James Rodríguez: el éxito es relativo

Robert Enke y el partido que nunca pudo ganar

Calciopoli

Pronto llegará el día de mi suerte…

Antonio Rattín y el origen de las tarjetas en el fútbol

La ‘araña negra’ de la portería: crónicas de dolor y gloria

La patada de la muerte

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.