Le escuché decir hace un par de años al entonces director encargado de la Sinfónica de la Universidad alguna tarde que me acercaba al Jardín Botánico a presenciar los eventos culturales enmarcados en la ya tradicional Fiesta del Libro y la Cultura celebrada anualmente en la ciudad de Medellín y cuya edición 2020 finalizó hace solo un par de días en distante modalidad virtual.

Hoy más que nunca le hallo razón a aquella frase, especialmente en días donde el retorno del fútbol en condiciones de aislamiento por el COVID-19 se siente extraño, incompleto y vacío, al ver la ausencia de público en las tribunas y la falta del ambiente intoxicante y popular que siempre ha caracterizado a este deporte. Y es que no se puede negar que el hincha de fútbol es pieza fundamental de esta fiesta multicolor: el más devoto feligrés de la religión más imponente del mundo.

No se puede negar, sin embargo, que como en cualquier religión la historia tristemente nunca está exenta de barbaries cometidas en nombre de su dios, y esto último es tal vez el lastre más grande y deplorable que a día de hoy sigue arrastrando la fiesta máxima del fútbol. Esperamos que estos días de aislamiento y soledad sirvan de reflexión y algún día todos los fieles podamos disfrutar del tan anhelado fútbol en paz. 

Es por eso que aquella frase lanzada al público en esa tarde de septiembre en el Jardín Botánico sigue retornando a mi cabeza día tras día, pues en tan solo unos pocos meses de haber llegado con maletas en mano, la ciudad de Medellín, hogar de una pasión futbolera sin igual, había sabido darme un contundente ejemplo de armonía e integración, demostrando que el cambio social es posible a través del ejemplo y la educación. Aquella tarde, sonido de los metales llenaba el espectro auditivo con fuerza tal que invitaba a todos los presentes a un verdadero carnaval.

La Banda de Los del Sur en compás con la Sinfónica de la Universidad había terminado el ya clásico “Pregón Verde”, el son carnavalesco que se entona cada tanto que Atlético Nacional llega a dar alguna vuelta olímpica. Y yo estaba ahí, en medio del público, visiblemente emocionado, ante espectáculo tal que llevaba ya transcurridos, calculo, unos cuarenta minutos. Había yo ingresado por la entrada de la calle Carabobo a un acontecimiento completamente inédito para mis ojos, llevado a cabo a solo un par de cuadras de la casa. Lo visto allí en primer plano fue simplemente indescriptible. Personas iban y venían, entraban y salían a un recinto perfectamente adaptado para una verdadera fiesta literaria y artística cuyo nombre, como muy pocas veces ocurre, calzaba a la perfección con lo sucedido en su interior. El evento que nos congregaba aquella tarde del sábado, se encontraba situado en el corazón del recinto, pasando justo las carpas atiborradas de libros y lectores.

“La cultura del fútbol”, como fue denominado el evento había iniciado a las 4:00 pm. Desde el inicio, la tertulia de cellos, violines, flautas y clarinetes propuesta por la Sinfónica de la Universidad bajo los inconfundibles colores del “Clásico Paisa”, me hicieron pensar que aquella tarde no presenciaría un evento cualquiera. Al lado de La Sinfónica y su habitual aroma sobrio, derecha e izquierda respectivamente, se encontraban varios grupos de jóvenes armados de bombos, trompetas y tambores, emparchados de rojos y verdes característicos que no podían sugerir más que una sola cosa. Así es, “La Murga del Indigente” y “La Banda de Los del Sur”, barras históricas del Deportivo Medellín y de Atlético Nacional, se encontraban verdaderamente juntos y cómplices del momento, dispuestos a amenizar codo a codo aquella agradable jornada.

El exorcismo que genera el sonido acompasado de bombos y trompetas en el hincha de fútbol no tiene explicación alguna. Inmediatamente con el inicio de la primera pieza, sentí cómo el recinto entero se transformaba en la tribuna más popular de una noche de clásico. Durante toda la función, y en los intermedios entre obra y obra, director y líderes barristas enaltecían los valores de aquella jornada y su profundo compromiso con el sentido social, el respeto a la diferencia y el espectáculo en comunión, valores que parecen haberse desdibujado hace tiempo y que hoy, por lo menos una pequeña parte de los actores busca recuperar en un país de violencia infinita.

El evento cerraría con la sorpresa de la tarde. Las dos barras en comunión, y ya sin la ayuda de la Sinfónica interpretaron de nuevo “El Pregón Verde” y “Glorioso DIM”, himnos característicos cada una de las hinchadas, tocadas y cantadas en un solo abrazo junto con el histórico equipo rival. Ya lo había visto todo. Con el cierre y despedida, y la natural dispersión del público concluyó mi visita del séptimo día de la Fiesta del Libro. Me volví hacia uno de los espectadores, cruzamos un par de palabras de asombro y cada uno siguió su camino, por mi parte, con la plena intención de asistir al próximo clásico paisa con la plena seguridad de que viviría la pasión del fútbol de otra forma, entre amigos y familias que habían retornado a la cancha a reclamar el derecho de vivir un fútbol en paz.

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