Ya nos lo habían dicho. La etapa de hoy sería la más difícil del Camino de Santiago. Una subida de 28.5 kilómetros que nos sacaría el grito de garganta profunda. Piernas descompuestas clamando compasión. Pero con una mente prodigiosa armada de valor.

Salimos altivos. Lo necesitábamos. Darnos fortaleza mutuamente es también amarnos profundamente. Y para eso también estábamos allí, para pedir a Jesús por las bendiciones de nuestro hogar.

El Camino nos llevaría por la carretera pavimentada. Cientos de caminantes por la vía. Complicidad. Qué alegría ver que en la vida hay más personas que siguen tus mismos sueños. Y más, que hay un alguien, un supremo, para los creyentes, o una fuerza sobrenatural, para los ateos, que nos complace con las peticiones.

200 km para Santiago de Compostela
200 km para Santiago de Compostela / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Parada rápida para la foto en el anuncio de los 200 kilómetros restantes para llegar a Santiago de Compostela. Este es el punto mínimo donde los ciclistas pueden iniciar y recibir la credencial que los acredita como peregrinos del Camino de Santiago. Razón por la cual, empezaremos a ver más peregrinos desde esta tierra.

Empezamos a recorrer ahora la tierra montañosa. Verdes y empinadas cuestas cubiertas por frondosos árboles que nos recordaban nuestra querida Colombia. Con la diferencia de que allí las carreteras no olían a carne oreada, ni a bandeja paisa, ni a nuestro café.

Camino a Santiago
Camino a Santiago / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Un cielo gris, como los nuestros del páramo. Frío y viento que amenazaban con lluvia. Rocío. Cuerpo descompuesto de dolor. De dolor exagerado. Recordé esa famosa frase de lengua inglesa que dice ‘No pain no gain’. Se adecúa mucho a esta peregrinación: Sin esfuerzo no hay ganancia.

Y de hecho lo había. Había esfuerzo físico y mental. Parecíamos deportistas de alto rendimiento. Recordé las arduas jornadas de entrenamiento y las exigentes competencias. Con la diferencia de que acá íbamos a nuestro paso, a nuestro caminar. Regulando las pulsaciones para no agitar más de la cuenta el corazón. Ya estaba agitado por sí solo, por la alegría de estar logrando algo tan bello: un esfuerzo descomunal por un acto religioso y espiritual.

Mónica Toro de Ferreira
Mónica Toro de Ferreira / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

No obtendríamos medallas ni trofeos, pero sí la oportunidad de hacernos un examen personal. De ser francos con nuestros pensamientos. De reprocharle lo necesario a nuestra mente. El escritor suizo Herman Hesse dice “No hay camino más doloroso que el que conduce a sí mismo¨.

Pero este camino sería la oportunidad de compartir con su alma. De tocarla. De sacarla del cajón donde algunas veces pretendemos taparla con sábanas. De limpiarla. De purificarla.

Albergue
Albergue A escuela / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Nos detuvimos en el último bar de la región de León y Castilla. Sería perfecto para despedirnos de esa provincia que nos dio gloria y desdicha. Y también, de darle calorías al cuerpo: café hirviendo con bocadillo de calamares.

Dos kilómetros más de subida, como un repecho y coronaríamos la cima de O Cebreiro. Pulsaciones aceleradas. Montañas que hicieron temblar las piernas y el corazón. Oraciones que no cesaban. El temido Cebreiro que también nos regala una vista espectacular de lo que es Galicia.

Mónica Toro y Carlos Ferreira
Mónica Toro y Carlos Ferreira / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Recordamos a nuestros escarabajos colombianos. Ciclistas que han dejado fama subiendo cuestas europeas. Entrenados con aguapanela del campo. Leche de vaca. Qué grande lo han hecho. Para ellos, más que la admiración, respeto.

Cansancio
Cansancio / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Seguimos en el trazado con un sube y baja que resta aún más fuerzas a las piernas. Dos Altos: San Roque y Poyo. El rocío había vuelto. Llovizna acelerada.  Lluvia rebosada que quería descomponernos de nuevo. Pero no. Esta vez no. Estábamos fuertes. Piernas rojas por el frío y el viento. Goteras que iban quedando pegadas a la piel, como si fueran lágrimas de los músculos.

Despedimos la montaña para desprendernos a un descenso de casi 12 kilómetros hasta llegar al Hotel en Tricastela. Paramos a calentar los dedos. A Estirarlos. Carlos Orlando había sufrido un dislocamiento de sus tres dedos de la mano derecha 15 días antes de empezar la peregrinación, y el frío hacía que sus dedos convulsionaran en dolor.

Mónica Toro y Carlos Ferreira
Mónica Toro y Carlos Ferreira / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Pero no nos detuvo la lluvia. Ya en el hotel nos frenó una cama con una cobija térmica. El cuerpo necesitaba el calor.  Y nosotros necesitamos del amor. Un abrazo profundo que confirmaría el orgullo del uno hacia el otro.

Y aunque definitivamente fue una etapa muy exigente físicamente, para nosotros la más difícil fue los 100 kilómetros con llegada a León. Aún recordamos los estragos de Miguel. Ayyyy Miguel.

Espera mañana la Etapa 10.

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