No ha existido en mi vida un lugar tan íntimo espiritualmente como este. El Camino a Santiago es un scanner 4K y en 3D. Es su propia obra retrospectiva. Donde el polígrafo puede pasar una y otra vez y nunca alarmar. Donde Fernando Botero desearía pintarlo, así fuera delgado. Y donde Héctor Abad Faciolince lo escogería como el protagonista de su próximo libro. ¿Sabe por qué? Porque usted como peregrino ha dejado todo lo que un gran artista desea descubrir: el alma.

Y es que de allí se busca salir más liviano. Descargar piedras que por años llevamos a cuestas. Sanar dolores, curar enfermedades, perdonar traiciones, aceptar pérdidas. Agradecer por la vida y la familia. Pedir por el trabajo y las finanzas. Orar por quien está en su corazón, por los enfermos, por sus familiares, amigos y por los que desea, después de esto, que también sean sus amigos. Es caminar de nuevo, pero renovado.

Entre las piedras, la sombra de los árboles, la arena, el barro y el polvo del Camino Francés van quedando todas esas historias que pesan libras, kilos y hasta toneladas. Pero que parecen esfumarse sin sentirse. Sin avisar.

Mónica Toro de Ferreira
Mónica Toro de Ferreira / Pulzo

Lo que nunca se ha ido, eso sí, es la dificultad en algunas partes de su recorrido. Cuestas, bajadas que parecen para especialistas de Down Hill. Allí también hacemos acrobacia. Senderos tan delgados que para nosotros los ciclistas pareciéramos estar cruzando no solo sobre asfalto y piedras sino sobre un cable, como Philippe Petit el acróbata francés que atravesó las Torres gemelas en una cuerda.

Pero pese a ello, allí solo se respira plenitud. Incluso, en los momentos donde más hay cuestionamientos. O donde hay más cansancio físico: pies agrietados y piernas a reventar. En el Camino todo está dado para ese tiempo de reflexión: praderas despejadas que permiten visualizar hasta el futuro; silencios de oro; austeridad material. Cuando se ingresa al sendero no se anhela el celular, no hacen falta los audífonos, no se ansía susurrar.

Y es esa espiritualidad la que hoy llama más a los peregrinos. Nos cruzamos con sudafricanos, italianos, franceses, alemanes, koreanos, brasileros, hondureños, españoles y, por fin, colombianos. Y todos, coincidían que llegaban al Camino para aclamar esa reflexión personal.

Para algunos es su primer camino. Otros ya llevan 3 y hasta 5. En cada caminar encuentran nuevas sensaciones. O hay nuevas razones. Es el caso de la familia brasilera Moura Ferreira, quienes hace 4 años realizaron por primera vez el Camino francés y el regalo dado fue Luisa, su hija hoy de 4 años. Esta vez, ella los acompaña. Su padre, Evandro Roberto, la lleva cargada en la parte trasera de la bicicleta, en una silla especial que acondicionó para hacer el recorrido.

Familia brasilera Moura Ferreira
familia brasilera Moura Ferreira / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Empezaron en Pamplona y finalizarán en Santiago. Diariamente recorren entre 40 y 50 kilómetros. Y mientras su papá pedalea, Luisa, que pesa 15 kilos y lleva colgado un chupo en su cuello, entona canciones infantiles y, algunas veces, pestañea.

“Era nuestro sueño desde que nació Luisa. Es regalarnos otro espacio de magia, pero ahora con ella”, cuenta Gisele Ferreira. Por ahora, les quedan más de 500 kilómetros y un deseo que Luisa espera que el Camino le conceda: un hermanito.

También nos encontramos a una pareja de jóvenes Millennials. Él es colombiano. Ella hondureña. Ambos renunciaron a sus trabajos, siendo vicepresidentes de un banco importante en Estados Unidos. Su deseo: tener un año sabático para reorganizar sus ideas, tener vivencias personales y recargar baterías. El camino fue su primera elección de viaje, para llenarse espiritualmente y dejar la carga que el trabajo, el día a día y la tecnología los manipulaba. Su destino próximo será Valencia, Estambul, Jerusalén y Asia.

Pareja de jóvenes Millennials
Santiago Becerra e Ingrid Galeas. / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Pero en el Camino también hay quienes han llegado sin buscarlo. El Camino la llamó. Es el caso de Carolina Ramírez, otra colombiana. Tras encontrarse en un momento decisivo de su vida, tres amigos la convencieron de venir. Así que compró tiquetes, una maleta y llegó a Pamplona. Sin conocer qué era ni qué se necesitaba.

Carolina Ramírez, colombiana.
Carolina Ramírez, colombiana. / Cortesía de Mónica Toro de Ferreira

Según ella, este Camino se lo ha dado todo.  Desde ropa especial que se necesita para caminar, que le han regalado, hasta respuestas a tantos dolores que por años había guardado. Está caminando y se ha encontrado no solo con ella misma. También con las historias de los demás que la motivan, le alimentan su fe y la impulsan a continuar, incluso con sus fracasos. El camino le ha sacado llanto. Le ha devuelto alegrías. Le ha resuelto problemas, que nunca fueron. No ha terminado. Pero desde ya siente que el Camino le ha cambiado su vida.

Sigue el cansancio. Ahora cada vez más. Cola que aún no parece acostumbrarse a las 7 horas diarias de bicicleta. Pero una mente y un corazón que están empecinados en recalcar que sí se puede. A ellos. A los que están peregrinando y a los que han estado, gracias por dejarnos impregnadas sus experiencias. Sus huellas han quedado en nuestro caminar.

Espera mañana la crónica de la Cuarta Etapa. Serán 12 en total.

Encuentra más fotos del recorrido en mi Instagram @montorferreira o sígueme en Twitter.

 Tips de #supermamiboss

  •  Si va a realizar el Camino compre el Seguro al Peregrino.
  • Consiga un reloj inteligente que le indique sus pulsaciones y las distancias recorridas. Con esto mantendrá usted controlado su corazón y su estado físico.
  • Aunque es mejor que usted sea guiado por una empresa para su viaje, si desea hacerlo por su cuenta tenga presente que hay empresas que llevan su equipaje diariamente a su hotel, por costo aproximado de 20 mil pesos por etapa caminada.

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