El Espectador es el periódico más antiguo del país, fundado el 22 de marzo de 1887 y, bajo la dirección de Fidel Cano, es considerado uno de los periódicos más serios y profesionales por su independencia, credibilidad y objetividad.
En la zona rural del Bajo Calima, en Buenaventura, Valle del Cauca, el reciente confinamiento de alrededor de 300 familias evidencia la persistencia del conflicto armado en el suroccidente colombiano. Los enfrentamientos entre disidencias del Frente Jaime Martínez, que formaron parte de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), y el Ejército de Liberación Nacional (Eln) han desencadenado una disputa territorial que, según la Defensoría del Pueblo, refleja una dinámica que se ha repetido desde mayo de 2025. El resultado han sido numerosos desplazamientos y confinamientos masivos: más de 4.000 personas han resultado afectadas en Buenaventura, principalmente por la disputa entre el Eln y otro grupo armado ilegal conocido como el Clan del Golfo.
La intensificación de las hostilidades se reportó a partir del 8 de octubre. El Eln, en un reciente comunicado, denunció la presencia de "paramilitares en connivencia con la fuerza pública", acompañando la acusación de señalamientos por secuestro, violencia y amenazas dirigidas a la población civil. Estas afirmaciones no son nuevas en la historia del conflicto colombiano: a menudo, los distintos actores armados ilegales han acusado tanto a las instituciones del Estado como a rivales de colaboración, en un contexto donde, como advierten investigaciones independientes, la distinción entre fuerzas regulares y paramilitares puede resultar difusa y sujeta a indagaciones complejas.
Desde un plano más amplio, la disputa en el Bajo Calima es parte de una realidad histórica, donde la región se ha convertido en terreno de confrontación no solo para guerrillas como las Farc y el Eln, sino también para organizaciones criminales enfocas en actividades como el narcotráfico y la minería ilegal, tal como lo documenta el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz). La ubicación estratégica del Bajo Calima, cercana al Pacífico, convierte a este territorio en un punto clave para operaciones ilícitas.
Las consecuencias directas para la población son profundas. El confinamiento ha restringido la movilidad, el acceso a servicios básicos y ha aumentado el riesgo de delitos graves como homicidios selectivos, reclutamiento forzado de menores, desapariciones y violencia sexual, problemáticas resaltadas tanto por la Defensoría del Pueblo como por organizaciones internacionales, entre ellas Human Rights Watch y Amnistía Internacional, quienes subrayan la continuidad de graves violaciones de derechos humanos en zonas donde predominan actores armados no estatales.




El periodismo de investigación cumple un papel esencial para el entendimiento de estas dinámicas: la recopilación minuciosa de información, el cotejo de fuentes, las entrevistas con víctimas y residentes, el acceso a alertas de derechos humanos y el análisis de documentos oficiales son imprescindibles para construir un relato fiel de lo ocurrido. Herramientas como NINA, promovida por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística, brindan acceso a datos abiertos y vínculos claves que enriquecen la profundidad analítica de los reportajes.
Este episodio reafirma la complejidad de la etapa posacuerdo en Colombia. Aunque las Farc firmaron su desmovilización formal, en la práctica las disidencias han perpetuado la violencia, ahora acompañadas de nuevos actores armados y reforzadas por la limitada presencia del Estado en regiones apartadas. Analistas de seguridad advierten que, en ausencia de una presencia estatal efectiva, políticas de desarrollo estructurales y espacios de diálogo comunitario, las disputas y afectaciones a las comunidades rurales persistirán, recrudeciendo los impactos humanitarios.
La actual crisis en el Bajo Calima no se puede entender como un evento aislado. Es el reflejo de problemas estructurales asociados al narcotráfico, la desigualdad territorial y la recurrencia de violaciones a los derechos humanos. Según Indepaz y análisis de entidades especializadas, la urgencia de respuestas integrales desde el Estado y la sociedad civil es una exigencia para atender tanto las causas como las consecuencias del conflicto.
¿Qué significa el término "confinamiento" en el contexto del conflicto armado colombiano? El término "confinamiento" hace referencia a la restricción de la movilidad de comunidades enteras, quienes quedan atrapadas por los enfrentamientos o amenazas de actores armados ilegales. En el Bajo Calima, esta situación ha impedido que cientos de familias accedan a alimentos, educación y servicios médicos, sometiéndolas a condiciones de vulnerabilidad extrema. Este fenómeno, documentado por la Defensoría del Pueblo y otras organizaciones humanitarias, suele ir acompañado de graves violaciones a los derechos de la población civil.
El confinamiento es una de las consecuencias más visibles y devastadoras del control territorial ejercido por grupos armados, quienes utilizan a la población como una herramienta de presión en el conflicto. Esta práctica no solo afecta la integridad física y emocional de los habitantes, sino que, a largo plazo, erosiona el tejido social y dificulta la reconstrucción de la convivencia y las economías locales una vez terminan los ciclos de violencia.
¿De qué manera impacta el control territorial del Bajo Calima en el fenómeno del narcotráfico? La ubicación estratégica del Bajo Calima, en cercanía con la costa del Pacífico colombiano, convierte la región en un corredor fundamental para la salida de cargamentos ilegales, especialmente de drogas ilícitas, hacia otros países. Tal como señala Indepaz, la pugna entre grupos armados como las disidencias de las Farc, el Eln y el Clan del Golfo se explica, en parte, por el interés en dominar estas rutas lucrativas.
El control territorial trae consigo el establecimiento de economías ilegales que involucran no solo la producción y transporte de drogas, sino también actividades como la minería ilegal y la extorsión. Esta situación profundiza la crisis humanitaria y la vulnerabilidad de las comunidades rurales, pues el poder de los actores armados se sostiene muchas veces a costa de ejercer violencia y restringir el acceso de la población a sus derechos fundamentales.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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