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Han transcurrido casi cuatro décadas desde que la escuela en Río Claro, vereda de Villamaría, se perdió entre los estragos de una tragedia natural. El 13 de noviembre de 1985 marcó un antes y un después para la comunidad: cerca del 70 % del poblado fue cubierto por la avalancha ocasionada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, lo que convirtió el entorno en un lugar de recuerdos y ausencias, como recuerda el coordinador de la Brigada de primeros respondientes, Jorge Enrique Jaramillo Toro, quien lleva 19 años asistiendo a la comunidad. Aunque él nunca pisó la antigua escuela, el testimonio oral que circula entre los sobrevivientes le permite reconstruir historias que, aunque fragmentadas, mantienen viva la memoria colectiva de lo que fue el colegio, la Policía y la Defensa Civil.
Esos relatos detallan cómo, tras la evacuación de la población, las edificaciones públicas que quedaban —incluida la escuela— fueron objeto de vandalismo y terminaron en ruinas. La educación debió trasladarse temporalmente hasta el nacimiento del nuevo Río Claro. Allí, en una zona levantada desde cero, la Institución Educativa Fortunato Gaviria se convirtió en el epicentro de los sueños e historias de niños y jóvenes. Su creación, según indica una placa en su fachada, se concretó en 1988 gracias a la Cruz Roja de Caldas, con el respaldo de la Cruz Roja de Holanda, en el marco de un programa de reconstrucción enfocado en las áreas más golpeadas por el desastre.
Luz Estela Arias, habitante frente a la nueva escuela, relata cómo durante la tragedia la vida cambió abruptamente. La comunidad perdió muchísimo más que sus casas: perdieron negocios, la gallera, las tiendas, incluso su centro de salud. Su testimonio da cuenta de la fuerza devastadora de la avalancha y de cómo, en medio del caos, fue necesario levantar una nueva vida en otra parte. La Tragedia de Armero, como se conoce el evento, dejó a su paso 22 mil muertos y la destrucción de cientos de viviendas, entre ellas la de Juan Carlos Vargas Idárraga, otro testigo directo, que en esa noche perdió a casi toda su familia.
Juan Carlos, a diferencia de Jorge Enrique, sí estudió en la escuela anterior a la tragedia, un edificio amplio, con varios salones y aproximadamente 150 estudiantes de primaria, bajo la guía de cinco profesoras. Hoy, su relato rescata los detalles arquitectónicos y humanos del antiguo plantel, recordando los recorridos a pie y las jornadas que iban desde las 8:00 de la mañana en primaria hasta las 4:00 de la tarde en secundaria.
Ariel Giraldo, actual docente de la institución Fortunato Gaviria del nuevo Río Claro, señala que antes de 2000 cada vereda contaba con su propia escuela, funcionando de manera independiente. La emergencia forzó la reubicación y, con ella, la necesidad de crear un espacio común para recibir a todos los estudiantes de la región, desde preescolar hasta grado once, sumando alrededor de 200 alumnos entre ambas sedes. Sara Liset Atehortúa Gómez, estudiante de último grado, describe jornadas largas que inician en casa desde las cinco y cuarenta y cinco de la mañana para llegar a clases. Luz Calderón, docente de primaria, explica que el sistema multigrado es fundamental para cubrir la asistencia de cerca de cincuenta niños en ese nivel, aunque las alertas de nuevas erupciones han obligado a cambiar dinámicas educativas enviando trabajos a domicilio, lo que limita el aprendizaje presencial.
José Humberto Caicedo Hernández, cuyos recuerdos abarcan setenta años, profundiza en cómo la tragedia aniquiló la antigua comunidad y cómo, lentamente, nuevas familias retornaron para reconstruir su entorno sobre bases de guadua, madera y cemento. Aun así, la huella del desastre permanece en la iglesia, deshabitada y silente, y en la memoria de quienes sobrevivieron.
¿Qué representa el sistema multigrado en la educación rural? En contextos rurales como el de Río Claro, el sistema multigrado significa que un solo docente enseña a estudiantes de diferentes niveles o grados en un mismo salón. Esta estrategia se ha vuelto indispensable ante la escasez de recursos y el bajo número de estudiantes por curso. Además, permite a las comunidades mantener escuelas abiertas en veredas remotas y continuar el proceso educativo a pesar de las dificultades propias de la ruralidad y los desafíos derivados de emergencias naturales.
En casos como el de Río Claro, este modelo cobra especial relevancia, ya que posibilita que todos los niños y niñas de la región accedan a la educación, adaptándose a las condiciones geográficas y sociales. Sin embargo, presenta desafíos, pues obliga a los docentes a desarrollar estrategias para atender las distintas necesidades de aprendizaje, y, en situaciones como las vividas tras el desastre del Nevado del Ruiz, es clave en la reconstrucción del tejido educativo y comunitario. ¿Cómo afecta la educación multigrado a la calidad del aprendizaje de los estudiantes en zonas rurales?
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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