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Escrito por:  Claudia Sterling
Columnista     Dic 12, 2025 - 10:38 am

De nuevo, Juan Carlos Garay  (Lima, 1974) nos regala una joya. No es una novela de esas que te atrapan con la intriga fácil, ni un sesudo tratado para eruditos. Es algo mucho más exquisito, más… íntimo. Su libro de ensayos, Seis Nocturnos: Reflexiones sobre la Música y la Noche (Rey Naranjo, 2025), es, en esencia, un paseo a media luz, de la mano de un melómano apasionado que ha encontrado en la oscuridad y en las vibraciones del sonido la esencia de lo trascendente, en una preciosa edición ilustrada, en letra e imágenes color un azul oscuro que evoca sí, como no, a la noche.

Juan Carlos es un destacado periodista cultural, escritor y traductor colombo-peruano cuya obra se articula casi por completo alrededor del tema de la música. Su trayectoria profesional se ha centrado en la difusión musical, combinando el periodismo de investigación con la ficción.

Garay ha incursionado en la novela (La nostalgia del melómano, 2005; La canción de la luna, 2011); Balsa de Fuego, 2016; Borealis, 2022; y en el ensayo Seis Nocturnos, 2025 y coautor de Jazz en Bogotá, 201, entre otros). Ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2008) por una investigación sobre la salsa en Bogotá. Ha sido columnista de música en la revista Semana por más de una década y colaborador habitual en publicaciones como El Malpensante y Ñ (Clarín, Buenos Aires). También ha desarrollado una importante labor en radio, realizando programas de difusión musical en emisoras como Javeriana Estéreo y, más recientemente, el programa La Onda Sonora en Radio Nacional de Colombia.

Garay, con esa prosa suya que combina la pulcritud del periodista cultural con la calidez del buen conversador, nos corre el velo de su propia experiencia nocturna. No es solo un conjunto de reflexiones; es un homenaje al misterio que se despliega cuando el sol se retira, y la música se convierte en el faro que ilumina nuestro mundo interior. Es un libro para leer despacio, en esas horas tardías, a la luz de la luna, con una copa de buen vino y, por supuesto, una banda sonora a la altura.

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La prosa es de una precisión envidiable, logrando una amalgama perfecta entre la erudición musicológica y la confesión personal, lo que hace de esta lectura un placer tanto intelectual como emocional. Es la madurez de un escritor que ha encontrado el tono justo para hablar de las grandes pasiones sin caer en la grandilocuencia.

La obra se estructura como una sonata de seis movimientos, cada uno con su propio tempo y tonalidad. Garay utiliza la simbología nocturna como un espejo para reflexionar sobre los grandes temas de la creación, la existencia y la percepción.

  1. Cae la Noche: El umbral de la revelación. El primer ensayo establece la tesis fundamental: la noche es un agente catalizador de la introspección. Garay describe el proceso físico y mental del tránsito solar, ese momento en el que el ruido del día cede ante una verdad más honda. Aquí se cimienta la idea de que la noche desnuda el alma del artista y del pensador, obligándolos a enfrentar el “silencio incómodo” que el bullicio diurno logra tapar. La música, entonces, emerge como una necesidad para llenar ese vacío recién revelado.
  2. Músicas Nocturnas: El legado de Chopin y la tradición. Este es el capítulo más musicográfico. Garay hace un recorrido magistral por la historia del nocturno como género. Analiza la figura de John Field, el irlandés que acuñó el término, pero es en Frédéric Chopin donde halla su máxima expresión. El autor no solo describe las piezas, sino que desentraña la estructura emocional detrás de ellas: la melancolía, el rubato y la sensación de soledad compartida. Nos muestra cómo estas piezas, concebidas para el salón íntimo, encapsulan la poesía de la quietud, convirtiendo el piano en un confidente nocturno.
  3. La Luna: El astro de la inspiración La luna es tratada como un arquetipo mítico y estético. Garay explora cómo su luz fría y cambiante ha sido musa en todas las artes, pero se concentra en su dimensión armónica. El autor teje conexiones sutiles: la luna como símbolo de lo femenino y lo subconsciente, elementos que son centrales en las músicas que buscan la ternura o el misterio. El ensayo nos recuerda que la luz lunar no ilumina, sino que revela texturas, una metáfora de cómo la música en la noche nos permite escuchar las texturas del alma.
  4. El Silencio: La materia prima de la música. Este es, quizás, el ensayo más filosófico. Garay aborda el silencio siguiendo la senda de John Cage (con su fundamental 4’33”), pero lo aterriza en la experiencia cotidiana del oyente. El silencio no es el fin del sonido, sino su condición de posibilidad. Es en la noche donde el silencio se hace más audible, más denso, y por lo tanto, la música que lo interrumpe adquiere una gravedad existencial. Garay nos enseña que el verdadero arte de escuchar es el arte de tolerar el silencio y de reconocer los sonidos accidentales que lo pueblan.
  5. El Mundo Onírico: Música, Sueño y Subconsciente. Aquí, el autor se adentra en el territorio de la psicología. Analiza el vínculo profundo entre la estructura musical y la lógica del sueño. Las repeticiones, las variaciones, las disonancias: ¿no son acaso un eco de las narrativas fragmentadas de nuestros sueños? Garay sugiere que al escuchar música en la noche, activamos un estado alterado de conciencia muy cercano al ensueño, permitiendo que el subconsciente se exprese a través de las frecuencias y las dinámicas.
  6. Las Historias Nocturnas y la Creación: El Oficio del Noctámbulo. El cierre es un hermoso homenaje a los creadores que trabajan en la noche. Garay comparte anécdotas de figuras históricas y literarias que han elegido las horas oscuras para la gestación de su obra. Desde la disciplina de J.S. Bach hasta la inspiración tardía de un jazzista, el hilo conductor es la necesidad de aislamiento para la concentración. El ensayo culmina con una nota de esperanza estética, afirmando que la noche es la partera de la belleza en un mundo que de día se distrae con la funcionalidad.

La riqueza de Seis Nocturnos radica en su profundo diálogo intertextual.

Garay se inscribe en una tradición de ensayistas que han hecho de la reflexión subjetiva su método. Aunque él cita a Al Alvarez y su Noche del ensayista como un disparador, su estilo nos remite a pensadores que han sabido mezclar el dato duro con el latido personal:

  • Walter Benjamín: Se percibe una aproximación a la melancolía histórica y al flâneur nocturno, aquel que encuentra verdad en la periferia de la experiencia diurna.
  • George Steiner: La erudición en música y cultura se trata con una gravedad humanística similar a la de Steiner.
  • La tradición latinoamericana: Hay un eco de la pulcritud y el rigor de los ensayistas latinoamericanos clásicos, que siempre han priorizado la claridad del pensamiento.

El libro es un manifiesto de la música occidental, con un claro énfasis en:

  • El Romanticismo: Chopin es el gran patrono del libro. También se citan las sinfonías nocturnas de Mahler y las atmósferas lúgubres de Debussy.
  • El Minimalismo y la Vanguardia: La inclusión de John Cage es fundamental, pues establece la conexión entre el silencio y la música moderna. Garay demuestra que el ruido nocturno (un grillo, una sirena) también puede ser una forma de composición.
  • Jazz y Blues: La noche es el escenario natural del ‘night club’ y las improvisaciones de jazz. El autor sugiere que el Blues es la banda sonora original de la soledad nocturna y la melancolía urbana.

La riqueza del libro reside en su tejido de influencias. En el ámbito musical, la lista es vasta, pero destacan ineludiblemente los compositores de nocturnos, como Frédéric Chopin y John Field. También resuenan los silencios de John Cage y las composiciones que exploran la quietud y la cosmogonía (mencionando a veces a Johann Sebastián Bach o Gustav Holst). La música se cita no solo como tema, sino como una filosofía de vida.

En lo literario, aunque el autor señala haberse inspirado en la idea del ensayo después de toparse con La noche del ensayista de Al Alvarez, el tono y la estructura sugieren la influencia de grandes ensayistas que supieron aunar la investigación con la reflexión personal. Hay un eco de la tradición periodística de calidad, donde la curiosidad y la capacidad de conectar temas dispares es la verdadera materia prima.

En resumen, Seis Nocturnos es una de esas obras que trascienden el género, confirmando a Garay no solo como un agudo observador de la cultura, sino como un auténtico poeta de la noche y sus sonidos. 

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