Luis Vidales tuvo la capacidad de convertir lo cotidiano de la vida urbana en una invitación a una ciudadanía global, sumergiendo a quienes lo leyeron en escenarios tan colombianos como la carrera 25, Bataclán, el barrio Camelias o la Avenida Colón, según describe Crónica del Quindío. Por otro lado, la poesía de Elías Mejía abrió senderos desconocidos en el arte de la palabra, ampliando así los horizontes literarios de toda una región.
El presente, sin embargo, es el tiempo de Libaniel Marulanda, un escritor que insiste en que la vida —como todo arte— debe tratarse con rigor intelectual y destreza estética, pero también con una irreverente inteligencia. Marulanda, ganador de diversos premios literarios por sus cuentos y autor de títulos como “La luna ladra en Marcelia”, “Al son que me canten cuento” y el más reciente “La Camarada María y otras carretas”, ha forjado una obra que invita al lector a repensar la solemnidad de la existencia.
Al rememorar sus años de formación, Marulanda relata cómo su infancia y juventud transcurrieron entre Calarcá y Armenia, una experiencia fragmentada por la pronta muerte de los mayores y los consecuentes ajustes familiares. La vida de su madre soltera y la suya se ve reflejada en constantes mudanzas y una temprana decisión: debido a dificultades económicas y la resistencia a la educación formal, el futuro parecía estar marcado por los oficios rurales del Quindío, conocido como el paraíso cafetero de Colombia.
No obstante, una oportunidad fortuita lo alejó del trabajo agrícola cuando tuvo la posibilidad de recibir un puesto de mensajero en la administración de impuestos de Calarcá. El cargo, obtenido gracias a la intervención de un amigo de su madre, cambió por completo su rumbo y le permitió insertarse en un contexto urbano con marcada vida cultural y política, en una época en la que Colombia atravesaba el Frente Nacional, un acuerdo político de alternancia entre los dos principales partidos del país.
En Calarcá, rodeado por una comunidad que presumía de su tradición poética y su carácter de ciudad literaria, Marulanda hizo amistad con Alirio Sabogal Valencia, un joven también reacio al estudio tradicional pero interesado en la escritura y el periodismo artesanal. Juntos, animados por ejemplo del semanario “El Juzgón”, decidieron impulsar su propio periódico y así surgió “El Contemporáneo”. Esta publicación, nacida con el apoyo del poeta y cajero Nelson Ocampo Osuna, evidenció el fervor cultural de la localidad y la determinación de sus jóvenes por participar en la vida intelectual del municipio, aun sin contar con recursos económicos ni experiencia profesional.
Con los años, los caminos de estos jóvenes se bifurcaron: Alirio Sabogal se dedicó al periodismo y la escritura, permaneciendo en la memoria de quienes lo conocieron; Nelson Ocampo continuó fiel a la poesía y Marulanda, siempre tensionado entre el arte y la vida cotidiana, persiste en su lucha personal y creativa, mientras Calarcá se mantiene como un símbolo literario cuya esencia impulsa a nuevas generaciones a escribir, a pesar de no haber alcanzado el reconocimiento internacional soñado.
¿Por qué Calarcá es reconocida como un referente de la poesía y la literatura en la región? La pregunta cobra sentido al analizar tanto el testimonio de figuras como Libaniel Marulanda como el contexto histórico y cultural relatado en Crónica del Quindío. Desde los inicios del siglo XX, el municipio ha albergado escritores y poetas fundamentales, generando un entorno donde la experimentación artística y la defensa de ideas progresistas coexistieron con las transformaciones sociales del país.
Este legado se refleja en la persistencia de publicaciones locales, la multiplicidad de voces que han surgido de sus barrios y avenidas, y una tradición que continúa atrayendo a quienes encuentran en la palabra una forma de resistencia y de pertenencia. Calarcá, lejos de ser solo un escenario, representa un territorio simbólico que impulsa a sus habitantes a buscar su lugar en el mapa cultural del país y del mundo.
¿Qué significa desacralizar la vida en la obra de Libaniel Marulanda?
La noción de desacralizar la vida, evocada frecuentemente por Marulanda, implica abordar la existencia con un sentido crítico y creativo, evitando la solemnidad excesiva y permitiendo un tratamiento más libre, incluso irreverente, de los acontecimientos cotidianos. Esta postura se verifica en sus relatos premiados y en los testimonios sobre la creación literaria en Calarcá recogidos por Crónica del Quindío.
Al desacralizar la vida, Marulanda no pretende restar valor a las experiencias, sino más bien invitarnos a observarlas desde una óptica distinta, una que privilegia la inteligencia y el sentido estético para transformar las circunstancias comunes en materia narrativa y establecer un diálogo constante con las tradiciones literarias del Quindío.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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