Hoy sería el día. Día de gloria para nuestro corazón. Día de júbilo. Llegaríamos a la tan anhelada Catedral, después de haber pedaleado 732,6 kilómetros en 11 días.
Al despertar, no podíamos creer que hoy finalizaría ese sueño que habíamos dibujado un año atrás. Nos habíamos preparado físicamente. Y menos mal. Y habíamos dejado en cada etapa las gotas de sudor y lágrima. Nos habíamos superado a nosotros mismos. No había pretexto para no estar contemplando la venturanza.
De nuevo, una rueda pinchada. Ya también las bicicletas nos hablaban con su lenguaje.
Día frío, donde la primavera pareciera quedarse abrazada al invierno. Etapa acompañada por terrenos de falsos planos y curvas verticales. Una carretera bañada de peregrinos, de sueños, de sigilos, de prédicas. Católicos deseosos de indulgencias de Dios. Espirituales anhelando la llegada con convicción. Turistas ambicionando celebrar su reto físico. Todos, en una misma dirección: la Catedral de Santiago de Compostela.
Peregrinos de una misma raza: la humanidad. Sin importar género, ni color, ni estatus, ni edad. Bebés a las espaldas de sus papás, niños en carretillas, perros acompañantes. Jóvenes y personas de la tercera edad. Esposos, abuelos y nietos, madre e hija, amigos, familias. Todos peregrinos de Compostela.
Peregrinos magullados, ya lamentándose de la lasitud. Descansando. Maltratados en sus talones con ampollas de 8 centímetros. Uñas de los pies encarnizadas. Perdidas. Dolores fuertes en rodillas y hasta tendinitis en los tobillos. Sin contar con los fuertes dolores de pierna y de cola, ingle, glúteos y espalda que afecta a los ciclistas.
Pero llegar de rodillas o gateando a Santiago es lo que busca todo el peregrino. Fue el caso de Louisa, un brasilera que pese a su tendinitis en el pie, decidió rentar una bicicleta faltándole 35 kilómetros. Estaba impedida para caminar más. Llevaba 33 días de peregrinación y rechaza rotundamente la idea de subirse a un taxi o a un bus. Gratificante que no tuvo la crisis de mi esposo.
Entendí los sufrimientos de Jesús. Incomparables, pero memorables. Siglos atrás, los peregrinos romanos tardaban una vida para llegar a Compostela. Hoy, el Camino se nos ha hecho una rápida travesía de días. Bienaventurados igual, porque cada uno vive su camino y lo interioriza a su manera.
Comprendí aquellos dichos populares: “El que algo quiere, algo le hará de costar”. “Hay que pasar las duras por las maduras” “No hay atajo sin trabajo” “Quien quiere el fin pone los medios”.
Durante el recorrido, sentía mariposas en el estómago, como aquellas que dan cuando tu pretendiente está a punto de recogerte en casa. Estábamos ansiosos. Deseosos de ver la Catedral. Letreros que marcaban menos kilómetros para lograrlo. Ciudad que se divisaba en medio de la montaña. Letrero colorido de Santiago de Compostela, con banderas de los países que los peregrinos dejan colgando. Un mundo entero vertido a los pies de esta ciudad.
Calles que nos llevarían a la Plaza Mayor. Un gaitero nos esperaba antes de la Iglesia. Cámaras listas. Cuerpo emocionado. Un pedalazo más y ligeras lágrimas rodaron en el rostro. Una imponente edificación nos daba la bienvenida.
Cámaras por doquier. Celulares expuestos. Caminantes extenuados dándole descanso a sus medias y zapatos. Bicicletas en el piso. Un pinchazo más ya no importaba. Plaza que parecía un parque de picnic. Bocadillos listos para comer.
Contemplación. Silencio. Gratitud a Dios. Abrazo mutuo con Carlos Orlando. Caricia de rostro. Ojos empañados. Credencial del peregrino y certificado de kilometraje en mano. Somos de los 1.500 peregrinos que reciben estos diplomas diariamente.
Y la cúspide de nuestra peregrinación: sagrado y estremecedor momento cuando abrazamos al Apóstol y oramos de rodillas ante la tumba de Santiago. Sensación altiva y Divina. Llegar allí y dejar mis consignas, las de quienes me pidieron y por quienes pedí fue mi plenitud. Incluso, hubiera dado más kilómetros por estar ahí, tan cerca del ‘parcero’ de Jesús, donde, aseguran, reposan los restos del Apóstol.
Y qué importa si ahí no están. Si es mitología y mística. Es tu creencia la interesante. Es la fe. La que nos reclama Jesús. “Dichosos los que creen en mí sin haber visto”. Momento glorioso. Pero poco me imaginé que al salir de la Catedral de Santiago de Compostela comprendiera que la meta no era llegar allí a dejar mis plegarias.
La meta fue el día a día. La meta era poder vivir de ahora en adelante con el aprendizaje recogido. Era haber escuchado mi corazón. Era haber dejado hablar a mis pensamientos. Era haberle dado el respeto a mi silencio. Era haber aprovechado la magia que presta el Camino: naturaleza, silencios, cero ruidos externos y largas jornadas con usted mismo.
La meta había superado el límite que nos habíamos puesto, y eso ya era ganancia.
Gracias al cuerpo, que respondió y aguantó nuestro esfuerzo. Gracias a nuestros hijos, que resistieron nuestra ausencia. Gracias a nuestras ayudantes en casa. Gracias a los familiares y amigos, que nos alentaron para continuar.
Gracias Dios por este sueño hecho realidad. Gracias a quienes hicieron el camino, porque le abrieron una fuente de ingreso a pueblos muertos y desconocidos. Gracias por la rica gastronomía. Gracias por las atenciones en los hoteles. Gracias a ti, amor mío, por caminar con vehemencia a mi lado. Que lleguen nuevos retos, nuevas hazañas.
Gracias Camino por exhibir mis temores. Por enviarme fuerte a casa. No esperes estar necesitado para hacer esta peregrinación. Llega acá y empodérate antes de que las preocupaciones te vulneren.
Nos despedimos de Santiago de Compostela con pulpo a la gallega y arroz con bogavante. Mañana marcharemos a Madrid. No sin antes decirle a mi esposo que acá he venido para suplicar la bendición eterna de nuestro matrimonio. Recordándole que aquí estoy para amarlo hasta el último de sus suspiros.
Adiós Camino de Santiago.
Tips de Mamiboss
- Traiga consigo un enchufe convertidor universal europeo, para cargar sus elementos electrónicos.
- Programe un día para ir a Finesterre, que años atrás era el fin de la tierra. Queda a 98 kilómetros de Santiago.
Más fotos en mi Instagram @montorferreira
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