Discursos y triunfos deportivos…

Me llevo días rumiar estas líneas, se los confieso. Ha sido tanto lo que se publica y lo que se puede explorar de cualquier suceso en estos tiempos, que seguramente se necesita más que nunca, un buen pretexto para no centrarse en lo malo que está pasando y dejar de sumarse a ese linchamiento a la colombiana.

Conozco a la Policía porque en 1993 presté servicio militar obligatorio, como auxiliar bachiller, en la ciudad de Bogotá. Luego cubrí la fuente para diferentes medios de comunicación y he sido testigo de las veces que han comparecido los altos mandos en el Congreso, porque fueron citados a debates en las Comisiones y Plenarias.

Aun así, encuentro muy dolorosas, e injustas, las generalizaciones que siguen enlodando una institución que es necesaria e importante para el día a día de cualquier ciudadano.

La Policía es calificada según el mal comportamiento de algunos de sus individuos. Como le pasa a la iglesia católica, al Ejército, incluso a los políticos. Y es justo reconocer que no todos son malos.

Realmente, ¿alguien puede creer que Colombia puede vivir sin la Policía?

La policía es una institución manejada desde la Presidencia, y sólo se hacen caso entre ellos. Es una institución independiente que se maneja sola. Con un presupuesto anual que supera los 4 billones de pesos.

Con escaso control, altísimos niveles de corrupción, cinismo, revanchismo y clasismo en su interior.

La Policía está en la cifra de víctimas que siguen representando el fatídico y marcado rojo de la sangre de nuestros héroes caídos desde siempre en la bandera. Y persigue un problema moral y un flagelo para cualquier autoridad. Así como Jesús en el desierto, el diablo llega con terribles tentaciones a sus miembros disfrazados de corrupción y abuso.

La pregunta no puede ser otra, se les paga mejor, se les trata mejor, se les vigila mejor, ¿para que nada de eso no suceda?

Al final para los que escribimos de estos temas y hemos ido consignando los mil errores policiales y los muertos por la violencia, en la historia reciente, escuchar esas soluciones facilistas de cambio por el cambio, no pueden menos que parecernos de un estúpido subido. El problema no es de forma, sino de fondo.  

Obvio. Más de un policía ha dejado a lo largo de los años los peores ejemplos de lo que una institución como esa nunca debería cometer. Hacer parte del robo al Banco de la República, o manejar el negocio del micro tráfico de droga en las ciudades, o dejar que algo como el Bronx perdurará en la ciudad por años. ¿Cuántos están presos y purgando condenas?

Se requiere una tarea inmediata de reentrenamiento y capacitación exhaustiva a todo el personal. Aumentar el número de efectivos y siempre cualificarlos. Claro que hay que hacer cosas de manera inmediata. Un diagnóstico de lo que está sintiendo el policía es fundamental ahora mismo. Una lectura del clima organizacional que permita establecer porque no funcionan los controles internos, ni las consignas, ni las sanciones.

Como Auxiliar de Policía nunca porté un arma. Aun así, puedo dar fe, que la sola presencia del uniformado disuade a los delincuentes de cometer los delitos. Y por eso la gente nos quería. Y por eso quieren a la Policía. Porque ellos representan el bien frente al mal.

Que eso tan importante no lo crean los colombianos es un problema igual a una enfermedad. La primera tarea de los gobiernos y la institución es cambiar con acciones esa mala percepción, no con propagandas en medios, sino en la calle, para que las nuevas generaciones, que aplauden la quema de la infraestructura, entiendan de su error de apreciación.

Ser policía no es fácil, nunca son suficientes, siempre son necesarios y sobreviven en esa delgada línea entre el delito y su prevención o solución.

Sin embargo, al seguir minando su autoridad quedamos expuestos a los brotes que justifican la anarquía, a más inseguridad y nuevos excesos. Un concepto elemental que no parecen entender quienes aspiran gobernar y mucho menos los que hoy tan mal lo hacen.

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