Por: Más allá del silencio

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Este artículo fue curado por Andrea Castillo   Ago 21, 2025 - 8:49 am
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Luis Gregorio Ramírez Maestre, conocido como ‘el monstruo de la soga’, sigue siendo uno de los nombres más aterradores de la criminalidad en Colombia. Condenado por el asesinato de al menos 30 personas en la Costa Caribe, Ramírez se convirtió en sinónimo de crueldad y enigma. Sin embargo, una reciente evaluación forense realizada en la cárcel de máxima seguridad de ‘La Tramacúa’ por el psicólogo Belisario Valbuena ha permitido develar, como nunca antes, la mente oscura detrás de sus crímenes.

Lo que más sorprende del análisis es la ausencia total de remordimiento en Ramírez Maestre. Para él, las muertes que causó no cargan con peso moral ni emocional. Valbuena describe a un hombre con frialdad extrema, una impulsividad contenida pero peligrosa y una rigidez mental que le impedía cuestionarse sus propios actos. La violencia, lejos de generarle conflicto, le producía un placer perturbador, una sensación de poder absoluto que lo mantenía atrapado en un ciclo sin salida.

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El episodio también desmantela viejos mitos que habían circulado sobre su historia. Durante años se creyó que su infancia había sido el detonante de su violencia, que la religión había moldeado sus obsesiones o que había contado con cómplices en su actuar. La investigación forense revela otra verdad: Ramírez Maestre actuaba completamente solo, guiado únicamente por una sed insaciable de dominio y control sobre sus víctimas.

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El método que le dio su apodo refleja esa necesidad de superioridad. Utilizaba sogas para inmovilizar y asesinar, como una macabra firma personal. Sus víctimas, en su mayoría hombres humildes y trabajadores del campo, quedaban reducidas a objetos de su voluntad. La soga era para él símbolo de poder y sometimiento, y su elección nunca fue casual.

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En los diálogos con el psicólogo, quedó claro que “Ramírez no es capaz de sentir empatía. No experimenta culpa ni entiende la magnitud del sufrimiento que generó en las familias de sus víctimas. Por el contrario, en su mente, esos crímenes representaban un triunfo personal, una forma de reafirmar su control sobre la vida y la muerte”.

Hoy, recluido en ‘La Tramacúa’, ‘el monstruo de la soga’ sigue siendo una figura aterradora, no solo por lo que hizo, sino por lo que representa: la existencia de individuos que desafían la comprensión humana, capaces de matar sin motivo aparente, impulsados por un oscuro placer. Su historia, más allá del horror, es un recordatorio inquietante de que la maldad puede ser fría, calculada y absolutamente solitaria.

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