—¡Por favor, que nos ayuden! ¡Que cese el fuego! La situación es dramática. Estamos aquí rodeados de personal del M-19 —clamaba el presidente de la Corte Suprema de Justicia, magistrado Alfonso Reyes Echandía, en un contacto telefónico que logró establecer a las 4:00 de la tarde del 6 de noviembre de 1985, desde el interior del Palacio de Justicia, con una emisora capitalina—. Que el presidente de la República dé finalmente la orden de cese el fuego. Inmediatamente.
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—¡Páseme el teléfono! —se le oyó gritar a alguien al fondo, en medio de las detonaciones que habían comenzado cuatro horas y media antes, cuando 35 guerrilleros irrumpieron en el complejo judicial a sangre y fuego, asesinando primero a los vigilantes privados Eulogio Blanco y Gerardo Díaz Arbeláez, que “no tuvieron la oportunidad de esgrimir sus armas de escasa capacidad defensiva ante la magnitud del ataque”, según la Comisión de la Verdad creada por la Corte Suprema de la Justicia en 2010.
—Un momento, por favor. Un momento —rogó el magistrado Reyes Echandía, dirigiéndose evidentemente a la emisora para que no se interrumpiera el contacto, único hilo que, presentía, lo unía con las exiguas posibilidades de vida (ya había intentado con gritos dentro del tercer piso del edificio: “¡No disparen, por favor, somos rehenes, soy el presidente de la Corte!”, y como respuesta recibió el fuego de los tanques del Ejército que ya habían ingresado al primer piso).
—¡Oiga, es increíble! Habla Alfonso Hacquin, el segundo al mando de este operativo —se identificó el jefe guerrillero que había pedido el teléfono, y de inmediato lanzó su primera sentencia de muerte—: El presidente de la República no le ha pasado al teléfono al presidente de la Corte. Y se va a morir, porque el presidente de la República, ni siquiera con su poder jurisdiccional… Es increíble: el M-19 no es el que se ha tomado el Palacio de Justicia. Se lo tomó [sic] los tanques del Ejército. Es lo increíble. El Ejército entró con sus tanques y aquí están sonando los tiros. ¡Cuando entre a este piso, nos morimos todos, sépalo!
—Estamos en un trance de muerte —también había dicho el magistrado Reyes Echandía, advirtiendo su fatal desenlace y el de varios que lo acompañaban— Tienen que pedirle al Gobierno que cese el fuego. Rogarle para que el Ejército y la Policía se detengan. Los guerrilleros nos apuntan con sus armas. Les ruego detengan el fuego porque están dispuestos a todo”.
¿El M-19 no se tomó el Palacio de Justicia?
En sus atropelladas declaraciones, Hacquin dijo varias cosas ciertas, como que él era el segundo al mando por debajo de Andrés Almarales y por encima de Luis Otero y Ariel Sánchez y el resto del comando, que Reyes Echandía iba a morir, y, más grave aún, que todos iban a morir. Efectivamente, por el lado del grupo asaltante, ninguno sobrevivió, salvo Clara Helena Enciso, alias ‘Claudia’ o ‘la Mona’, que, por un golpe de suerte, evadió a las autoridades y escapó del país. Tampoco se salvaron once magistrados de la Corte Suprema de Justicia, incluida la totalidad de los integrantes de la Sala Constitucional, encabezados por Manuel Gaona Cruz, defensor de la constitucionalidad de la extradición.
Pero de esas pocas cosas que alcanzó a decir el jefe guerrillero al aire hay una que retumba hoy, 40 años después —y que resulta, como él mismo lo dijo, “increíble”—: eso de que “el M-19 no es el que se ha tomado el Palacio de Justicia”. Si bien el operativo militar de la retoma “resultó desproporcionado y violatorio del derecho internacional humanitario”, según la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de 2022, ese mismo organismo señaló que “la toma guerrillera que lo antecedió tampoco preservó las garantías fundamentales de decenas de hombres y mujeres inermes e inocentes que quedaron situados en la línea de fuego entre el M-19 y las Fuerzas Armadas”.
En efecto, la evidencia da cuenta de que el grupo guerrillero se tomó el Palacio de Justicia empezando con su violenta entrada por el sótano, un movimiento que activó el propio Hacquin, que se había infiltrado minutos antes al recinto con otros siete guerrilleros para evaluar las condiciones y dar la señal al resto del comando (los otros 28 insurgentes).
Los asaltantes ingresaron en una camioneta y un camión cargado con armas, municiones y explosivos. Después, comenzaron a distribuirse por el edificio, buscando a los magistrados de la Sala Constitucional que ese día discutían la exequibilidad de la ley de extradición y los archivos donde reposaban los expedientes contra capos del narcotráfico en el cuarto piso, que terminaría incinerado. Pero antes mataron a otra persona inerme, el administrador del Palacio, Jorge Tadeo Mayo Castro, al que abatieron a tiros cuando corría por el patio central.
Luego procedieron a tomar rehenes, principalmente los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, a quienes les apuntaban con sus armas y hasta los usaron como escudos humanos, un hecho en el que coinciden la Comisión de la Verdad de 2010 en su informe final y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de 2022. En medio de todas estas circunstancias, ¿cómo pudo asegurar Hacquin que “el M-19 no es el que se ha tomado el Palacio de Justicia”? ¿Cómo pudo soslayar los disparos de su propio grupo al entrar a sangre y fuego, lo que les costó la vida a varias personas, para destacar, en cambio, que “el Ejército entró con sus tanques y aquí están sonando los tiros”?
El discurso como arma: de victimarios a víctimas
La explicación es que el jefe guerrillero comenzó desde muy temprano en la toma a hacer uso del otro arsenal que llevaban: las palabras. Almarales, comandante de la operación, y Hacquin, ambos abogados, eran líderes políticos reconocidos por su capacidad oratoria y estaba previsto que fueran los negociadores una vez hubieran estabilizado la situación.
De hecho, la toma del Palacio de Justicia se ejecutó sobre dos líneas de acción, una de las cuales se fundamenta en el discurso, la transacción: la exitosa negociación que adelantó el M-19 durante la toma de la Embajada de República Dominicana cinco años antes, en la que arrinconó al gobierno de Julio César Turbay Ayala, recibió publicidad y dos millones de dólares por la liberación de los embajadores que había secuestrado. La otra era la experiencia de diciembre de 1984 en Yarumales (Cauca), donde resistieron y mantuvieron durante un mes la defensa militar de un espacio físico. Creyeron que iban a conseguir una suma de las dos en el Palacio de Justicia, pero las cosas no salieron como planearon.
Hacquin quiso mostrarle al país, en los pocos segundos que tuvo al aire, que los agresores eran otros (las Fuerzas Armadas), con lo cual se situaba él con los suyos en la esfera de las víctimas (!). Apeló al victimismo, esa postura con la que una persona se percibe a sí misma y se muestra a los demás como una víctima de las circunstancias o de las acciones en las que ella misma tiene diferentes grados de responsabilidad. Los victimistas buscan evadir las responsabilidades que les quepan por sus propias acciones y utilizan situaciones de vulnerabilidad para influir en otros. En política, los victimistas persiguen reconocimiento (uno de los fines últimos de su actividad). Es moneda común en psicología entender el victimismo como una estrategia efectiva de manipulación.
La idea de Hacquin fue recogida después por Gustavo Petro, exmiembro del M-19 que no participó en la toma del Palacio de Justicia. El hoy presidente de la República dijo hace años que las víctimas fueron los integrantes del M-19 porque en el asalto les mataron 33 guerrilleros. Sin olvidar, como ha quedado probado, que los guerrilleros del M-19 fueron los que irrumpieron violentamente primero en el Palacio de Justicia, la afirmación de Petro podría tener algún asidero en una de las cuatro hipótesis del retiro de la fuerza pública de ese lugar el día de la toma, la de la ratonera, según la cual la fuerza pública, sabiendo de la inminencia del ataque, redujo la protección para animar al M-19 a entrar y aniquilar a los guerrilleros adentro. La Comisión de la Verdad la califica como “una de las más probables”.
Con todo, en una crítica a la afirmación de Petro, el exmagistrado de la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia Humberto Murcia Ballén (uno de los nueve magistrados que sobrevivieron al holocausto) le dijo en 2006 a la Comisión de la Verdad: “No es como dice ahora el señor Petro. […] La culpa primogénita es del M-19”. Para el magistrado, la “causa determinante” de la brutal toma fue que la Corte Suprema no cambiaba su opinión sobre la constitucionalidad de la ley que aprobaba la extradición.
Las víctimas fueron los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, magistrados auxiliares, secretarias, asistentes, escoltas, personal subalterno, abogados, visitantes y personal de la cafetería que ese día fueron sometidos, primero, por una fuerza entrenada y con mucha experiencia en los ajetreos de la guerra. De hecho, los guerrilleros que participaron fueron seleccionados rigurosamente. Según la Comisión de la Verdad de 2010, se tuvo en cuenta que fueran política e ideológicamente muy comprometidos con la causa guerrillera, que tuvieran adiestramiento militar acorde con la magnitud del operativo y, finalmente, que contaran con experiencia de combate contra el Ejército. La mayoría de los seleccionados había combatido en Yarumales.
Y, como había advertido el magistrado Reyes Echandía, entraron “dispuestos a todo”. El informe final de la Comisión de la Verdad de 2010 señala que en el documento llamado ‘Idea general de maniobra’ o ‘Plan maestro’ del asalto, encontrado por las autoridades el mismo día de la toma, los organizadores del asalto utilizaron en varios apartes la expresión “aniquilamiento del enemigo”, que fue calificada por diferentes sectores de opinión como evidencia de la intención del grupo guerrillero de dar muerte a todos los ocupantes del Palacio de Justicia. “Integrantes del M-19 dispararon contra algunos rehenes ocasionándoles lesiones graves o aun la muerte”, dejó sentado la Comisión de la Verdad.
“Fue un grave delito secundado con fusiles, carabinas, subametralladoras, granadas, pistolas, revólveres y explosivos. Una típica acción de guerra, no contra su adversario natural, las Fuerzas Armadas, sino para tomar como rehenes a los magistrados y volverlos escudos humanos, lo mismo que al personal que laboraba o visitaba el Palacio de Justicia”, concluyó, por su parte, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de 2022.
Palabras de verdaderas víctimas no tuvieron eco
En este sentido, resulta tan revelador como estremecedor el sitio web www.manuelgaonacruz.org, creado por el abogado Mauricio Gaona, hijo del magistrado Gaona Cruz, y puesto al aire hace apenas unos días, en el que se difunde la primera reconstrucción forense del asesinato de Gaona Cruz a manos del M-19 con base en declaraciones (tanto públicas y espontáneas como ante autoridades judiciales) de testigos presenciales, y pruebas documentales y periciales (fotografías de la víctima y de la escena del crimen, acta de diligencia de levantamiento, necropsia y estudio de trayectoria espacial y balística).
Todo ese material fue analizado por expertos forenses, criminólogos, ingenieros, arquitectos, antropólogos y abogados en Estados Unidos y Colombia, con base en los parámetros para Reconstrucción Tridimensional de Escenas del Crimen desarrollada por el FBI y su División de Laboratorio y Equipo de Respuesta de Pruebas (ERT). Eso dio como resultado la reconstrucción forense de la ejecución de Gaona Cruz, hecha con los avanzados software de inteligencia artificial para aproximación arquitectónica TestFit, Aino, Conix.AI y aplicaciones gráficas para modelos tridimensionales Blender Pro y PS2025.
De esa manera consiguieron elaborar el modelo tridimensional del baño ubicado entre los pisos segundo y tercero del costado noroccidental del Palacio de Justicia, a donde los guerrilleros se atrincheraron con unos 70 rehenes, varios de los cuales fueron ejecutados, entre ellos, Gaona Cruz, que, al ser empujado a salir por los guerrilleros, se negó y dijo, según los testimonios: “Por favor, esto no puede seguir. Esto no tiene sentido. Tienen que negociar, tienen que entregarse. Acabo de tener una niña, una bebé recién nacida. Yo tengo que vivir por mi hija. Yo la quiero ver crecer. ¡No! Nosotros no vamos a servir de carne de cañón. Ustedes van a cometer un asesinato. Así no vamos a salir. ¡No! Yo no me muevo de aquí”.
Las palabras de Gaona Cruz tuvieron el mismo efecto nulo en oídos sordos que las de Reyes Echandía. No encontraron ningún eco. Nadie las oyó. Y lo único que recibieron por respuesta, en puntos diferentes del Palacio de Justicia, fueron disparos. En el caso de Gaona Cruz, según la Comisión de la Verdad de 2010 y www.manuelgaonacruz.org, provenientes de integrantes del M-19 porque se negó a servir de escudo humano para proteger a los guerrilleros que le apuntaban a la cabeza y por la espalda; y en el caso de Reyes Echandía, provenientes “de armas que no usó la guerrilla”, según la misma Comisión de la Verdad.
Así que a los magistrados Reyes Echandía y Gaona Cruz, como a los demás civiles inocentes muertos y heridos, y al igual que a los desaparecidos trabajadores de la cafetería, los hicieron víctimas, es decir, los victimizaron tanto quienes se tomaron el Palacio de Justicia como quienes lo retomaron, de acuerdo con las conclusiones de la Comisión de la Verdad de 2010 y de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de 2022. La diferencia es que los victimarios iniciales optaron desde el principio por el victimismo, una estrategia que quedó como peligroso rescoldo de la destrucción del templo de la justicia, amenazantemente encendido entre las cenizas.
Hoy, políticos victimistas buscan ampliar o reforzar su influencia apelando a la conmiseración, la compasión de los electores y los ciudadanos en general; situándose en diferentes circunstancias como objeto de persecución, blanco de complots, víctimas de infundios y perversos entramados para destruirlos. Evaden la responsabilidad que les quepa en cualquier asunto grave que ellos mismos hayan causado. No solo tiran la piedra y esconden la mano, sino que hasta se muestran lesionados por el guijarro que lanzan. El victimismo y los victimistas siguen acechando, más aún en el ambiente preelectoral que vive Colombia, a la democracia y a la justicia.
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El presidente Gustavo Petro encabezó en Puerto Asís, Putumayo, el acto protocolario de destrucción de material bélico entregado por la disidencia conocida como Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano (CNEB), como parte de los avances hacia la paz total.
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