Escrito por:  Redacción Virales
Sep 15, 2025 - 12:30 pm

En un mundo donde los niños aprenden a deslizar una pantalla antes incluso de atarse los zapatos, algunas madres han decidido ir en contra de la corriente. Ese es el caso de Pilar Jiménez, psicóloga y educadora, quien tomó una decisión firme junto a su esposo: su hijo de tres años no interactúa con celulares, tablets, televisores ni computadores.

(Vea también: Dar celular a menores de 13 años puede traer consecuencias fatales: advierten a los padres)

La elección, más que una postura radical, fue el resultado de una reflexión profunda sobre la maternidad y el impacto de la tecnología en los primeros años de vida.

“Desde mi formación profesional en psicología y mi trabajo en educación, siempre estoy en la búsqueda de información sobre la infancia. Al convertirme en madre, me pregunté qué tipo de crianza queríamos construir. Sabiendo que durante los primeros años se forman las conexiones neuronales que sostienen todas las habilidades físicas, cognitivas, sociales y emocionales, decidimos posponer el uso de pantallas”, explicó a ‘Hogar y Familia’ del Diario El comercio de Perú.

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Con el paso del tiempo, cualquier duda inicial desapareció. Pilar observaba los problemas de atención y lenguaje en niños expuestos constantemente a dispositivos, mientras su hijo progresaba con fluidez en el área verbal, mostraba buena capacidad de concentración y se relacionaba con facilidad con otros. “Cada logro nos confirma que priorizar el juego, la lectura y la interacción directa es el mejor camino”, señaló.

¿Qué pasa en el cerebro en los primeros cinco años?

Los especialistas coinciden en que la infancia es una etapa decisiva. Según la neuróloga pediatra Pamela Muñoz, de la Clínica Ricardo Palma, los primeros cinco años constituyen una ventana crítica para el desarrollo: en ese periodo se alcanza hasta el 90 % del crecimiento cerebral, y solo en los tres primeros años se forman cerca de mil billones de conexiones neuronales.

“Un niño que crece sin pantallas tiene la oportunidad de vivir experiencias directas: tocar, oler, escuchar, explorar y, sobre todo, interactuar con personas. Esa riqueza sensorial fortalece las conexiones neuronales y enriquece el aprendizaje”, explicó la especialista.

El neurólogo Fernando Lizárraga, de Clínica Internacional, agregó que este periodo está marcado por la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad del cerebro para transformarse según la experiencia. “Cada construcción con bloques, cada conversación o cada juego al aire libre moldea circuitos neuronales que más adelante serán la base del aprendizaje académico”.

A su vez, la pediatra conductual Marie Trace, de Cleveland Clinic Children’s, recordó que el juego simbólico y el contacto humano fortalecen habilidades esenciales: desarrollo del lenguaje, creatividad, regulación emocional y capacidad de trabajar en equipo.

Desarrollo motor y social

El movimiento también es clave. De acuerdo con Claudia Cortez, directora de Psicología en la Universidad San Ignacio de Loyola, actividades como correr, trepar o manipular objetos fortalecen la coordinación ojo-mano y el sistema musculoesquelético. Estos avances se relacionan directamente con aprendizajes posteriores como la escritura o las matemáticas.

Para Pilar, los resultados son visibles en la vida diaria. Su hijo conversa con soltura, inventa juegos, mantiene la atención en actividades que requieren paciencia y, poco a poco, desarrolla mayor tolerancia a la frustración.

Niño dibujando en casa.
Niño dibujando en casa.

Los riesgos de la exposición temprana

La psicóloga clínica Ana Ramírez advierte que exponer a los niños a pantallas antes de los tres años puede traer consecuencias serias. Uno de los principales riesgos está en el lenguaje, pues al escuchar más a un dispositivo que a sus cuidadores, los niños pierden oportunidades valiosas de interacción verbal.

Los problemas de atención también son frecuentes, ya que los estímulos veloces y brillantes de las pantallas dificultan la concentración en tareas pausadas. A esto se suman las alteraciones del sueño por la luz azul de los dispositivos, que interfiere en la producción de melatonina.

En el plano conductual, se observa irritabilidad y dependencia. Muchos pequeños solo logran calmarse frente a un celular, lo que impide desarrollar habilidades de autorregulación. “Dar un dispositivo para tranquilizar a un niño puede funcionar en el momento, pero a largo plazo le roba la capacidad de tolerar la espera, entretenerse con un juguete sencillo o buscar consuelo en un adulto”, advirtió Raquel Bacigalupe, psicóloga de SANNA Clínica San Borja.

El caso de Pilar refleja un dilema actual: ¿retrasar el contacto con pantallas significa atraso o protección? Para esta madre, la respuesta es evidente. “La infancia es corta y no se repite. Nuestro deber es darles tiempo, atención y experiencias reales. Las pantallas estarán siempre ahí, pero los primeros años son únicos y definen su futuro”.

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