Jul 5, 2023 - 6:46 pm

“Esa pregunta la hago en unos talleres de timidez —dice riendo—. Cuando se están presentando, pido el favor de que no digan que el momento más feliz de su vida es cuando tuvieron a sus hijos, porque es una vaina obvia y esos momentos toca descartarlos. Si es periodísticamente, tengo claro uno, es la entrevista que le hice al papa Juan Pablo II cuando vino a Colombia”.

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Así, Amílkar Hernández inició el relato del momento culmen de su carrera. Para él fue significativa la “encerrona” que le hizo. En ese momento, trabajaba en un noticiero de televisión y el director de Noticias Cinevisión le pidió una entrevista exclusiva.

“No hay nada más peligroso que cuando lo retan a uno”, relata. Mientras cuenta con detalles cómo el papa iba subiendo a donde él se había ubicado en el Episcopado Latinoamericano, Hernández, sorpresivamente, con efusividad, se levanta de la silla de escritorio, en la que se encontraba sentado y empieza a actuar la historia que le marcó su vida.

Eran las cuatro de la tarde cuando llegué a la dirección que me entregó Hernández vía WhatsApp. Sorprendía que su oficina fuera en un conjunto residencial. El vigilante señaló el fondo, sin exigir el anuncio habitual cuando se llega a una propiedad horizontal. Al caminar unos seis o siete metros, en el parqueadero había una puerta de madera que daba acceso a un lugar cerca de la rampa de entrada y salida de los carros. El vigilante pasó rápidamente por un lado y tocó la puerta. Ahí estaba Amílkar Hernández, dando la bienvenida a su oficina.

Entré con un poco de timidez y él siguió detrás de mí. Mientras pasábamos un corto pasillo hacía el lugar de la entrevista, me saludó de manera muy cordial. En la mitad de la tienda, el emprendimiento de su hermana, había una mesa con varios ejemplares de su libro ‘Los presidentes, gobernantes y mandamases de Colombia’, al frente de ellos tenía su computador y una botella de agua. El lugar estaba iluminado por la luz de dos ventanales que daban hacia la calle.

Me invitó a sentarme en uno de los dos ‘puffs’ al lado de un escritorio de madera, pero dudosamente le expresé que no, y al momento de explicarle el por qué, se dio cuenta de que no iba a estar cómoda y me ofreció su silla. Mientras él traía otra, desde lejos preguntó por el acento que escuchaba y dijo que era raro.

Ya sentados, a pocos minutos de empezar la entrevista, Hernández preguntó sobre la carrera que estoy estudiando. Mencionó que ese momento recordaba esa primera entrevista que hizo cuando tenía 19 años y lo nervioso que estuvo.

De esta manera, se mostraba Amílkar Hernández. Ese hombre de 71 años, jovial, con poco pelo canoso, delgado, de baja estatura, con ojos pequeños y de sonrisa amable.

Vestido con camisa blanca, pantalón de paño, zapatos y una chaqueta negra, muy formal para ser un viernes en la tarde, se definió como un periodista. Periodista, periodista, no como un comunicador. Ha tratado de mantenerse vigente a pesar de la transformación del periodismo. Hoy le da nostalgia que su pasión esté cambiando, al punto de acabarse lo que conoció, debido a la evolución de las redes sociales, el internet y la tecnología.

“Amílkar siempre se ha caracterizado por ser un hombre inquieto, especialmente por la investigación periodística, es una persona muy perspicaz”, confirmó Eduardo Reyes, amigo de infancia.

Hernández considera que los detalles más insignificantes pueden ser los más importantes, porque estos permiten descubrir cosas nuevas, como un sexto sentido. Por eso siente la necesidad de preguntar, aunque muchas veces no es bien recibido. “Hay gente a la que le gusta contestar y otra que dice: Y a usted, ¿qué le importa?”, dijo mientras se reía.

Nació en el centro de la capital colombiana. Fue muy débil luego del parto, tanto así que casi se muere. “Estoy aquí de milagro”, comentó sin quitar la mirada. Creció en una difícil situación económica. Su padre murió cuando él era muy joven y fue su madre quien se encargó de él y de su hermana menor, Luz Nubia.

La mamá trabajaba siendo modista en la casa y, de esta manera, sacó a sus dos hijos adelante. “Para mí fue una heroína y no puedo seguir hablando”, dijo mientras se le entrecortaba la voz y sus ojos pequeños se le aguaban.

Mientras crecía, su estado de salud era precario. Nacer prematuro le trajo problemas de visión y, a causa de ello, fue víctima de matoneo cuando estudiaba en una escuela pública. Por ser un niño débil y tener anteojos, se burlaban de él y lo atemorizaban. “Un chino [compañero] me pegaba detrás de las orejas, yo volteaba a mirar, y se hacía el bobo y lo volvía hacer. Hoy puede parecer una bobada, pero para ese momento era muy representativo”, mencionó con seriedad. A esto se le sumó su timidez y por eso hoy ha construido seminarios para que otros aprendan a controlarla.

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Amílkar Hernández y el encuentro con su pasión

En quinto de bachillerato, pegó su primer grito de periodismo. Con un amigo de la época, publicó un periódico en el mural del colegio, lo que hoy en día sería un “periódico virtual”. En esa pared, Hernández expresaba lo que sentía y les echaba vainas a los profesores y a los estudiantes. Lo pegaba antes del recreo, pero sus compañeros lo quitaban, lo rompían o lo acababan. “Todo eso me marcó y es lo que ha construido mi interés por el periodismo”, dijo mientras se reía suavemente.

A punto de terminar su carrera de periodismo y trabajando en Carulla, como empacador de mercados, sabía que quería escribir. En ese momento, este supermercado tenía su propio periódico mensual, que circulaba con sus empleados. Ahí vio su oportunidad. Le envió una carta al director de relaciones industriales de la empresa para poder trabajar. El consejo de redacción leyó su trabajo y aceptaron darle la oportunidad de ser redactor de artículos. “Me aceptaron porque les gustó lo que escribía. Me diferenciaba por el fondo que les daba a mis escritos”, explica.

Este proceso hizo que cambiara su timidez. Él asistía a ruedas de prensa, y al comienzo no preguntaba y se hacía bien atrás. “Yo me decía: ¿Y si estos periodistas recorridos se burlan de mí por la pregunta tan pendeja que estoy haciendo? Entonces mejor no pregunto”, afirmó mientras colocaba sus manos en los bolsillos del pantalón. Pero poco a poco fue cuestionando sus acciones, al punto de llegar a tratar sus defectos. Sufrió dificultades y sinsabores, pero hoy sabe que no hay que tenerle miedo a nadie. Lo dice casi todo el tiempo en sus charlas y conferencias: “La pregunta más pendeja es la más importante y, así, poco a poco, navegamos sin salvavidas”, sonrió.

Está casado con Isabel Cristina González y tuvo tres hijos. Uno de ellos murió joven, en circunstancias que decidió no contar. El hijo mayor, Juan Gabriel, es diseñador gráfico y vive en Australia con su esposa, mientras que su hijo menor, Julián Esteban, resultó siendo periodista, como él. Aunque “el periodismo les robó tiempo a [sus] hijos”, afirma con seguridad, lo ha podido recuperar en estos últimos años compartiendo diferentes planes en familia, especialmente viajar, que es lo que más le gusta.

Cree que debió haberles dado más atención, pero no se arrepiente porque no hubiera logrado el recorrido que tiene ahora. “No fui tan excelente padre, pero conquisté el mundo, hice lo que quise y logré todo lo que pude hasta el día de hoy”.

Hernández trabajó en varios medios de comunicación tradicionales. Inició su carrera en los periódicos La República, El Siglo y El Tiempo. Después, dio un salto a la televisión donde los noticieros lo enamoraron y fue reportero, editor general y director.

Tuvo un fugaz paso por RCN Radio, pero no le gustó. Cumplió su sueño de ser nombrado director de comunicaciones en el Instituto de Seguros Sociales y en Positiva Compañía de Seguros. Después, asesor de comunicaciones en Coomeva. Fue así, como poco a poco, empezó a alejarse de los medios de comunicación tradicionales. Ahora es un periodista independiente.

“Es tan apasionado por su profesión, que sigue activo y nunca para. Parece que estuviera trabajando todavía en empresas y medios de comunicación. Le gusta su trabajo, le fascina”, explicó Luz Nubia Hernández, su hermana menor.

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El cambio del periodismo, según Amílkar Hernández

Es consciente que, debido al auge de las redes sociales, hoy es más fácil que todos seamos periodistas, pero es más difícil que todos seamos responsables.

Para él, las personas hacen comunicación o propaganda, si no tienen aprendidas las bases: saber de redacción y ortografía, contextualizar, investigar y contrastar diferentes fuentes.

“Periodista no es un tipo que toma la foto de un incendio y la envía a un medio, ¡por Dios!”, expresó con actitud malhumorada.

Sin embargo, acepta que existe un periodismo en redes que gusta por la inmediatez, con altos riesgos de “meter la pata”. Lo que le apasiona es que, a través de un celular, se pueda llegar a informar de manera rápida, algo que en el pasado era difícil.

Aunque es un periodista tradicional, entró en el mundo de las redes sociales porque es consciente de que el periodismo está sufriendo un proceso de transformación. No se puede quedar escribiendo para los medios tradicionales, ya que Internet es el escenario perfecto para darle voz a su trabajo.

Se creó su cuenta de TikTok hace un año, arrancó y le gustó. “Es una red social muy agradecida, eso quiere decir que hay ‘feedback ‘”, dijo mientras tomaba agua y se limpiaba la boca con un pañuelo de tela.

Debido a su persistencia, ha podido construir una comunidad que supera los 7.500 seguidores que comparten su gusto por las finanzas personales.

Desea continuar con su trabajo, manteniéndose en los cambios del periodismo. “Yo envidio a los jóvenes porque van a ser capaces de ver, a través de las pantallas, cuando el hombre llegue a Marte, seguramente yo no”, mencionó seriamente.

Pero como no puede hacer lo que quiere, se aproximará a lo que más pueda. Ahora, su inquietud está enfocada en la tecnología. Le intriga el metaverso. Esa es una de sus principales preocupaciones y temas de estudio. Lee sobre el tema, pregunta y lo comparte. “Me gustaría hacer periodismo en el metaverso. Si lo alcanzo a hacer, espero que pueda cubrir un evento, a través de mis gafas”.

Por: Valeria Ovalle Chicaeme.

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.