Desde cuando comenzó la pandemia del coronavirus, los médicos de todo el mundo se situaron en la primera línea para combatir el mal. Son muchos los que se han contagiado, otros tantos han perdido la vida y muchos más han recibido incluso maltratos y discriminación, pese a que, si no fuera por ellos, habría muchas más vidas perdidas, de las que, por ejemplo, se reportaron este sábado en Colombia: 396 muertes y 15.551 contagios, según cifras del Ministerio de Salud.

A todo esto, se suman, por ejemplo, comentarios como los del narrador deportivo Javier Fernández, que dijo que “algunos médicos parece que no estuvieran muy interesados en que las personas se curen rápido, sino que están interesados en los 30 millones que les llegan a los hospitales”, lo que provocó de inmediato el rechazo del Colegio Médico Colombiano y de varios sectores de la sociedad.

Este conjunto se situaciones son las que, sin que ella las mencione puntualmente, hacen que Salud Hernández invite a los jóvenes que están eligiendo carrera a que no estudien medicina. “Lo suyo se volvió un trabajo-basura. Mucha palmadita en la espalda, muchas gracias, gracias, pero a la hora de la verdad, la sociedad les da una patada”, escribe en Semana.

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El cuadro que pinta es lamentable. “En estos tiempos de pandemia, sus condiciones laborales se volvieron mucho más sacrificadas. Viven extenuados, estresados, agotados mentalmente y aburridos”. En este sentido, todavía se recuerda el caso del médico que se encadenó porque no le habían pagado más de 10 millones de pesos de sueldo.

“Ante ese paisaje desolador, más de uno podría preguntarse si merece la pena estudiar Medicina hoy en Colombia”, llama la atención la columnista, y también advierte que “sin una vocación de monja y un espíritu de mártir asceta”, es mejor abstenerse de gastar “más de 100 millones para obtener un título que otorga el derecho a que te maltraten”.

Pero son más las que Hernández denomina “pinceladas de un cuadro siniestro” de la medicina en Colombia: relaciona también el hecho de que las plazas para estudiar esa carrera siguen siendo pocas “por no existir la infraestructura suficiente”, sumado a que “no todos los procesos de selección de estudiantes de especialización son limpios”.

Y si se considera que médicos colombianos están cruzando la frontera para ir a Brasil a vacunarse contra el coronavirus, se redondea la idea de que su situación en Colombia no es la mejor.

La mirada de Hernández sobre la situación de la medicina en Colombia, una forma descarnada de poner en evidencia lo que están viviendo esos profesionales, conduce necesariamente a un dilema: ¿si se desestimula el estudio de esa disciplina, y si, en efecto, los jóvenes empiezan a mirarla con desconfianza, qué profesionales atenderán no solo a los pacientes de coronavirus (que seguirá habiendo), sino a los demás enfermos en el país?