Por: El Espectador

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Este artículo fue curado por pulzo   Oct 8, 2025 - 11:52 am
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El 7 de octubre de 2025, el comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia, Francisco Cubides, anunció un importante hallazgo en la lucha contra la criminalidad organizada: la incautación de 42 kilogramos de oro, valorados en más de 20.500 millones de pesos colombianos. Este oro estaba oculto ingeniosamente en el tanque de gasolina de un vehículo, interceptado por soldados de la Quinta División del Ejército Nacional en una vía que conecta la vereda El Cedro con el corregimiento de Bruselas, en el municipio de Pitalito, Huila. Según la declaración oficial, lo decomisado está vinculado a los Comandos de Frontera, una estructura armada residual (GAO-r), y se calcula que este golpe afecta las fuentes de financiamiento ilícito que mantienen sus operaciones en el sur del país.

El tráfico ilegal de oro, como lo describe el informe del Ministerio de Minas y Energía (2023), es una de las actividades económicas más rentables para bandas y disidencias armadas en Colombia. Estas redes utilizan el oro ilegal no solo como fuente de enriquecimiento, sino también para sostener el conflicto, comprar armas y perpetuar la violencia en las comunidades rurales. El fenómeno tiene un impacto directo tanto en la gobernabilidad como en el medioambiente, comprometiendo el control territorial del Estado y agravando problemas sociales de larga data.

La sofisticación de los métodos empleados para el transporte de minerales ilícitos ha ido en aumento. Camuflar oro dentro de los vehículos, como ocurrió en este caso, requiere conocimientos técnicos y una logística avanzada, según análisis del Centro de Estudios en Seguridad y Drogas (CESD, 2024). Este hecho revela las capacidades de las organizaciones para evadir controles y demuestra una adaptación constante por parte de los grupos delictivos, quienes diversifican sus actividades más allá del narcotráfico tradicional.

No es un caso aislado. En agosto de 2025, la Fuerza Pública también decomisó cargamentos relevantes de marihuana y cocaína en el Huila, camuflados entre pacas de heno y atribuidos a otra estructura residual de las Farc. Dichas operaciones buscan debilitar no solo la base económica de estos colectivos, sino también su influencia en las dinámicas criminales regionales y nacionales, como lo enfatizan informes recientes de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, 2024).

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El Estado colombiano enfrenta el desafío de combatir economías criminales que han evolucionado en complejidad tras la firma del acuerdo de paz de 2016. Las fuentes consultadas coinciden en que, actualmente, estas estructuras financian sus actividades combinando narcotráfico, extorsión y minería ilegal. La incautación reciente en Huila ilustra cómo estos fenómenos requieren intervenciones integrales, tanto desde la vía militar como en políticas públicas de atención social y fortalecimiento institucional. Para la prensa de investigación, abordar estos temas exige rigor y verificación permanente de testimonios y documentos, como señalan figuras reconocidas en el gremio, entre ellas María Teresa Ronderos.

Así, cada operativo como el reciente en Huila evidencia una realidad: el combate a la ilegalidad en Colombia demanda estrategias diversas y la articulación de múltiples actores, en busca de un impacto duradero en los territorios más afectados.

¿Qué grupo se considera un "GAO-r" y cuál es su importancia?
El término "GAO-r" se refiere a Grupo Armado Organizado residual, denominación utilizada oficialmente en Colombia para designar a los colectivos armados que permanecieron activos tras los procesos de desmovilización, especialmente de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Estos grupos mantienen el control de economías ilegales en varias regiones, siendo actores centrales en el tráfico de drogas, la minería ilegal y otras actividades ilícitas. Su identificación y seguimiento resultan esenciales para diseñar estrategias de seguridad y garantizar la protección de las comunidades afectadas, como evidencian reportes oficiales y análisis del CESD.

¿Por qué el tráfico ilegal de oro afecta tanto a las comunidades rurales?
El tráfico ilegal de oro, según el Ministerio de Minas y Energía, contribuye a la degradación ambiental, destruye fuentes hídricas y erosiona el suelo, impactando negativamente la agricultura y el acceso a agua para las poblaciones locales. Además, fomenta conflictos sociales, ya que los recursos generados sirven para financiar la presencia y la violencia de grupos ilegales, agudizando la inseguridad y debilitando la presencia estatal en zonas apartadas. La lucha contra este delito requiere no solo acciones represivas, sino atención integral a las necesidades de desarrollo sostenible y justicia social en las regiones afectadas.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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