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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Nov 7, 2025 - 9:06 am

A lo largo de cuarenta años, la forma de calificar la acción mediante la cual un comando del M-19 ingresó a sangre y fuego al Palacio de Justicia y tomó como rehenes a varias de las personas que se encontraban en ese lugar se decantó por el concepto ‘toma’. Sin tener claridad sobre cuál fue la razón para calificar así la maniobra de la guerrilla —lo más seguro es que, como pasa con frecuencia, haya sido por los titulares de prensa— hoy es prácticamente la única manera de referirse a ella, aunque eso cause escozor. Esto demuestra que la de las palabras es otra pugna que se libra en torno a ese holocausto.

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Lo mismo ocurre con la desproporcionada reacción de las autoridades que, por efectos de la lógica inmediata, se ha dado en llamar ‘retoma’, algo que también incomoda a muchos que ven en esa acción no una nueva toma (‘retoma’ no es más que la repetición de una toma por un mismo actor, algo que no sucedió), sino la recuperación de un sitio ocupado por un enemigo. ‘Toma’ y ‘retoma’ son hoy los términos más recurridos por los medios, las autoridades y la ciudadanía en general cuando se refieren a los luctuosos hechos que desató el M-19 hace cuarenta años en el centro del poder en Bogotá.

Acción del M-19 contra el Palacio de Justicia: toma o asalto

Su uso, sin embargo, incomoda a amplios sectores de una sociedad que se sigue debatiendo por cosas de mayor peso como conocer la verdad de lo que ocurrió esos 6 y 7 de noviembre de 1985 y saber quiénes fueron los que mataron a las decenas de víctimas dentro del Palacio de Justicia, incluidos los desaparecidos. Pero la importancia del uso de unas palabras u otras radica en que imponen narrativas y perspectivas que impiden aproximarse a la verdad, algo que lacera aún más a las víctimas.

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Uno de los que rechaza que al ingreso de los guerrilleros del M-19 se le llame ‘toma’ es el coronel (r) Alfonso Plazas Vega, el mismo que comandó los carros blindados que ingresaron y cañonearon al Palacio de Justicia. El oficial —también recordado por la expresión “defendiendo la democracia, maestro”— lamentó en Semana que se esté “utilizando el vocabulario que emplea el M-19 desde el comienzo, a través de los medios de comunicación, para cambiar la versión, y lo habla todo el mundo, hasta en los juzgados se habla de la toma del Palacio de Justicia”.

“‘Toma’ es una expresión precisamente militar y significa que cuando hay dos fuerzas beligerantes enfrentadas y la una le quita una porción, por ejemplo, del territorio del área donde se estaba combatiendo a la otra, hay una toma: la toma del cerro tal, la toma de la ciudad tal por parte del ejército tal”, explicó Plazas Vega en esa publicación, y precisó que la acción del M-19 fue “un asalto criminal, un asalto como asaltar un banco”.

Ellos no se tomaron el Palacio de Justicia. Asaltaron el Palacio de Justicia y asesinaron a los magistrados. Y, lo más grave, después de eso, se inventaron el cuento de la retoma. La retoma es, en primer lugar, la pretensión del M-19, que tristemente lo ha logrado entre la comunidad, entre los colombianos, darle el mismo nivel al Ejército con la guerrilla. Es decir, la guerrilla hace la toma y el Ejército hace la contra toma. Estamos a mano. Eso no es cierto. El Ejército no hizo retoma”.

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Para sustentar su argumento, el coronel Plazas Vega —absuelto en 2015 por los hechos del Palacio de Justicia— le ofreció a la revista la sentencia absolutoria de la Corte Suprema de Justicia en la que ese alto tribunal señala cómo, desde el comienzo, el Gobierno dispuso que el comandante de la unidad operativa, general Jesús Armando Arias Cabrales, llevara a cabo la recuperación del Palacio de Justicia. “Nosotros éramos una fuerza legítima. Nosotros llegamos al Palacio de Justicia fue a recuperar la edificación, a rescatar rehenes y a mantener el Estado de derecho”. Desde su perspectiva, entonces, no se debe hablar de ‘toma’ ni ‘retoma’.

Pero en el ámbito militar también se conoce como asalto ese movimiento que lleva a cabo un ejército para atacar al enemigo. En el caso del Palacio de Justicia, el M-19 movilizó un número significativo de guerrilleros para efectuar su cometido. Lo que pone en duda la aplicabilidad de este concepto es que el ataque no fue contra una guarnición militar o un espacio bajo control militar, sino contra una edificación en cuyo interior había civiles desarmados, en abierta infracción del Derecho Internacional Humanitario. Por eso, Plazas Vega se cuida de ponerle adjetivo a la expresión: ‘asalto criminal’, lo que iguala la acción del M-19 a un burdo asalto bancario.

¿Gustavo Petro dijo que la acción fue ‘genialidad’?

La discusión sobre la distorsión de los conceptos también se extiende a declaraciones pasadas del presidente Gustavo Petro. Ha hecho carrera que cuando él era congresista y dio una entrevista al Canal Caracol, dijo que el asalto del M-19 al Palacio de Justicia había sido una “genialidad”. Si bien el mandatario se ha caracterizado por defender la memoria y los símbolos del grupo guerrillero al que perteneció, no se le pueden atribuir cosas que no ha dicho ni palabras que no ha empleado. Las heridas abiertas del país requieren de rigor para sanar.

El genio de la operación militar, de la idea de coger el Palacio de Nariño y cómo tomar el Palacio de Justicia, cómo tomárselo, y cuántos hombres y en qué forma hacer la operación, se debe a Luis Otero, uno de los comandantes de la toma”, fue lo que dijo Petro, y después pasó a explicar por qué a él le parecía un “genio” ese jefe guerrillero: “Luis Otero era un hombre que ya había estado, digamos, en la inteligencia de grandes operaciones del M-19. Él es el que se ideó la idea [sic] de la toma de la embajada dominicana, participó en la operación del Cantón Norte, la ‘Operación Colombia’, una operación por medio del cual, en el 79, casi en los inicios del M-19, un grupo logró hacer un túnel en la ciudad de Bogotá hasta los almacenes de depósitos de armas del Ejército y sacó 5.000 armas”.

Como se ve, en medio de la fruición que experimenta cuando habla de las acciones que ejecutó el movimiento al que perteneció, Petro usó el sustantivo ‘genio’ para referirse a quien planeó la acción contra el Palacio de Justicia, y no ‘genialidad’ con el fin de aludir a la acción misma. El foco de su comentario es la evidente admiración que siente por Otero y lo lleva a exaltarlo. Del hecho de que Petro califique de ‘genio’ a Otero no se puede colegir que esté diciendo que el asalto armado al Palacio de Justicia haya sido una ‘genialidad’.

Cada palabra designa un aspecto particular de la realidad. Y cuando Petro le dice “genio” a Otero se refiere solo a él. Otra cosa es que, en un ejercicio pragmático, en el que el receptor juega un papel activo en la construcción del significado y contribuye a su interpretación, se haya inferido que Petro lo que dijo fue que la acción del M-19 fue una “genialidad”. Pero no lo dijo. Llamar “genio” a Otero apunta a que ese guerrillero fue el planeador de cada uno de los detalles del asalto. Sin embargo, los detractores del mandatario han ido consolidando la idea de que habló de “genialidad”, y han encontrado como caldo de cultivo para fortalecerla las constantes manifestaciones de Petro a favor del movimiento guerrillero al que perteneció y sus símbolos.

Además, el hecho de que Petro haya dicho que Otero fue un “genio” no significa que sea así. Si bien Otero tuvo éxito en la acción de la embajada de la República Dominicana —un hecho en el que el M-19 salió airoso, entre otras cosas, porque en el interior de esa legación diplomática estaba, entre otros, el embajador de Estados Unidos, y con esa y otras personalidades expuestas era muy improbable que el Ejército se metiera con tanques—, resultó ser un fracaso en la planeación del asalto al Palacio de Justicia: para empezar, incurrieron en un error de coordinación que impidió que un tercer grupo de guerrilleros ingresara, y no consiguieron consolidar sus posiciones pues no calcularon la violentísima arremetida del Ejército.

Por esa reacción, el M-19 apenas si pudo entrar al Palacio de Justicia, y no logró ninguno de los objetivos que se trazó: 1) forzar una negociación con el gobierno de Belisario Betancourt y consolidar otro de sus espectaculares y demagógicos golpes, como el que alcanzaron con Julio César Turbay en la toma de la embajada de la República Dominicana; y 2) defender una posición por varios días o incluso semanas, como hicieron en Yarumales (Cauca), en diciembre de 1984, donde fueron capaces de enfrentar al Ejército a lo largo de un mes sin moverse del lugar.

Tampoco consiguieron otros dos objetivos, uno que manifestaron y otro que se les atribuye: 1) no lograron que el presidente Betancourt compareciera ante las altas cortes que acababan de secuestrar para hacerle un ‘juicio’ político; y 2) tampoco lograron que el tratado de extradición con Estados Unidos fuera declarado inconstitucional de inmediato. Si bien once magistrados fueron asesinados y muchos expedientes contra narcotraficantes resultaron destruidos, es muy improbable que un objetivo así haya sido considerado de grado tan superior como para que los guerrilleros hubieran contemplado dar la vida por él.

Años más tarde, varios exmiembros del M-19 admitirían que esa acción fue una equivocación. No hay cómo sostener la tesis de que Otero fue un “genio” en una operación que les costó la vida a 34 integrantes del M-19, entre ellos, al menos tres jefes de indiscutible importancia para esa guerrilla (Andrés Almarales, Luis Otero y Alfonso Hacquin) y otros con proyección dentro de la misma (los llamados ‘cuadros’) y la llevara a pactar la paz y a su desmovilización. Solo a la luz del principio quizá más conocido de Sun Tzu, este sí un verdadero genio de la guerra, según el cual la mejor victoria es vencer sin combatir, el asalto contra el Palacio de Justicia fue un desastre.

Pero todo eso ya pasó. Ahora la confrontación en torno al holocausto del templo de la justicia se da en el escenario de las palabras, de los términos que se usan para designar los diferentes aspectos de ese hecho. Las partes siguen esgrimiéndolas, muchas veces sin considerar a quienes deben ser el verdadero centro de todo reconocimiento y consideración: las víctimas.

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