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El Banco de Semillas Agroecológicas del Jardín Botánico de Bogotá se ha consolidado como una iniciativa clave para preservar la diversidad genética de las plantas, asegurar la oferta alimentaria y fortalecer la identidad cultural urbana. Nacido en 2022, coincidiendo con el Día Mundial del Suelo, este banco prioriza la conservación de semillas de especies alimenticias de alto valor nutricional y persigue la difusión de saberes tradicionales que impulsen la agricultura urbana. Según datos del Instituto SiB Colombia, la relevancia de este proyecto cobra otra dimensión en un país como Colombia, poseedor de la segunda mayor diversidad de plantas en el mundo, con más de 29.000 especies registradas, de las cuales aproximadamente 6.400 son endémicas.
El concepto de banco de semillas trasciende el simple almacenamiento. Son considerados verdaderos "reservorios de vida", como explica la Universidad de Antioquia, ya que aseguran tanto la persistencia de numerosas especies vegetales como la transmisión de conocimientos ancestrales indispensables para la adaptación ante cambios ambientales. Las semillas, además, se diferencian en cuatro categorías: criollas (tradicionales de comunidades locales), nativas (propias de la biodiversidad regional), híbridas (cruces dirigidos para mejorar características específicas) y transgénicas (alteradas genéticamente). Esta clasificación ilustra la complejidad y el valor del patrimonio genético que necesita una gestión cuidadosa.
Frente a la acelerada pérdida de especies ocasionada por la tala, la minería y la expansión urbana, los bancos de semillas cumplen una función crítica de conservación ex situ, complementando así la protección natural in situ. El banco del Jardín Botánico resguarda semillas de varias especies emblemáticas como el maíz, el frijol, la quinua, el tomate y las papas nativas, cuya diversidad es notable: Colombia posee 42 razas de maíz criollo y unas 400 variedades nativas de papa, según Agrosavia y Acosemillas. Todos estos recursos sostienen no solo los sistemas agrícolas, sino también los patrimonios culturales del país.
La recuperación y conservación de estas semillas tiene un papel central en la soberanía alimentaria, es decir, la capacidad de las comunidades para definir sus propias formas de producción y consumo de alimentos. Proyectos urbanos como “Bogotá es mi Huerta” reflejan este enfoque, propiciando bancos de semillas comunitarios y huertas urbanas como espacios prácticos de educación ambiental y trabajo mancomunado. En la localidad de Suba, por ejemplo, la Huerta Micaela administra el segundo banco de semillas del Jardín Botánico, destacando la producción agroecológica y la multiplicación de especies nativas bajo un modelo sostenible e inclusivo.




Estudios internacionales y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recalcan la importancia de conservar semillas fuera de su hábitat original como medida estratégica para la seguridad alimentaria global, en especial frente a amenazas como el cambio climático y la pérdida genética. La combinación de ciencia y saberes indígenas y campesinos fortalece la gestión comunitaria y dinámica de la diversidad, potenciando tanto iniciativas urbanas como rurales.
La protección de la biodiversidad en Colombia representa una apuesta no solo ambiental, sino también sanitaria, cultural y económica. Respaldar bancos de semillas agroecológicos urbanos es, en este sentido, una acción replicable para otras ciudades que enfrentan retos similares, y constituye un puente entre ciencia, tradición y ciudadanía para crear sistemas alimentarios resilientes y justos. Así, el Banco de Semillas Agroecológicas del Jardín Botánico de Bogotá se erige como símbolo y motor de soberanía alimentaria y resistencia biocultural, con impacto presente y futuro en la sociedad colombiana.
Preguntas frecuentes relacionadas
¿Por qué es fundamental conservar semillas de especies criollas y nativas?
La conservación de semillas criollas y nativas es esencial debido a que estas constituyen la base genética de los sistemas agrícolas tradicionales y modernos. Estas variedades se han adaptado a condiciones locales y representan fuentes invaluables de resiliencia frente a plagas, enfermedades o cambios climáticos. Protegerlas garantiza un reservorio de características útiles para futuros cultivos y aporta a la autonomía alimentaria de las comunidades.
Además, conservar este patrimonio genético supone proteger prácticas culturales y saberes ancestrales que han moldeado la diversidad agrícola. Según Acosemillas y Agrosavia, el rescate de variedades nativas y criollas sustenta la soberanía alimentaria y refuerza el vínculo entre el territorio, la identidad colectiva y la seguridad alimentaria.
¿Qué significa la conservación ex situ y por qué es relevante frente al cambio climático?
La conservación ex situ implica proteger los recursos genéticos fuera de su ecosistema natural original, mediante bancos de semillas, colecciones vivas o almacenes frigoríficos. Esta estrategia es un complemento a la conservación in situ, que se realiza en el entorno natural donde la especie ha evolucionado. Estudios de la FAO y diversas universidades destacan que el almacenamiento y manejo cuidadoso de semillas fuera de su hábitat original es fundamental ante la creciente amenaza que representa el cambio climático.
Frente a eventos climáticos extremos y la pérdida de hábitats originada por el desarrollo urbano o explotación de recursos, la conservación ex situ asegura la disponibilidad de material genético para restaurar cultivos o responder a crisis alimentarias. Además, facilita la investigación científica y el mejoramiento genético, fortaleciendo así la capacidad de adaptación de los sistemas agrícolas contemporáneos.
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