A nuestros pies, los vemos como simples instrumentos para caminar, sin embargo, no nos hemos adentrado en la tarea de saborear el tacto, la textura de la tierra, aquella madre, superficie, feminidad que todo nos entrega.

¿Quiénes somos acaso para que nos entreguen tanto?, ¿qué magia sutil se esconde debajo de la germinación de una planta o un alimento?, ¿merecemos ser bendecidos por tan acto sublime y delicado?

Somos semillas, pero nos creemos gigantes, dioses. Estamos cegados ante la pureza de la creación. Creemos que tenemos una plena conciencia de nuestro cuerpo, pero incluso allí, no sabemos como actúa nuestro pelo, nuestro bello corporal, nuestro sudor.

Planta, plantas, somos plantas, somos rosas efímeras que se marchitan ante el dolor, y que crecen con un hermoso color frente al gozo y el júbilo. Bailamos buscando la luz, y crecemos con perfección, cayéndonos y abonándonos en cada instante.

Nuestra piel, así como el de las hojas o la corteza de un árbol, se hace fuerte, áspera, se hace débil o grasa, se alimenta del agua de conocimiento y de las ideas que brotan por allí.  Al igual que los arboles y las flores, somos solo por el simple hecho que hundimos raíz, que crecemos con el poder de nuestra familia, de la sana y dulce palabra que se empodera a través de generaciones.

Somos vida y muerte, semilla y flor, somos árbol desnudo en otoño y de eterno baile en primavera. Creemos en la gravedad, en el poder de la luna, y por ello aprendemos. Sin embargo, no hay que desconocer que aún estamos medio dormidos, con velos rutinarios y automáticos. Y tenemos la plena conciencia de que pronto, así como las rosas se marchitan, se marchitará nuestro pensamiento egoísta e individual, y de allí, de entre las espinas y la sangre, podrá surgir de nuevo una idea, un pensamiento clarificador, sanador y catártico.

Hoy estamos ciegos buscando la luz del mundo, de nuestra verdad interior, y mientras ello pasa, nos desnudamos de pretensión, y el humano así, va dejando caer con el paso del tiempo sus pétalos, sus años, para que al final solo sea una vara la que sostenga el mundo, la que tenga la tierra. Todos desnudos caminando en un mar de rosas con olor a perfección.

Ejercicio practico: Date el privilegio de ir a comprar un ramo de rosas para ti, ponle una intención pensando que es algo que no te gusta de ti. Y luego dedícate a observarlas día a día. Cuando marchiten, llévalas a un lugar que te guste mucho y déjalas allí.

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