Avanzan los días y cada vez se ve más distante un acuerdo entre los organizadores de la protesta social y el gobierno nacional. Las actitudes y hechos de los últimos días dejan más que en evidencia que no existe una voluntad de negociación por parte de los líderes sindicales, estudiantiles y sociales. El objetivo oscuro, de quienes están detrás de las manifestaciones populares, es prolongar indefinidamente el caos; mezquindad napoleónica que no les permite darse cuenta de que están cayendo en un fenómeno de naturalización del descontento que conlleva a que se minimice y pierda todo efecto.

Convergencia de actores con ideales e intereses propios en cacería de incautos que se prestan para una lucha, que ni entienden, contra la institucionalidad y el régimen democrático que ha caracterizado a Colombia por muchos años. Masa incontrolada con ansias de reformas y transformaciones que no logran dimensionar; agitación que conduce a la bancarrota al comercio nacional que, en estimaciones de Fenalco, en un mes ya acumula pérdidas por más de ciento cincuenta mil millones de pesos.

Insatisfacción contra todo y nada, incumplimientos tácitos de acuerdos ficticios o imaginarios deseados del colectivo protestante, enmarcan un objetivo de babel que esgrime excusas para estar en la calle y no dar luces de una verdadera aquiescencia de diálogo y concertación. Plan de distracción y oportunismo que bloquea el diario transcurrir de la población y torpedea la construcción e ilusión de un cambio, con las apariencias nada fiables de caudillos que conducen a la fractura aún mayor de la sociedad colombiana. Importación de idealismos que dejan un profundo impacto y establece códigos autoritarios, arbitrarios, que llaman a despertar el nacionalismo que defienda las bases de la cultura social del país y moldee la identidad de Colombia en el posconflicto.

Debilidad conceptual y propositiva incapaz de estructurar una agenda temática más allá de 13 titulares soportados en ejes de acción genéricos que este martes se trasladaron a 104 ítems que rayan líneas delgadas de la Constitución y el Estado. Testarudos líderes que rechazan las mesas sectoriales y quieren ocultar su incompetencia en la banal discusión de si se está en una mesa de conversación o de negociación. Tanto para hablar como para acordar temas se requiere de dos partes dispuestas a comprender los puntos de vista del otro, pero a su vez tener claro el qué se persigue, debilidad tajante que conlleva a que el Consejo Académico de la Universidad Nacional plantee la necesidad urgente de una cátedra 2020 que les permita a los colectivos estudiantiles elaborar propuestas que contribuyan a la solución de los problemas sociales, económicos y políticos de Colombia.

Incautos paladines enmarañados en las ínfulas incendiarias de Gustavo Petro que desde su red social siembra el terror y conmina a la protesta desbordada de una pequeña fracción de, los más de 8 millones de sufragantes que lo acompañaron en las urnas el 17 de junio de 2018, enceguecidos seguidores que desde el odio visceral por el estamento democrático polarizan y agreden, sin argumentos, a quienes se distancian de su visión social. Planteamiento de fórmulas de contrapoder que discrepan del debatir que había caracterizado, al caudillo de izquierda como cabildante; ataque directo que llama a la ebullición de cruentas luchas y el sueño de una confrontación de grandes proporciones que lo lleven a ocupar el sitio que no logró ni como combatiente, ni con el voto popular.

Confluencia de intereses que saca a flote prepotencias que ocultan grandes deficiencias, congresistas que se aproximan a la masa protestante perfilando nexos que puedan ser traducidos en votos o el perdón y olvido de yerros políticos. Tufo de grandeza que desde su altivez los lleva a pedir lo que ellos no hacen, respeto y ser escuchados en el ejercicio de la oposición. Los micrófonos, grabadoras y cámaras de medios de comunicación o el Capitolio Nacional son testigos de las malquerencias de la clase política que ahora se regodea de la protesta social para sacar tajada o beneficio, propio o en tercera persona, en el corto y mediano plazo.

Jugadas maestras que desgastan y sumen en una enorme crisis de legitimidad y respeto, por parte de la ciudadanía, a la institucionalidad y la democracia colombiana. Estamento político que se enorgullece, desde el partido de gobierno, de hacer no lo políticamente correcto sino trampas a la oposición en los debates, y desde las corrientes antagónicas torpedear, sin razón lógica o argumentada, cualquier intento de legislación que busque la estabilización de las políticas estatales.

Lóbregos intereses que llaman a preguntar ¿quién financia las movilizaciones y lo que ella trae consigo? Pero al mismo tiempo, cuál es la conexidad e intereses paralelos que tienen, con esta protesta social, quienes se vanagloriaban, apoyando y protegiendo, a aquellos que traicionaron los Acuerdos de Paz y hoy son prófugos de la justicia.

Umbrosos provechos que convocan a hacer una purga en el comité promotor del paro y quienes se constituyen como figuras representativas del mismo. Es momento de destapar las cartas sobre la mesa y concentrar los apetitos de poder en temas coyunturales, de coherencia, y que estén en el marco de lo lógico de las figuras a quienes representan sindicatos, estudiantes y movimientos sociales.

Temas como la reforma pensional y laboral; la privatización de entidades estatales; honrar los acuerdos previos con estudiantes, Fecode, organizaciones indígenas, trabajadores públicos, sectores campesinos y agrarios; la ley anticorrupción; los temas ambientales; o la reforma tributaria son propios de la discusión entre las partes y es entendible que requiera de un diálogo y aportes para su construcción conjunta. Lo que no es congruente dentro de la negociación es trabajar temas coyunturales del estamento estatal y plan de gobierno elegido en las urnas como se pretende ahora dentro de los 104 ítems planteados el martes en la Mesa de Conversación Nacional, proyecto de contra–gobierno que debería contar con la anuencia del electorado colombiano.

Difícilmente se puede entender un pliego insólito que se desvía del objetivo inicial que congregaba la movilización del 21N. La búsqueda desesperada de adeptos antes que sumar fuerzas lo que ha llevado es a debilitar y desdibujar las banderas de la exitosa marcha social del mes de noviembre, lo de hoy es una bomba de tiempo que estalla en manos de los organizadores del paro. El pliego de peticiones radicado este martes deja ver que se perdió el norte y en rio revuelto se quiere exigir más que lo que estuvo en juego en las negociaciones de la Habana. 

El prolongar indefinidamente la protesta sin propuestas y argumentos denota espacios de fractura que continuarán debilitando al colectivo protestante, el gobierno, aunque torpe en sus acciones, cosechará respaldo de quienes son afines al inconformismo, pero distantes a la ideología política de los caudillos que orquestan la marcha y los plantones.

Oír a la masa indignada no significa acatar y aceptar lo que desde las arengas y vías de hecho se pretende, los excesos son cuestionables y las actitudes caprichosas, de adolescentes malcriados, poco conseguirán con su rebeldía ante la institucionalidad democrática que une fuerzas al percibir las macabras intenciones que se extraen detrás del paro nacional.

La autoestima y el bienestar psicológico del conglomerado social llama a desmovilizar el ánimo conflictivo para, desde las vías de hecho, imponer una visión de país. Si lo que en el trasfondo se tiene es un proyecto político, de cara a las elecciones de 2022, adelante, sáquenlo, configúrenlo y trabájenlo para que sea el pueblo colombiano quien se manifieste a favor o en contra de este en las elecciones legislativas y presidenciales.

Es inadmisible que el apetito de poder y la egolatría de estos personajes prime sobre las necesidades generales del país; desde las diferencias todos los colombianos están llamados a hacer un alto en el camino, aceptar a su par y construir una Colombia incluyente y prospera.

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