Veintitrés días de protesta social han exteriorizado diferentes aspectos ha tener en cuenta y prestar fuerte atención, razonamientos que deben poner sobre la mesa que quienes se manifiestan en las calles no son tan masivos como lo quiere hacer ver la oposición, pero tampoco tan insignificantes como lo señalan los afectos al gobierno. El inconformismo que ha salido a flote deja entrever que hay factores clave desde los cuales dialogar y encontrar un punto medio para construir soluciones.

El debate protestante exhibe posiciones ideológicas y electorales distantes de la construcción conjunta de país, fractura social que revuelca el entramado nacional propiciando una coyuntura apartada de la mediación y concentrada en la polarización. La antorcha que ilumina e incendia a Colombia está cimentada en actitudes personalistas y desafiantes que rechazan el diálogo y las opiniones diferentes a la uniformidad argumentativa frente a acontecimientos, personas y problemas. Espiral del silencio que bifurca la conceptualización de la realidad al interior de la opinión pública desde la percepción selectiva del ambiente y los comportamientos de la agrupación social.

Entorno de desánimo que provoca luchas sin sentido, confrontaciones verbales y de hecho sin norte, claro que dicen estar en defensa de los aislados sociales y fijan posturas y acciones desde la contravención de las reglas y los procesos de integración. Sujetos que no solo reaccionan ante el escenario en el que se encuentran, sino que buscan coartar la libertad de expresión de quien piensa diferente al régimen que quieren imponer; colectivo protestante que, desde la descalificación, sin bases sólidas, de los argumentos, pensamientos y opiniones de quien no se alinea con su forma de pensar, buscan construir una lealtad social que desestabilice el país y en el mediano plazo acabe con la institucionalidad democrática y presidencial colombiana.

Ilusión óptica y acústica frente a la balanza de poder que establece coordenadas y un clima de opinión desde el que los sujetos se orientan y reaccionan de manera que se enfilan para acentuar y atenuar la influencia de caudillos políticos y líderes sociales. Lealtad ideológica que presiona la intención de imponer una visión de país que desconoce la manifestación en las urnas de la población habilitada para participar en las elecciones del 17 de junio de 2018 (53.93%) que en ejercicio de la democracia eligieron a Iván Duque Márquez como presidente. Programa de gobierno que representa a 10.398.689 colombianos que creyeron era necesario asumir desde una óptica opuesta un desafío de país en postconflicto, propuesta política divergente y desafiante con las 8.040.449 personas que se inclinaron por el proyecto opositor.

La vanidad de quienes hoy se autoproclaman como líderes del Paro Nacional les hace creer que antes de ellos y su inconformismo no existía nada.

Incongruencia que pretende borrar de un tajazo más de 50 años de antecedentes y detonantes; deuda histórica que, como planteó Adriana Lucía en Twitter, ahora estalla y le toca enfrentar y resolver a Iván Duque Márquez en este momento de la coyuntura nacional. Arrogancia desde la que se exige escuchar y se imponen temas y condicionantes sin ofrecer nada a cambio y reconocer la culpa que se tiene al haber callado, por conveniencia o convicción, por tanto, tiempo.

Postura dañina para el país que conduce a una hecatombe de inusitadas proporciones. Lo que empezó, el 21N, como un éxito popular poco a poco se desdibuja y hastía al grueso de la población nacional; en un alto porcentaje, así no lo quiera reconocer el colectivo conexo a la protesta social, los colombianos se cansaron de los bloqueos, el vandalismo, el impacto económico y el quedar en medio de un conflicto que muchos ni entienden.

Bueno es culantro, pero…” todo tiene sus límites, el orden público no puede continuar desbordado, hay que fijar posturas y concertar acuerdos; dejar las elucubraciones y poner los pies en la tierra, reconocer la realidad colombiana, acordar soluciones y pasar a la reconstrucción de la sociedad nacional.

La “Proclama de inconformismo en Iberoamérica” dista en muchos aspectos de las particularidades de la realidad de Colombia, convulsión social que conduce a la guerra y polarización que ahora se traslada a las calles y las redes sociales, escenario de “¿Lo dije o lo pensé? Ups… ¡Había que decirlo y se dijo!”, y en el que confluyen factores, de un socialismo fallido y mandado a recoger con nefastas consecuencias en países del vecindario, y que ahora se quiere importar y adaptar al contexto nacional. Pesca en río revuelto en la que no hay derecho a puntos medios o enriquecer la discusión y el debate público democrático.

Cabe preguntarse quien designó a Diógenes Orjuela (CUT), Julio Roberto Gómez (CGT), Luís Miguel Morantes (CTC), Nelson Alarcón (Fecode), Gustavo Petro, y demás artistas y ciudadanos líderes representantes del descontento nacional. Soberanos barones disidentes que en gracia de discusión solo simbolizan una mínima parte del colectivo social e incluso de la masa protestante. Dirigencia sindical, política y social en busca de prebendas o mermelada que les asigne una porción de intereses que los lleven a abandonar al pueblo en el momento en que la consigan. Corderos mansos, nefastos para el país, que manipulan estratégicamente a un colectivo que incauto sigue sus pasos.

La mesa de conversación nacional sigue esperando unos planteamientos y propuestas que sean claros y concretos por parte de los que se han autoproclamado como líderes del Paro Nacional. Colombia no puede permitir que esta situación siga de manera prolongada y con un nuevo pretexto cada día para protestar por el simple hecho de protestar, el pliego de peticiones debe ser coherente con las necesidades populares, pero a su vez con el contexto económico de la nación. Grave conexidad se evidencia entre las movilizaciones sociales y el vandalismo que acompaña cada protesta, pequeño favor hace el terrorismo a este paro desdibujando el verdadero objetivo que se plantea con acciones violentas y desproporcionadas.

Es hora de tomar conciencia, fijar posturas y jugar un papel preponderante en este caos en el que está inmersa Colombia, como actores del entramado social cada uno está llamado a ser parte de la solución. No se puede caer en la distracción y el juego del pan y circo para todos: sorteo de Copa América para el pueblo por parte del Gobierno o concierto gratuito en las calles desde quienes están sumidos en la protesta social; en este instante está en definición el futuro democrático e institucional de la nación y la capacidad de una sociedad de respetar y aceptar al otro con sus diferencias.

El gobierno de Iván Duque Márquez requiere tomar cartas en el asunto, reaccionar rápidamente, fijar límites y demostrar ese liderazgo que hasta ahora no tiene y lo dejó en evidencia la encuesta de Ipsos Napoleón Franco conocida este miércoles. Los excesos están mandados a recoger, el diálogo es la base de toda negociación y consenso, pero requiere de la disposición de escuchar y a su vez ceder para concertar soluciones viables en el corto, mediano y largo plazo. El llamado es para todos, Colombia no puede caer en las macabras intenciones de cabecillas fracasados, la democracia y la institucionalidad deben ser el estandarte de la construcción de un país equitativo y una sociedad justa.

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