Por: El Espectador

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Este artículo fue curado por Marizol Gómez   Ago 22, 2023 - 6:28 pm
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Entre un estero y el olvido está el barrio Miramar, en las periferias de la comuna 5 de Buenaventura. Llegar hasta allí y andar por sus calles destapadas y pasadizos en maderas inestables, que conectan las casas, es cruzarse con una realidad con dos caras similares que han sido irremediables para esta zona del puerto: perviven la rabia y el dolor contenidos por una guerra urbana entre bandas criminales que entraron a sus hogares; y no olvidan que muchas de sus penas, profundas como la herida por disparo de un fusil, son consecuencia del paso de administraciones locales que por décadas los dejaron a merced de la precariedad y en resignación permanente.

Una parte de las comunas 5, 6 y 7 del distrito de Buenaventura y especialmente barrios como San Antonio, Juan XXIII o Miramar, que es una de las cunas y bastiones de los Espartanos, han sido lugares sometidos al silencio y a mirar a la muerte a los ojos por años de las bandas criminales.

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Antes de las treguas entre bandas y el inicio de diálogos de paz con el Gobierno Nacional, quienes opusieran resistencia allí, cuestionaran los modos de operar de la banda criminal reinante o dieran un paso en falso en las fronteras invisibles autoimpuestas por la criminalidad, firmaban su sentencia de muerte. La ley la ponían los Shottas o los Espartanos. No había otra alternativa.

A la gente de Miramar se le enseñó a vivir con un miedo sin escapatoria. La guerra entre bandas se está yendo poco a poco, pero su vida sigue siendo una dualidad. Viven entre el desarrollo y la marginalidad de Buenaventura.

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“Es la vida que nos tocó y mal haríamos en ser desagradecidos. Vivimos en palafitos, ¿a quién le gustaría eso? Sin embargo, son nuestras casas, que con mucho o poco las hemos levantado a punta de trabajo. Eso nos da orgullo, pero no dejamos de pensar qué sería de nosotros si nos miraran con otros ojos…”, le dijo una vecina del barrio a Colombia+20.

La violencia que protagonizan Shottas y Espartanos tiene su origen en 2020, cuando las autoridades le propinaron fuertes golpes a las finanzas de La Local, la banda que dominaba gran parte del puerto. El golpe de gracia sucedió a finales de 2019, cuando la Fuerza Naval del Pacífico capturó a Félix Orlando Luna Angulo, conocido como Gordo Lindo, quien hoy funge como mediador en la mesa de diálogos con el Gobierno.

Desde ese momento, en Miramar y sus barrios vecinos el control ha estado bajo el mando de los Espartanos. Allí, entre 2020 y 2021, consolidaron sus rentas de microtráfico, idearon sus estrategias de expansión y formaron una empresa del crimen al servicio de las extorsiones, el sicariato y las torturas que antes de comenzar a dialogar sobre su sometimiento ante el Gobierno los tenía como la manifestación de crimen organizado más grande en siete de las 12 comunas del distrito.

“En noticias nacionales no se hablaba de otra cosa sobre Buenaventura que no fueran las mal llamadas “casas de pique”, no podemos olvidar que varios de estos lugares fueron en Miramar y sus alrededores. Los señores de los Espartanos encabezaban muchas de esas actividades, se decía que también con el apoyo de grupos de narcotráfico de afuera, y se ganaron un nombre en ese mundo. Se llevaban muchachos de los barrios, muchos de ellos eran de acá y nunca les tembló la mano amenazar o matar a sus mismos vecinos por creer que les ayudaban a los Shottas.

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Las dinámicas de la guerra urbana cambiaron el orden de poderes en Miramar y en la comuna 5. Hasta hace muy poco lo que fue un “territorio espartano”, como le dicen en el barrio, se convirtió en terreno de disputa con balaceras constantes. En el éxito de los diálogos sociojurídicos con las bandas –como los denomina el alto comisionado para la Paz– está depositada la última esperanza de esta gente para que su comunidad cambie, no sea atacada más y se liberen de un estigma que los tiene agotados.

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La Oficina Pacífico de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares) publicó una investigación el pasado 7 de julio en la que dio cuenta de un hecho que cambió las dinámicas del conflicto entre bandas a lo largo de las comunas 5 y 6 de Buenaventura. Allí, a la altura del barrio Los Ángeles –cerca de Miramar– los Espartanos dejaron de tener un control absoluto para disputarse las zonas cercanas al tránsito portuario con dos antiguos miembros de sus filas: Fidel y Julito, quienes hasta enero de 2023 eran líderes de esa estructura.

Según el investigador Dennis Huffington, consultado por este diario, esos dos antiguos líderes de los Espartanos se unieron a los Shottas “pensando en la influencia que este grupo y Los Chiquillos adquirieron el centro y el oriente de Buenaventura para manejar dineros del microtráfico. Eso ocasionó, entre otras cosas, asesinatos múltiples en el barrio Los Ángeles, hostigamientos a la población en Miramar –donde antes estas dos personas tenían alta influencia– y una guerra por el control de los depósitos de gasolina que tienen salida al puerto desde la comuna 5”.

“Lo digo porque lo viví. Muchos muchachos de acá se sentían identificados con Fidel y Julito porque ellos fueron los que los incentivaron a unirse a los Espartanos. Eran su referencia, veían en ellos a hombres poderosos y una clase de ejemplo a seguir. Y luego ellos mismos tener que ver que sus dos referentes se iban a la banda enemiga era un golpe difícil de asimilar que no los dejó con ganas de otra cosa que no fuera cobrar una especie de venganza. Y claro, como siempre pasa, los que sufren somos nosotros que no tenemos nada que ver con su disputa”, narró.

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En Miramar no quieren pensar en ese sentimiento de venganza que dicen todavía es latente dentro de las dos bandas, a pesar de estar en una tregua de no agresión y de disminución de delitos desde el 10 de agosto. En medio de tantas dudas ven que la guerra en su barrio se está diluyendo, pero necesitan más garantías; como las que proponen desde la Iglesia católica y Naciones Unidas como acompañantes de ese proceso de diálogo.

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De hecho, monseñor Rubén Darío Jaramillo habló con Colombia+20 sobre la confianza que necesita la gente de las comunas en disputa como la 5, 6 y 7, señalando que “silenciar fusiles nunca será suficiente si con eso el Estado no llega con ofertas. Hay que cobijar a los jóvenes que eligieron la violencia para que en un futuro cuenten con garantías. Que a estos barrios lleguen los servicios; por Dios, que llegue el agua y no sólo cuando está lloviendo”.

Si uno recorre a pie los tramos que conectan a la comuna 6 de Buenaventura con la 5, se da cuenta de que uno de los pasos obligatorios para llegar a los barrios cercanos a los esteros, como Miramar, son las antiguas vías férreas. Sin embargo, lo que hace años fue un sitio transitado y vital para la carga por tierra de mercancías e insumos industriales, hoy es un camino absorbido por la maleza, el olvido y desinterés por reconstruir.

Parte de las vías del antiguo Ferrocarril del Pacífico, que operaba entre Buenaventura y Yumbo, dan la entrada a Miramar y sus barrios cercanos. A escasos dos kilómetros de esa pasarela en acero y madera de trenes hay una rampa y escaleras en cemento que llevan a los palafitos y maderas inestables del barrio. Para extraños y aun para propios del territorio, el tránsito por allí es una odisea. Pasar de casa en casa es un reto y aún no entienden por qué un conflicto urbano tan sangriento como el de Shottas y Espartanos se ensañó con un lugar como ese.

“En nuestro barrio hay suelos destapados, no todo es madera, y en esos espacios se aprovechó para construir una canchita de fútbol. Allí nuestros niños y jóvenes han jugado para ser glorias como Freddy (Rincón), ‘La Gambeta’ (Carlos Enrique Estrada) o cualquier joya que sacamos de acá para el fútbol mundial.

Las bandas no se los permitieron. Con un sueldito, lujitos, una moto y promesa de poder se los llevaron. Acá la mayoría de casas son de madera; una bala puede perforar las fachadas como si nada y nos obligaron a las mamás a escondernos, a cubrir a los hijos con colchones para que no los mataran en algunas de esas plomaceras (sic).

Apenas en 2021, cuando la guerra entre Shottas y Espartanos estaba en auge, ‘Buenaventura ¿Cómo Vamos?’ indicó que la tasa de homicidios en el puerto alcanzó los 61 por cada 100.000 habitantes, una cifra que para ponerla en contexto triplicó la media nacional de ese año y fue casi el doble que la de la guerra civil en Guatemala, durante su año con más matanzas (1996, antes de la firma del acuerdo de paz, según documentos de Naciones Unidas).

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Los diálogos de paz avanzan, pero la desconfianza es latente y para los vecinos de Miramar eso en buena parte es el legado que dejaron los líderes de los Shottas y Espartanos que nunca vieron en el cese a ese conflicto una salida viable. Puntualmente, esas referencias son hacia Diego Fernando Bustamante (conocido como Diego Optra), por el lado de los Shottas; y Jorge Campaz (con el nombre de guerra de Mapaya), por el lado de los Espartanos.

“En calidad de acompañantes les pedimos a las bandas filtrar bien a quién iban a ingresar a estos diálogos para construir paz. Necesitamos gente con voluntad y tanto los señores Bustamante como Campaz no son eso. No son ejemplo de darle la cara a la verdad o de cumplirle en plenitud a la justicia”, comentó monseñor Jaramillo.

Los nombres de estos dos líderes retumban en Miramar. A Mapaya lo recuerdan como una persona tosca, presta al conflicto e incendiario. La tensa calma y la desconfianza se la atribuyen a él; aun cuando no hay rastro de su paradero.

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“Hablo por varios aquí cuando digo que ese nombre nos sigue causando pánico. Cuando en 2013 la banda La Local nos desplazó a un tercio de la población de Miramar, fue por orden suya. Los muchachos más fanáticos y violentos de los Espartanos siempre estuvieron acá influidos por él. Esa es su herencia. Si la gente desconfía es porque cree que alguien como esa persona puede estar presente. Y con Diego Optra… qué esperar de un hombre que le declaró la guerra a Miramar diciendo que colaborábamos a los Espartanos, que éramos sus campaneros. Los Shottas violentos que en el último año quisieron volver acá estuvieron más presentes que nunca cuando lo dejaron en libertad”, concluyó un líder barrial de Miramar.

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