Por: El Espectador

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Este artículo fue curado por pulzo   Sep 13, 2025 - 7:35 pm
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La reciente operación de retorno voluntario del pueblo Embera, impulsada desde Bogotá hacia sus territorios ancestrales en Risaralda y Chocó, representa un momento clave en la política pública nacional frente al desplazamiento indígena. Según información oficial presentada por la Alcaldía de Bogotá y respaldada por el Gobierno Nacional, esta acción abarcó a más de 780 hogares y requirió una inversión superior a $1,800 millones en transferencias monetarias del programa de Ingreso Mínimo Garantizado (IMG), buscando asegurar la estabilidad de las familias retornadas en sus regiones de origen. El proceso ha sido cuidadosamente respaldado con el objetivo de respetar el principio de voluntariedad, en reconocimiento a las complejidades sociales y culturales que enfrenta la comunidad Embera, una de las más golpeadas por el desplazamiento forzado y la marginación urbana en la historia reciente de Colombia.

La logística desplegada incluyó tres extensas jornadas de traslado desde diversos puntos de alojamiento temporal en la capital —Parque Nacional, UPI La Roja y UPI La Florida—. Este despliegue no solo puso a prueba la capacidad institucional, sino que también evidenció los desafíos humanitarios que implica atender a una población vulnerable en situación de desplazamiento prolongado. Las autoridades distritales y nacionales han debido diseñar alternativas diferenciadas para aquellos Emberas que optaron por permanecer en la ciudad, desarrollando enfoques específicos de integración o reubicación que respeten sus necesidades y derechos individuales, siempre evitando cualquier coacción en la toma de decisiones.

A la par del componente logístico y social, el proceso ha estado marcado por retos administrativos y éticos. Según la normatividad fijada por el Distrito, las ayudas económicas —entre las que se encuentran las transferencias del IMG y otros recursos destinados exclusivamente a víctimas con pertenencia étnica— están supeditadas a la participación activa en el retorno o en procesos oficiales de reubicación. Cualquier intento de mantenerse en “lugares especiales de alojamiento” sin la voluntad explícita de retornar puede suspender el acceso a estos beneficios, una medida diseñada para proteger la transparencia y el uso equitativo de los recursos públicos, de acuerdo con lineamientos expuestos por la Alcaldía y el Gobierno Nacional.

Para entender el trasfondo de este proceso, se hace necesario considerar el patrón histórico del desplazamiento indígena, que según el Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indígenas, tiene causas arraigadas en la violencia armada, la explotación de recursos naturales y la exclusión socioeconómica que afectan especialmente a las regiones de Risaralda y Chocó. El retorno representa entonces tanto una oportunidad de reparación como un desafío persistente: exige la restitución de territorios, el fortalecimiento de la autonomía indígena y políticas que incluyan inversiones en servicios fundamentales, aspectos que han sido resaltados por medios como El Espectador como urgentemente necesarios.

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El marco internacional, representado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sostiene que el retorno debe ser seguro, digno y voluntario, incluyendo la garantía de derechos fundamentales como la participación comunitaria y la protección de la identidad cultural indígena. Si bien Colombia ha incorporado estas directrices en su arquitectura legal, la aplicación concreta enfrenta tensiones complejas, evidenciando la importancia de una vigilancia activa y de la participación de todas las instancias sociales y estatales. Herramientas periodísticas, como la base NINA del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística, resultan vitales para el seguimiento de estos procesos, permitiendo una observación rigurosa y la denuncia de posibles inconsistencias. A través del trabajo conjunto entre periodistas, comunidades indígenas, defensores de derechos humanos y organismos oficiales, se logra visibilizar la dimensión humana de estas políticas, evitando que el fenómeno quede reducido a simples cifras administrativas.

La experiencia de retorno del pueblo Embera, por tanto, es reflejo de los avances y carencias que enfrenta Colombia en el trato hacia las poblaciones indígenas urbanas. La colaboración entre distintas instancias estatales y la apuesta por modelos sostenibles y adaptables serán cruciales para transformar este proceso en referencia y no en excepción, privilegiando la dignidad, la autonomía y la inclusión real de los grupos originarios, sea en retorno, tránsito o integración urbana.

¿Cómo se determina quién accede al Ingreso Mínimo Garantizado en el contexto de los retornos indígenas?
La organización y distribución del Ingreso Mínimo Garantizado (IMG) entre las familias indígenas retornadas se basa en una combinación de criterios de vulnerabilidad y el registro oficial como víctimas con pertenencia étnica, datos gestionados por la Alcaldía de Bogotá y las instituciones nacionales. El acceso a este ingreso depende también de la participación activa en el proceso de retorno o reubicación, como mecanismo para evitar que los recursos sean destinados a beneficiarios fuera de los programas reconocidos o a quienes no demuestren una intención legítima de retornar o integrarse. Esta política busca optimizar el impacto de la inversión pública, garantizando la transparencia y alineando los apoyos con los objetivos del proceso.
Por otro lado, esta lógica requiere de sistemas rigurosos de control, dado que la vulnerabilidad de los Emberas desplazados y la heterogeneidad de sus situaciones ponen en evidencia la necesidad de validar constantemente la información. La contraloría estatal y los organismos de control desempeñan un papel clave en la supervisión, mientras que los líderes de la comunidad indígena participan también en la verificación de beneficiarios, procurando así la equidad y legitimidad del procedimiento.

¿Qué desafíos implica el retorno de comunidades indígenas a sus territorios ancestrales?
El retorno de comunidades como la Embera no solo demanda una respuesta logística, sino también una transformación profunda en las políticas de atención. Más allá del traslado físico, significa enfrentar la falta de garantías en temas como seguridad, acceso a servicios de salud, educación e infraestructura; problemáticas históricas en los departamentos de Risaralda y Chocó, sobre las cuales han reportado medios como El Espectador y el Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indígenas. El éxito del retorno depende así de una intervención multisectorial y coordinada, capaz de responder a las realidades propias de los territorios indígenas y de reparar el impacto del desplazamiento.
A pesar de que Colombia ha avanzado en reconocer el derecho al retorno voluntario y digno, la implementación muestra retos asociados a la financiación sostenida, la protección efectiva y el respeto a la autonomía cultural. Esto exige un trabajo constante entre el Estado, organizaciones sociales y las propias comunidades, fomentando la construcción de soluciones a largo plazo que superen los programas temporales y se conviertan en garantías reales de justicia y dignidad.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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