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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Ago 11, 2025 - 6:11 am

Luego de dos meses, el senador y precandidato presidencial por el Centro Democrático Miguel Uribe Turbay perdió la batalla por la vida y falleció este lunes 11 de agosto debido a las graves heridas de bala que recibió el sábado 7 de junio en un parque del barrio Modelia, occidente de Bogotá. Con apenas 39 años y medio de edad, se convierte en el tercer aspirante a la presidencia de Colombia más joven asesinado en el país, después de Bernardo Jaramillo Ossa (presidente de la Unión Patriótica), muerto cuando tenía 34 años y medio, y Carlos Pizarro, excomandante del M-19, muerto también en un ataque cuando ya llegaba a los 39.

Si se considera que los tres pertenecen al mismo grupo etario (rango de 30 a 40 años), se dibuja una paradoja que pone a los dos políticos de izquierda, de un lado, y al de derecha, del otro, diametralmente opuestos en lo ideológico, en los extremos de un puente construido por la historia con 35 años de extensión. Cuando Jaramillo Ossa caía abatido (marzo de 1990) frente a una droguería en el Puente Aéreo de Bogotá por un sicario menor de edad, y un mes después (abril de 1990) el fatal turno era para Pizarro en la silla 23-A del vuelo 532 de Avianca entre Bogotá y Barranquilla, Uribe Turbay tenía apenas seis años de una vida que sería truncada 33 años después, también a balazos.

El asesinato de Pizarro, ejecutado en una osada acción en pleno vuelo, cerraba un rosario de magnicidios ocurridos en un breve lapso que incluyó, además del de Jaramillo Ossa, los de los también candidatos presidenciales Luis Carlos Galán (asesinado en agosto 1989 cuando tenía 45 años) y Jaime Pardo Leal (asesinado en octubre de 1987 cuando tenía 46 años). Todos esos crímenes parecieron en su momento un eco lejano de otro magnicidio que marcó al país y lo sumió en décadas de violencia, el de Jorge Eliécer Gaitán, consumado el 9 de abril de 1948 cuando el político liberal tenía 45 años.

Carlos Pizarro inspira a Gustavo Petro, por el sombrero

Pero el caso de Pizarro encarna otra paradoja. Había sido el último candidato presidencial asesinado en Colombia y su memoria es fuente de permanente inspiración del primer gobierno de izquierda, bajo cuya administración —que ofreció el cambio— no se esperaba el asesinato de aspirantes a la presidencia, una práctica de la violencia política que precisamente le había impedido a la izquierda llegar al poder. La figura de Pizarro debería dar para mucho más que declarar Patrimonio Cultural de la Nación el sombrero que lo caracterizó y evocar su memoria con relativa frecuencia en distintos mensajes.

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“Lo mantuvo [el sombrero] en los días que vivió después del proceso de paz, e incluso fue candidato presidencial con este sombrero antes de que lo asesinaran”, dijo hace exactamente un año el presidente Gustavo Petro, cuando elevó la prenda de Pizarro a la categoría de bien tangible al que le atribuye valores que deben ser transmitidos y luego resignificados, de una época a otra. El mandatario invoca tanto al jefe guerrillero que el pasado 26 de abril (fecha de su asesinato), trinó: “Envío este mensaje al comandante, esté donde esté”; “Comandante, […] estamos cerca y te informo”; “[…] la espada de Bolívar esta [sic] con nosotros, la tenemos comandante”; “la Gran Colombia se está liberando, estamos cumpliendo comandante”.

El jefe de Estado continuó aludiendo en ese trino a Pizarro y su sombrero, último jefe del M-19 antes de su desmovilización, así: “He sabido sobrevivir, no se como [sic], y que sigo en la trinchera vivo y, que solo salgo de ahí, sin fusiles y sin armas como tú, muy libre, a abrazarme con el pueblo”; “Pude llevar tu sombrero que usabas, al consejo de ministros y lo hice patrimonio nacional”; “Siente que aun aquí, seguimos resistiendo hermano”. Pero un buen homenaje al “comandante” puede ser mejor la protección de candidatos presidenciales, una condición en la que (y por la que) perdió la vida el jefe guerrillero que apostó a la paz.

Carlos Pizarro y Miguel Uribe, en extremos de puente de la historia

Ahora, Pizarro y Uribe Turbay se sitúan, con edades casi iguales, como estribos en los extremos de ese puente que acaba de terminar la historia de violencia del país, y que declina nuevamente, después de 35 años sin aspirantes presidenciales asesinados, en la muerte del joven senador. Pizarro, ubicado en la Colombia donde moría la Constitución de 1886, llegó a este puente terminando un tramo de magnicidios; con Uribe Turbay colocado en la Colombia donde se hacen intensos esfuerzos por consolidar la joven Constitución de 1991, se podría iniciar —es lo que temen muchos— un nuevo tramo de atentados, si persiste el discurso de odio, la estigmatización, las intenciones de desconocer la Constitución y los ataques a las ramas Judicial y Legislativa del poder público.

Pizarro y Uribe Turbay trazaron, sin embargo, trayectorias muy disímiles. Por ejemplo, mientras a sus 28 años, en 1979, Pizarro era capturado por primera vez en su condición de guerrillero del M-19, en el gobierno de Julio César Turbay Ayala (abuelo de Miguel Uribe Turbay), a sus 28 años Uribe Turbay era elegido en 2014 presidente del Concejo de Bogotá, caracterizado por ser uno de los líderes opositores del alcalde de la capital Gustavo Petro —exmiembro del M-19 que fundó y luego comandó Pizarro—, a quien le criticó el manejo del sistema de recolección de basuras y los programas sociales.

Mientras que Pizarro, cuando promediaba sus 30 años, estaba preso en La Picota de Bogotá y era juzgado en un consejo verbal de guerra, Uribe Turbay a los 30 años fue elegido secretario de Gobierno de Bogotá, siendo el más joven en ocupar ese cargo en la historia de la capital. Mientras que Pizarro, a sus 36 años, participaba en la fundación de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar en 1987 (que incluía las guerrillas del M-19, Farc, Eln, Quintín Lame, Epl, y Prt) como un frente común para la guerra y para negociar la paz con Virgilio Barco, a sus 36 años Uribe Turbay fue elegido senador en 2022 con la votación más alta en Colombia, como cabeza de lista del Centro Democrático.

Si hubo algo que caracterizó a Uribe Turbay a lo largo de su recorrido político fue la férrea oposición a Petro, que ahora como presidente se declara más inspirado por Pizarro. La última gran gesta que anunció Uribe Turbay fue rechazar la convocatoria mediante decreto a la consulta popular. Advirtió que demandaría por prevaricato a los ministros que suscribieran ese documento. “Primero la Constitución. Primero el pueblo colombiano”, dijo. También aseguró que recibiría con una moción de censura en el Congreso al nuevo ministro de Justicia, Eduardo Montealegre, por ser el cerebro detrás del denominado decretazo.

Pero la muerte le truncó de manera abrupta y prematura esos propósitos inmediatos a Uribe Turbay, lo mismo que sus aspiraciones legítimas a más largo plazo de construir un mejor país, ya no desde el Senado, sino desde la presidencia de la República. Los sicarios, y las fuerzas que les dieron la orden de ejecutar el execrable magnicidio, privaron a Colombia de un joven político, limpio, íntegro, honesto, entusiasta, que pasará a la historia no solo por haber sido un joven aspirante presidencial asesinado, sino por haber estado definitiva y claramente situado del lado opuesto del puente en donde se mueven los violentos.

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