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Este artículo fue curado por pulzo   Oct 29, 2025 - 9:25 am
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Este miércoles se celebran en Valencia los funerales de Estado por las víctimas de las inundaciones del 29 de octubre de 2024, con la presencia del rey Felipe VI y del primer ministro Pedro Sánchez, un año después de la catástrofe. En esta fase de reconstrucción se adoptan nuevas técnicas, entre otras, dejar las plantas bajas sin muros para que el agua pueda circular. Reportaje de nuestra enviada especial a la región de Valencia, Pauline Gleize.

El 29 de octubre del año pasado murieron 237 personas en España, de las cuales 229 solo en la región de Valencia. Dos personas siguen desaparecidas. La riada [inundación repentina causada por la crecida violenta de un río o corriente de agua] provocó  enormes daños materiales.

Un paisaje marrón, la impresión de que un tsunami de barro se había abatido sobre las ciudades afectadas, coches esparcidos, incluso superpuestos: esa es la imagen dantesca que dejó la crecida en los suburbios de Valencia, donde, sin embargo, aquel día no había llovido.

A la ola de barro le siguió una ola de voluntarios que acudieron a ayudar a los damnificados. Comida, agua, medicamentos… A comienzos de noviembre de 2024, en la explanada de la iglesia de La Torre, los vecinos de ese barrio de Valencia podían encontrar lo indispensable. Sandra Giner buscaba los recursos esenciales del momento: cubos, fregonas, guantes para limpiar la casa familiar donde vive su padre.

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Un año después, la cita es en el mismo lugar. El ambiente es radicalmente distinto: la plaza está tranquila. “Está más limpio. Es diferente. No está bien, pero está mejor”, comenta Sandra Giner. Y eso, aunque las lluvias de octubre volvieron a sacar barro a la superficie. Mejor, pero aún no perfecto: ese es también el balance en la casa familiar. La majestuosa puerta de madera, que había cedido, ha recuperado su lugar, y algunas habitaciones han sido restauradas. Pero el hundimiento del suelo, meses después de la inundación, retrasó las obras.

Renacimiento

Los damnificados viven con las huellas que dejó la crecida y con lo que se llevó: las fotos, los recuerdos que se esfumaron. Un año después, Sandra Giner sigue con problemas para conciliar el sueño. “Me cuesta mucho concentrarme”, confiesa. Sin embargo, intenta quedarse con lo positivo: “Da satisfacción ver que renaces. Este evento es triste, pero también es cierto que hemos encontrado cosas muy bonitas”.

En su óptica vecina, Roberto Cuartero García logra recordar el periodo de limpieza y reconstrucción con una sonrisa, porque esa prueba “nos acercó un poco más a la gente que nos rodea”, destaca el optometrista. El gran “Gracias” escrito en el barro sobre el escaparate de su antigua tienda para agradecer a los voluntarios sigue siendo perfectamente visible. Una resiliencia que no borra lo peor: el recuerdo de quienes “se fueron y las circunstancias en que murieron”.

Como Roberto Cuartero García, muchos comerciantes han vuelto a abrir poco a poco sus puertas. No todos. El alcalde de Paiporta estima que más del 80 % de los comerciantes han reanudado su actividad. Paiporta fue el municipio más afectado: al menos 62 muertos. En los días posteriores, las calles llenas de barro y escombros daban una idea de la magnitud de los daños materiales.

Contrastes

Hoy la ciudad se encuentra en un punto intermedio. Algunas pocas casas, simplemente vaciadas, siguen cubiertas de barro; en una esquina, un hueco marca el lugar donde una vivienda se derrumbó en esa fecha fatídica.

En la región, otros edificios cuya estructura resultó demasiado dañada han sido, o podrían ser, demolidos. Estas cicatrices contrastan con un número importante de fachadas recién restauradas. Y los olores de barro persistentes se mezclan con los de pintura o alquitrán fresco.

El agua y el barro llegaron hasta la Albufera, un parque natural con una laguna de agua dulce. Es allí donde desemboca el Barranco del Poyo, uno de los cauces que se desbordó.

Siguen recogiendo basura de la inundación

A mediados de octubre de 2025, al timón de una pequeña embarcación turística, Vicente Navarro pasea a algunos pasajeros. El barquero explica datos sobre las aves, los peces que saltan, y sobre las barcas que se adentran casi en el cañaveral. Entre esas plantas, algunas personas “recogen basura dejada por la inundación”.

“La crecida trajo mucho barro y desechos”, cuenta Vicente Navarro. “Hay que tener en cuenta que esa agua pasó por todas las zonas industriales” de varias ciudades. Aunque se han hecho trabajos de limpieza, “los residuos que están en el fondo son difíciles de retirar porque no se ven”, advierte el guía turístico.

Durante dos meses después de la crecida, suspendió su actividad. “En teoría, se podía trabajar, pero las órdenes —justificadas— eran no hacerlo. Los equipos de rescate seguían buscando víctimas, y creo que encontraron una por aquí, así que no se trataba de navegar ni de disfrutar del ecosistema” de la Albufera. Desde entonces ha retomado su actividad y no ha observado cambios en la biodiversidad. “Los animales siguen viniendo, no en gran cantidad, pero con variedad”, estima Vicente Navarro.

Agua contaminada

La calidad del agua es analizada por Gloria Sánchez, investigadora del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos. Desde noviembre, junto a sus colegas, ha recogido muestras en los ríos y en el lago.

La crecida afectó “almacenes donde se guardaban productos; algunos tóxicos se vertieron” en la naturaleza, y aún falta analizar sus posibles consecuencias. “Además, la inundación tuvo un impacto muy importante en las plantas de tratamiento de aguas residuales y en el sistema de alcantarillado”, recuerda Gloria Sánchez. “Y todos esos vertidos de aguas sin tratar acabaron, a través de los ríos, en la Albufera”.

“Al principio había mucha contaminación de todo tipo” vinculada a las aguas residuales. “Lo vimos en el agua y en los sedimentos. Con el tiempo, observamos que la contaminación del agua disminuyó”, analiza la investigadora. “Pero es cierto que los sedimentos, donde se deposita toda la materia orgánica, siguen contaminados”. A mediados de octubre, tras fuertes lluvias que removieron los sedimentos, Gloria Sánchez se preguntaba si el nivel de contaminación del agua de la Albufera volvería a subir.

Por otra parte, su grupo de estudio también investiga la resistencia a los antibióticos, “porque las aguas residuales son una fuente importante” de este fenómeno. Sin embargo, por falta de datos anteriores al 29 de octubre de 2024, será difícil establecer un vínculo entre las inundaciones y ese problema.

Las investigaciones de Gloria Sánchez forman parte de un programa más amplio. Se están realizando estudios sobre los suelos y las aguas subterráneas. A este respecto, Bruno Ballesteros, responsable territorial del Instituto Geológico y Minero de España (dependiente del CSIC), ofrece algunos datos alentadores: “Ya podemos afirmar que no ha habido una contaminación masiva de las aguas subterráneas. De los 22 sitios que analizamos, solo hemos detectado contaminación en dos puntos de muestreo. Aún debemos estudiar su origen, ya que se trata de una zona muy antropizada” [fuertemente modificada por la actividad humana]. Pero la contaminación tarda más en llegar a las aguas subterráneas que al agua superficial. Por ello, los análisis continuarán.

Adaptación

Esta zona muy urbanizada se llama “Horta Sud”, el “huerto suré. Aunque quedan áreas agrícolas, las ciudades se han densificado, dejando a veces poco espacio libre entre ellas. Los terrenos agrícolas, urbanizados o no, no bastaron para contener la riada.

Los edificios o viviendas muy dañados no siempre serán reconstruidos. Pero, en general, la mayoría de las construcciones se mantendrán o serán reconstruidas. En Paiporta incluso se están levantando nuevos edificios. Así que, en esta fase de reconstrucción, ¿se ha tenido en cuenta la adaptación al riesgo climático?

“Cuando la gente declara las obras de reparación de su vivienda, vemos a menudo que no tienen suficiente dinero para mejorarla”, explica Rosa Pardo, urbanista del municipio de Massanassa desde las inundaciones. “Otras personas sí lo tienen en cuenta: adaptan sus casas reforzando los rincones para que resistan mejor al agua, elevando un poco el suelo de la planta baja para evitar inundaciones, o trasladando los dormitorios a los pisos superiores”, enumera.

En cuanto a los edificios públicos, “también intentamos apostar por estas soluciones”, comenta Rosa Pardo: “colocar todo en las plantas superiores y dejar las plantas bajas diáfanas”, sin muros, para que “el agua pueda circular”. Otra medida posible es “disponer los edificios perpendicularmente al flujo del agua” para reducir el impacto de las crecidas.

La impermeabilización del suelo y las barreras que representan ciertas infraestructuras agravan los efectos del riesgo natural de inundación. La urbanización, además, podría seguir creciendo. “Quedan terrenos vacíos, tanto residenciales como industriales, que podrían edificarse porque están clasificados como urbanizables”, explica Rosa Pardo. “Por eso hay un debate sobre si se debe construir o no. Yo creo que prevalece la idea de que no se debería construir y que esos terrenos deberían destinarse a parques inundables”. Pero el debate sigue abierto.

Alertar a tiempo

El colectivo de damnificados Tots a una veu (“Todos con una sola voz”) celebra todos los proyectos destinados a adaptar el territorio. Uno de sus miembros, Fernando Catalán, destaca un proyecto para “desviar el Barranco del Poyo hacia el nuevo cauce del río Turia”, que tiene una capacidad mucho mayor. “Sin embargo, el proyecto no verá la luz antes de diez años”, estima.

Mientras se concretan esos proyectos —y dado que el riesgo seguirá existiendo—, Toni Lara, del colectivo Tots a una veu, quiere que se fomente una verdadera cultura del riesgo. “Parece que las administraciones van a implementar formaciones en las escuelas y en los municipios, tanto para los alumnos como para la población en general —cuenta, satisfecho—. Serán capacitaciones sobre qué hacer según el tipo de alerta emitida, e incluirán simulacros”.

En Paiporta se organizan reuniones para informar a la población sobre los protocolos. El ayuntamiento afirma haberse preparado para responder eficazmente en caso de crisis. Pero “necesitamos que quien tiene la responsabilidad de dar la alerta, de declarar la situación de emergencia, nos avise a tiempo”, insiste Vicent Ciscar, alcalde socialista de Paiporta.

La gestión de la crisis por parte de la Comunidad Autónoma sigue siendo el centro de manifestaciones mensuales. Se le reprocha, sobre todo, haber lanzado la alerta demasiado tarde: el mensaje llegó a los teléfonos a las 20:11, cuando muchas de las víctimas ya habían muerto.

El sábado 25 de octubre, más de 50.000 personas se reunieron para rendir homenaje a las víctimas y exigir, una vez más, la dimisión de Carlos Mazón, presidente de la región.

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