La ceremonia comenzó con un minuto de silencio antes del inicio del oficio religioso en San Jorge, la capilla gótica del siglo XV situada en el casi milenario castillo de Windsor, unos 50 km al oeste de Londres.

Los cuatro hijos y varios de los nietos de la pareja real acompañaron a pie hasta allí al Land Rover especialmente diseñado por el príncipe Felipe para llevar su féretro durante un breve cortejo fúnebre por los jardines del castillo.

La reina les siguió en un automóvil, un Bentley oficial, con una dama de compañía.

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Sin embargo, la reina Isabel II, que este miércoles cumple 95 años, se sentó sola en la capilla para despedir a su esposo, el hombre con quien se casó siendo aún princesa en 1947 y cuya muerte la deja sola en el ocaso de su reinado.

Numerosos expertos reales aseguran que era Felipe quien manejaba con mano de hierro una familia marcada por las crisis, ayudando a la reina a capear los escándalos.

AFP
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Todas las miradas estuvieron puestas en los príncipes Enrique y Guillermo, cuyas relaciones son tensas, en busca de alguna señal de reconciliación.

Esta fue la primera aparición pública de Enrique, de 36 años, con la realeza desde que él y su esposa Meghan, que no viajó al Reino Unido por estar embarazada, abandonaron sus funciones reales y se fueron a vivir a California.

Enrique no caminó, no obstante, junto a su hermano, de 38 años. Entre ellos se situó su primo Peter Phillips, alimentando las especulaciones sobre una persistente disputa.

Tras el funeral, presidido por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de los anglicanos, el duque fue enterrado en privado en la bóveda real de la capilla San Jorge.

Hubo asistentes, pese al coronavirus

Debido al coronavirus se pidió a los británicos que no se desplazasen hasta Windsor. Aun así algunos decidieron hacer el viajes mientras la mayoría del país seguía el acto por televisión.

“Se supone que la gente no debe venir, pero este es un gran evento, único en una generación, el duque era especial así que esperamos a mucha gente“, dijo a la AFP Mark, de 57 años, uno de las decenas de agentes de seguridad desplegados en las calles de Windsor.

En las inmediaciones del castillo guardaron también silencio los curiosos como Kaya Mar, pintor de 65 años que llegó en el primer tren desde Londres con un gran retrato de Felipe bajo el brazo.

“Era muy importante para mí estar hoy aquí”, aseguró, considerando que “era un buen hombre” y “el país lo echará de menos”.

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Cubierto con su espada, su gorra naval y su estandarte personal, el féretro del duque había sido trasladado de mañana por portadores del Primer Batallón de Granaderos —de los que Felipe fue coronel durante 42 años— desde la capilla privada de la familia real a otro salón del castillo.

Preparándose para la procesión, los guardias reales con sus altos gorros negros de pelo de oso y decenas de representantes de otros cuerpos militares se posicionaron, perfectamente alineados, sobre el impecable césped del patio central del castillo mientras sonaban las fanfarrias.

Bajo un brillante sol, llegó al lugar el carruaje personal del duque, tirado por sus dos ponis y llevando la gorra y los guantes del difunto.

En las escalinatas que conducen a la capilla se posicionaron los representantes de la caballería, vestidos de gala, con sus torsos metálicos y cascos de largos penachos.

Sin pompa y con mascarillas

El príncipe consorte, que falleció en Windson el 9 de abril, dos meses antes de cumplir 100 años, fue una presencia constante junto a Isabel II desde que, con solo 25 años, fue coronada en 1952, cuando el Reino Unido se reconstruía tras la Segunda Guerra Mundial y su imperio empezaba a desmoronarse.

La monarca publicó el sábado una conmovedora fotografía personal en la que se los ve relajados y sonrientes en 2003 en el Parque Nacional de Cairngorms, en Escocia.

Y en las redes sociales de la familia real se difundieron imágenes de momentos clave del matrimonio.

Las exequias de la realeza británica suelen ser de gran envergadura, perfeccionadas durante años y concurridas por monarcas y mandatarios de todo el mundo.

Pero las restricciones impuestas por el coronavirus obligaron a modificar los planes para el entierro de Felipe, que se limitaron a 30 invitados íntimos con mascarillas y distancias de seguridad.