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El caso de Rosalba Carmona, reconocida vendedora de obleas en el barrio Chipre de Manizales, ha puesto en evidencia la complicada interacción entre el trabajo informal, la regulación estatal y la protección social en Colombia. Carmona, de 82 años, lleva más de treinta años en el oficio y ha ocupado por 26 años un módulo metálico donde desarrolla su actividad económica. Sin embargo, su permanencia en este espacio se encuentra amenazada, pues la administración municipal evalúa restringir la renovación de su permiso debido a su estatus de pensionada y a los parámetros establecidos para la ocupación de espacios públicos.
La afectación no es solo individual ni coyuntural. Carmona atravesó una caída dramática en sus ventas, pasando de ingresos diarios de 200 mil a solo 20 mil pesos, situación agravada por las recientes obras públicas en el sector que han reducido el flujo de clientes. Más allá de la cuestión económica, el proceso implica una fuerte carga emocional por la incertidumbre que genera sobre su vida personal y el futuro de su entorno familiar. Según relata al diario LA PATRIA, su pensión, obtenida en 2009, resulta insuficiente para cubrir los gastos que comparte con su esposo y el tratamiento de un hijo enfermo, visibilizando las falencias del sistema de pensiones colombiano para garantizar condiciones de vida dignas en la vejez.
La Alcaldía de Manizales, por su parte, precisa que sus políticas de permisos privilegian a quienes dependen exclusivamente de sus ventas diarias para subsistir, criterio que, a partir del estudio socioeconómico realizado, no aplicaría en el caso de Carmona. Este argumento resalta la tensión implícita en la administración del espacio público: cómo determinar quién merece acceso especial a recursos comunitarios limitados, en un contexto donde muchas personas mayores encuentran en la venta informal la única alternativa para sostenerse.
El caso de Carmona representa un dilema extendido en muchas ciudades del país y de Latinoamérica. La regulación de la informalidad suele confrontar el control urbano con la necesidad de protección económica y social para segmentos vulnerables, especialmente adultos mayores sin alternativas laborales formales ni suficiente respaldo del Estado. Informes periodísticos y académicos citados por LA PATRIA advierten que la eliminación o restricción de estos puestos, sin políticas de apoyo o acompañamiento, puede agravar la exclusión y debilitar el tejido social tradicional.




Adicionalmente, la transformación física del bulevar de Chipre muestra cómo la renovación urbana puede favorecer la imagen de una ciudad moderna, pero al costo de afectar la economía cotidiana de quienes han construido parte de su identidad social y cultural a través de oficios sencillos pero significativos. Propuestas como la readecuación de permisos según trayectorias reconocidas, mecanismos de acompañamiento económico y capacitación, se perfilan entre las alternativas destacadas por especialistas para atender la problemática de manera más inclusiva y sostenible.
La historia de Rosalba Carmona, documentada con testimonios directos, información oficial de la Secretaría del Interior de Manizales y análisis en medios como LA PATRIA, permite reflexionar sobre la dignidad laboral en la vejez y la importancia de salvaguardar el microemprendimiento tradicional como pieza clave del desarrollo local y la memoria de los barrios.
¿Qué alternativas existen para los vendedores informales afectados por obras públicas o renovaciones urbanas?
La pregunta surge de la situación recurrente en la que vendedores tradicionales ven reducido su ingreso y amenazado su espacio de trabajo debido a cambios físicos en el entorno urbano. Los reportes mencionados en el caso de Chipre reflejan que la remodelación de barrios afecta inmediatamente la afluencia de clientes. Aunque algunas administraciones han buscado medidas transitorias, la falta de apoyo estatal directo y políticas claras deja a personas como Carmona en una posición vulnerable, obligándolas a buscar alternativas que frecuentemente no compensan la pérdida económica ni el peso simbólico de su lugar de trabajo.
Contextualizar esta inquietud es esencial porque la respuesta institucional ha sido limitada y muchas veces tardía. Una alternativa sugerida es establecer planes de acompañamiento que combinen subsidios temporales, opciones de reubicación, capacitación en nuevos oficios o el fortalecimiento de competencias para diversificar ingresos. Tales programas, cuando existen, deben enfocarse tanto en mantener la integridad de quienes dependen del espacio público para vivir como en garantizar que la transición no suponga una ruptura definitiva con el sentido de pertenencia y la historia barrial construida alrededor de estos microemprendimientos.
¿Qué significa vender en la informalidad y cuáles son las implicaciones para los adultos mayores?
Vender en la informalidad hace referencia a realizar actividades económicas sin necesariamente cumplir con todos los requisitos legales, tributarios y de seguridad social definidos por el Estado. En el contexto colombiano, esto implica que los trabajadores informales no siempre cuentan con acceso a protección social, seguridad de ingresos, cobertura en salud adecuada ni derechos laborales plenos; situación que se agudiza entre adultos mayores, quienes en muchos casos optan por esta vía al no encontrar opciones en el mercado formal o cuando sus pensiones resultan insuficientes.
Para personas como Rosalba Carmona, la informalidad representa tanto una salida ante la precariedad como una fuente de desprotección frente a cambios normativos y riesgos económicos. Las investigaciones periodísticas citadas coinciden en que, sin protocolos específicos y sensibilidad hacia su realidad, el abordaje estatal puede convertirse en un obstáculo más a su sobrevivencia, afectando no solo la economía familiar sino el reconocimiento social y la dignidad personal de quienes mantienen oficios tradicionales, esenciales para el tejido social urbano.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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