La historia de Plaza de las Américas resume, en buena medida, la evolución de los centro comercial en Colombia. Cuando abrió sus puertas en noviembre de 1991, sobre un lote de 86.000 m² ubicado estratégicamente en el suroccidente de Bogotá, aportó 41.000 m² de área comercial distribuida en 330 locales convirtiéndose por mucho tiempo el centro comercial más visitado de la capital.
Tres décadas después, el complejo conserva ese liderazgo: al cierre de 2024 recibió cerca de 29 millones de visitantes, lo que lo ubica en el tercer lugar de Bogotá y en el grupo de los 5 más concurridos del país.
(Vea también: Unicentro, Santafé y otros, sorprendidos por lo que pasa con este centro comercial).
No obstante, semejante prestigio estuvo a punto de naufragar en 2009. Las presiones de un endeudamiento cercano a US $10 millones coincidieron con la llegada de cinco competidores de gran formato a la misma zona y pusieron a la copropiedad —regida por el régimen de propiedad horizontal sin ánimo de lucro— al borde de la liquidación.




La designación de Ana Isabel Coba como gerente marcó un punto de inflexión: bajo la Ley 1116 se acogió a un acuerdo de reestructuración que estabilizó el flujo de caja sin exigir aportes extraordinarios a los más de 300 copropietarios. La estrategia combinó un riguroso plan de contención de gastos, la maximización de ingresos por arriendos y servicios complementarios y la creación de fuentes nuevas —eventos, patrocinios, monetización de zonas comunes— que prepararon el terreno para una intervención más profunda en materia de infraestructura y modelo de negocio.




Superada la emergencia financiera, en 2014 se encargaron los primeros estudios técnicos y arquitectónicos del plan maestro de modernización. El objetivo no era solo rejuvenecer la estética sino redefinir el concepto de oferta de valor: el centro comercial quería pasar de ser un punto de compras a convertirse en eje de servicios integrales y experiencias familiares.
Para financiar la obra se diseñó un esquema asociativo inédito en el sector, que atrajo fondos inmobiliarios y a la vez permitió que propietarios tradicionales mantuvieran su participación. Esa ingeniería financiera —120 millones de dólares en total— equilibró retorno y gobernanza, repartió riesgos y protegió la identidad cooperativa que distingue a Plaza de las Américas.
Las obras arrancaron en 2017 y se ejecutaron, a tienda abierta, en nueve etapas sucesivas que concluyeron en 2024. El resultado fue una expansión que duplicó el área privada comercial de 47 000 a casi 91 000 m² —el salto más ambicioso que se haya registrado en un mall colombiano— y elevó las áreas comunes más de 200 %.
La nueva mezcla reforzó categorías de salud (dos entidades médicas simultáneas), entretenimiento (quince salas de cine de dos operadores, bolera, dos parques infantiles), bienestar (gimnasio, piscina semiolímpica, canchas sintéticas), hogar (Tugó, Casa Ideas, Dollarcity, Miniso) y gastronomía, con propuestas desde WOK hasta La Bifería.
El tráfico anual se mantuvo sobre los 29 millones de visitas y el ticket promedio creció 16 %, evidenciando que la ampliación conectó con las necesidades de la demanda y amplificó el atractivo regional del complejo.
La modernización no se limitó a metros cuadrados: incorporó lineamientos de sostenibilidad que hoy hacen de Plaza de las Américas un referente verde en la capital. El proyecto obtuvo la certificación LEED Gold en junio de 2024 y fue pionero en implementar un sistema fotovoltaico con 2 789 paneles capaz de generar más de 1 MWp, suficiente para abastecer la demanda eléctrica de 8 300 hogares al año; complementó esa infraestructura con ventilación natural de pasillos, jardines verticales y control inteligente de iluminación y climatización. A los sellos ISO 14001 e ISO 45001 se sumó el nivel “Élite” del programa Pread de la Secretaría Distrital de Ambiente, consolidando un modelo de gestión ambiental que reduce costos operativos y mejora el confort térmico de visitantes y trabajadores.
El impacto social y económico del centro comercial rebasa sus muros. Más de 2.500 empleos directos dependen de su operación cotidiana y cerca de 7 000 indirectos se derivan de la cadena de suministros, logística y servicios asociados.
Cómo Plaza de las Américas resurgió de la crisis
Desde el punto de vista de la industria, el proyecto deja varias lecciones. Primera, la flexibilidad del esquema financiero demuestra que los centros comerciales en propiedad horizontal pueden atraer capital institucional sin sacrificar el protagonismo de los pequeños accionistas. Segunda, la obra en fases sucesivas validó la tesis de que la continuidad operativa —“no cerrar jamás”— protege el flujo de caja y mantiene el vínculo emocional con el cliente. Tercera, la apuesta por servicios complementarios y entretenimiento confirma que el éxito futuro de los malls urbanos depende de su capacidad para proponer experiencias que no pueden replicarse en el comercio electrónico. Finalmente, la obtención de certificaciones ambientales deja claro que la eficiencia energética y el bienestar de los ocupantes son hoy variables clave en la valoración de un activo inmobiliario.
Plaza de las Américas emerge así como un caso de estudio sobre resiliencia corporativa y adaptación estratégica. Pasó de sortear el riesgo de bancarrota a consolidarse como uno de los polos de mayor tráfico y venta por metro cuadrado del país; de operar con un diseño funcional de los noventa a exhibir una arquitectura biofílica certificada; de ser un destino de compras básico a convertirse en un “centro de felicidad” capaz de articular banca, salud, deporte y cultura. Su recorrido prueba que un propósito claro, una gerencia profesional y una visión sostenible pueden convertir la dificultad en oportunidad, tal como lo resume Ana Isabel Coba: “cuando la creatividad se alinea con la misión, la mejor versión de cualquier organización termina aflorando.
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