Bogotá
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Es bastante difícil describir a estas alturas, 150 años después de la aparición del deporte más popular del planeta (...)
(…) Lo que representa el fútbol para la cultura latinoamericana, pero existió, y existirá siempre, un pequeño terruño en donde aquella disciplina cambió para siempre el curso de sus habitantes, fundiéndose en lo más profundo de su ADN, enalteciendo los valores más altos de honor y pasión: la región del Río de La Plata.
Tal es la influencia de esta pequeña zona geográfica en la historia del fútbol, que fue el césped del estadio Parque Central de Montevideo el que vio rodar por primera vez la pelota de lo que sería la competición más importante en la historia de este deporte, el Mundial de Fútbol. Lo que tal vez muchos desconocen es que esa histórica pelota rodaría por encima de la sangre de uno de los máximos ídolos del fútbol uruguayo. Tal como suena. La máxima demostración de amor y lealtad jamás presentada por un futbolista a los colores de su club se había perpetrado en uno de los máximos templos de aquel pequeño país de tan solo 3 millones de habitantes, pero de 2 mundiales y 15copas Américas.
Abdón Porte nació en 1893, años antes de que el fútbol llegara a su país. Poco antes del inicio de siglo, la pelota de cuero asomaba por los puertos de la ciudad. Sin embargo, con ella llegarían también las costumbres elitistas que regían el deporte en Europa. Si bien el fútbol se expandió rápidamente por los barrios populares, su ejercicio profesional estaba limitado aún para las clases altas, para los barrios marginales no había otra opción que el potrero.
Fue justamente allí que Abdón Porte encontró su verdadera vocación, estaba decidido a dedicar su vida a la pelota. Suerte para su causa que en algunos de los clubes del país se empezaran a formar pequeños levantamientos populares y, así de a poco, las puertas fueran abiertas para el futbolista criollo. Fue así como en el Club Nacional de Football decidió hacerse de sus servicios en el año 1911, cuando Abdón contaba con tan solo 18 años. Los años para el equipo no eran los mejores, pues aquella cruda decisión de deshacerse de la aristocracia, quienes después se unirían y formarían el elitista Bristol Football Club, había traído consigo dificultades económicas que ponían en seria amenaza la continuidad el equipo.
Dispuesto entonces a cumplir su sueño de pibe, rápidamente demostró una gran técnica, especialmente para las labores defensivas. Se decía de él que era un hombre alto, aguerrido, y con un don para el liderazgo que nunca más se volvió a ver en el campo de juego. Su mezcla peculiar de carisma y temperamento, y esa costumbre tan charrúa de dejar la piel en la cancha, lo llevaron a ganarse un lugar en el corazón de la hinchada. Era un caudillo innato, fue la columna vertebral indestructible que sostuvo al equipo en uno de sus periodos más exitosos. Con él en la cancha eran invencibles, llegó a ganar 13 campeonatos locales con Nacional, entre los que se cuentan 4 campeonatos uruguayos, y 6 copas internacionales, además de ser figura clave en la obtención de la Copa América de 1917 con la selección uruguaya. De 227 partidos disputados por Nacional, Abdón Porte había jugado 207.
Uno de aquellos partidos fue en el marco del clásico del fútbol uruguayo, enfrentando a Peñarol. Cuentan las crónicas de la época que Abdón sufrió una grave lesión en su rodilla a los 10 minutos del primer tiempo, de aquellas que obligarían a cualquiera a salir en camilla de la cancha. Porte se negó rotundamente, debía dejarlo todo ante el máximo rival y así culminó el partido exigiendo su físico hasta el límite, lo cual agravó de gran manera su lesión. Tardó bastante tiempo en recuperarse, pero dicen que una vez de nuevo en el campo, no volvió a ser el mismo. Se especulaba en los pasillos que no podría volver a jugar al fútbol.
Para Abdón esto era la muerte misma, por lo que cayó en una profunda depresión. Relatos de su familia confirman que días antes de su último partido con la camiseta de Nacional había ido a hablar con su hermano Juan. Con un rostro profundamente conmovido había intentado decirle algo, pero su boca no pudo articular palabra alguna, solo un silencio sepulcral llenaba el espectro de la sala donde se encontraban. Se limitó a mostrarle su rodilla justo antes de romper en llanto, prácticamente no podía moverla. Juan le prometió que a la semana siguiente irían a la playa por unos baños de agua y de arena, las terapias de la época. Se atrevió a insinuarle que siempre podría defender los colores de su equipo desde cualquier otro lugar distinto, a lo que Porte sentenció categóricamente: “El día que no pueda jugar más con Nacional me pego un tiro”.
Jugaría su último partido el 4 de marzo de 1918 en el que su equipo ganaría 3-1 contra Charley en un rendimiento personal para el olvido. No había remedio, su carrera futbolística parecía haberse terminado. Aquella noche, como era la costumbre, dirigentes y jugadores del club se reunieron en la sede social para festejar aquella victoria. Abdón estaba más callado que de costumbre. Habiendo calculado el último trayecto del tranvía aquella noche, se retiró a la 1 am, con destino hacia el Gran Parque Central, el templo que había visto sus más grandes hazañas del pasado. Entró al estadio y recorrió el verde césped por última vez, caminando hacia el centro de la cancha mientras recordaba con nostalgia las tribunas llenas que corearon su nombre, al llegar a su puesto habitual, el silencio se le hizo insoportable. Sacó un revólver de su saco y rompió el silencio con el gatillo. Abdón Porte se había disparado en el corazón.
A la mañana siguiente, el perro del utilero, Severino Castillo, encontró el cuerpo tendido en la cancha, el revólver ensangrentado y un sombrero de paja con dos notas selladas, una para José María Delgado, el presidente del club. No había lugar para la especulación.
“Querido Doctor Don José María Delgado. Le pido a usted y demás compañeros de comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia y por mi querida madre.
Adiós, querido amigo de la vida. Abdón Ponte.
Nacional, aunque en polvo convertido
Y en polvo siempre amante
No olvidaré un instante
Lo mucho que te he querido
Adiós para siempre
En el Cementerio de la Teja con Bolívar y Carlitos”
Aquella máxima muestra de amor quedó marcada para siempre en la memoria de los hinchas tricolores, una huella indeleble escrita con la sangre de uno de los máximos ídolos de la afición: la sangre de Abdón Ponte, como reza incluso hoy 100 años después las banderas desplegadas en las noches de gala del Gran Parque Central.
El amor puede ser así, a veces trágico y doloroso. Se termina sin explicación, y a veces puede ser fatal. Pasó más de un siglo, pasaron ídolos, pasaron copas, títulos y grandes hazañas por aquel césped, pero, ni siquiera el paso del tiempo podrá borrar la figura de Abdón Porte, y su locura por los colores de Nacional. Como reza aquella frase de Joaquin Sabina: “Amores que matan nunca mueren”.
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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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