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La tradición de ornamentar un árbol para esperar la Navidad es una costumbre que tiene raíces profundas en la historia de la humanidad. Mucho antes de que esta práctica se vinculara con el cristianismo, distintas civilizaciones europeas ya celebraban el solsticio de invierno, que ocurre alrededor del 21 de diciembre. Este periodo era percibido como un renacer de la naturaleza, un punto de inflexión en el calendario en el que los días comienzan a alargarse dando paso a la luz tras meses de oscuridad, como documenta la información referenciada. En ese marco, los árboles de hoja perenne —especialmente pinos y abetos— se distinguían por mantener su color verde a pesar del frío y la escasez, convirtiéndose así en símbolos perdurables de vida, esperanza y renovación para diversas culturas.
Además, según se apunta, era común que civilizaciones como la egipcia, la romana o la celta llevaran ramas verdes a sus hogares en los meses invernales. Este acto buscaba atraer protección y prosperidad doméstica. En el caso de los romanos, la decoración con plantas era característica de las Saturnales, festividad en honor al dios Saturno, lo cual evidencia la importancia de estos elementos naturales mucho antes de la adopción cristiana. Estas tradiciones y creencias establecieron un simbolismo que, siglos después, sería reinterpretado y adaptado en lo que hoy es el árbol de Navidad.
El vínculo específico con la religión cristiana se consolidó en Alemania durante la Edad Media. Una de las leyendas más compartidas atribuye el auge de esta costumbre al reformador Martín Lutero, quien habría decorado un árbol con velas evocando las estrellas brillantes en la noche del nacimiento de Jesús. Aunque la veracidad de este relato es difícil de comprobar, se encuentra documentado que, desde el siglo XVI, en los hogares alemanes ya se decoraban árboles con manzanas, nueces, dulces y figuras religiosas, según apunta la información del artículo.
Al principio, algunos sectores cristianos veían el árbol con reservas, pero gradualmente lo reinterpretaban como representación del árbol de la vida y del nacimiento de Cristo, símbolo de esperanza. La tradición se expandió durante el siglo XIX a otros países europeos y a Estados Unidos, destacando el factor de difusión cultural alemana y el ejemplo de la realeza británica, en especial tras la publicación de imágenes de la reina Victoria y el príncipe Alberto junto a un árbol decorado.
En Latinoamérica, la costumbre se fue integrando a lo largo del siglo XX, sumándose a otras expresiones tradicionales como el pesebre. Hoy, el acto de decorar el árbol de Navidad se convirtió en un rito familiar que conjuga fe, historia y afectos, y representa la espera alegre del nacimiento de Jesús. De esta manera, una tradición nacida entre múltiples culturas sigue presente, simbolizando la permanencia de valores y la unión familiar a través de los siglos.
¿Por qué los árboles de hoja perenne tienen tanto significado en el contexto navideño?
El uso de árboles siempre verdes, como pinos y abetos, no es casualidad en las celebraciones del solsticio de invierno y posteriormente en la Navidad. Según la información reseñada, estos árboles simbolizaban para las culturas antiguas la permanencia de la vida incluso en los momentos más oscuros del año. Su capacidad de mantenerse verdes constituía una metáfora de esperanza, renovación y continuidad, atributos valorados social y espiritualmente en una época marcada por la llegada del frío y la disminución de la luz natural.
Este simbolismo trascendió la antigüedad e ingresó en la cultura cristiana, adquiriendo un significado asociado al árbol de la vida y a la alegría por el nacimiento de Cristo. Así, la presencia del árbol en los hogares durante la Navidad se transforma en el recordatorio visual de la vida que persiste, se renueva y se celebra, uniendo a las familias en torno a una costumbre que ha atravesado fronteras y religiones.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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