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Durante el mes de diciembre, millones de personas alrededor del mundo disfrutan de la Navidad entre luces brillantes, cánticos y regalos. Sin embargo, pocos se detienen a reflexionar sobre el trasfondo ancestral de esta festividad. De acuerdo con la información proporcionada, el origen real de la Navidad se remonta a una época anterior a su consolidación como celebración religiosa, encontrando sus raíces en un acontecimiento astronómico: el comportamiento del Sol en relación con el movimiento de la Tierra.
La explicación fundamental radica en la inclinación de 23,5 grados del eje terrestre. Esta particularidad, lejos de ser un mero dato técnico, resulta esencial para comprender por qué experimentamos estaciones, la variación en la duración de los días y la fluctuación en la intensidad de la luz solar en distintas partes del planeta a lo largo del año. Sin este ángulo de inclinación, la vida en la Tierra tendría un ritmo monótono, con días de igual longitud durante todo el año.
En el hemisferio norte, que fue el escenario de origen de gran parte de las tradiciones navideñas actuales, el mes de diciembre se relaciona con el solsticio de invierno. En ese momento, el Sol se encuentra en su punto más bajo en el cielo y su recorrido es el más corto del año, lo que da lugar a la noche más extensa. A partir del solsticio, la duración del día comienza a incrementarse de manera progresiva, un fenómeno que antiguas civilizaciones interpretaban como el regreso de la luz tras una larga oscuridad.
Mucho antes de la llegada y expansión del cristianismo, el solsticio de invierno ya era celebrado por diversas culturas como símbolo de renovación y esperanza. En la Antigua Roma, por ejemplo, esta fecha coincidía con el natalicio del Sol Invicto, deidad vinculada a la renovación de la fuerza y la luz, y con las Saturnales, festividades repletas de banquetes y obsequios que recuerdan a las costumbres navideñas que conocemos hoy. Estas celebraciones evidencian el profundo lazo entre los ciclos solares y las prácticas culturales.
Con la posterior propagación del cristianismo, la elección del 25 de diciembre adquirió una dimensión simbólica y estratégica. Según el artículo, la Biblia no fija una fecha para el nacimiento de Jesús, y se habían postulado otros meses. Sin embargo, el 25 de diciembre fue adoptado aprovechando la coincidencia con festividades previas y una interpretación teológica que asociaba el nacimiento y la muerte de figuras relevantes en días significativos.
Además, cuestiones relativas al calendario juliano, instaurado por Julio César y corregidas en el siglo XVI por la reforma que estableció el calendario gregoriano, influyeron en la conservación de esta fecha emblemática pese a los desfases astronómicos. Así, el 25 de diciembre persistió con su carga simbólica intacta.
Incluso los relatos religiosos incorporan fenómenos astronómicos, como la Estrella de Belén, cuya naturaleza aún es discutida. Explicaciones sugeridas incluyen conjunciones planetarias, cometas o explosiones estelares. Esto subraya la relación milenaria entre el ser humano y el cielo, también presente en otras festividades ligadas a eventos astronómicos.
En última instancia, lo que perdura en la Navidad es su significado universal: la celebración del triunfo de la luz sobre la oscuridad, un reflejo de la memoria colectiva de la humanidad ante el firmamento.
¿Por qué otras fechas religiosas o festivas, como la Pascua o Halloween, también están vinculadas a eventos astronómicos?
Esta pregunta cobra relevancia al descubrir que la Navidad no es la única celebración cuya fecha está marcada por el movimiento de la Tierra en torno al Sol. Según lo expuesto, tanto la Pascua como Halloween encuentran su origen en marcadores astronómicos, como solsticios y equinoccios.
El motivo es que, desde tiempos antiguos, las sociedades organizaban sus calendarios agrícolas y culturales en concordancia con los ciclos naturales. Los grandes eventos religiosos o festivos, por tanto, han cristalizado la profunda relación entre los ritmos celestes y la vida humana, otorgando significado a la espera de la primavera, la cosecha o el renacimiento de la luz.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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