Por: QHUBO IBAGUÉ

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Este artículo fue curado por pulzo   Dic 24, 2025 - 12:31 pm
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Cada año, cuando diciembre llega, el ambiente global se transforma: luces, cánticos, encuentros familiares y una atmósfera de celebración invaden ciudades y hogares. No obstante, el trasfondo de la Navidad es mucho más antiguo y profundo de lo que podría parecer. Esta festividad, que hoy en día se asocia a tradiciones religiosas y culturales, tiene sus raíces en un fenómeno natural: la inclinación del eje terrestre, que rige el ciclo de las estaciones y los cambios en la duración de los días y las noches según la época del año.

El eje de la Tierra se encuentra inclinado 23,5 grados respecto a su órbita alrededor del Sol. Esta inclinación determina que el astro rey cubra diferentes trayectorias en el cielo y produzca días más largos o más cortos, dependiendo de la época del año y de la latitud del lugar. Así, en la región del hemisferio norte, donde surgieron numerosas costumbres navideñas, diciembre representa el momento en que el Sol realiza su recorrido más breve, situándose en su punto más bajo en el horizonte diario.

Este fenómeno se conoce como solsticio de invierno, el instante en que la noche alcanza su máxima extensión y el día su mínima duración. En ese momento, comienza un lento pero constante aumento de la luz diurna. Mientras tanto, en el hemisferio sur ocurre el proceso inverso, con días largos y noches cortas, y en las zonas ecuatoriales la variación es apenas perceptible. Para muchas culturas antiguas, el solsticio simbolizaba el renacimiento de la esperanza; era la promesa de que la luz regresaría tras la etapa más oscura del año.

Tradiciones como la de celebrar el nacimiento del Sol Invicto en la antigua Roma y las Saturnales, festividades marcadas por intercambios de obsequios y abundancia, prepararon el camino para la posterior integración de la Navidad en el calendario. Según las fuentes consultadas, como diversos registros históricos y la propia Biblia, el cristianismo asimiló estas fechas aprovechando su importancia popular y su simbolismo asociado al regreso de la luz. En realidad, no existe una referencia bíblica directa que establezca el 25 de diciembre como el nacimiento de Jesús, y durante siglos se debatieron fechas alternativas.

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La consolidación definitiva del 25 de diciembre se apoyó no solo en tradiciones preexistentes, sino también en una antigua creencia: que los grandes personajes morían y eran concebidos el mismo día, por lo que si Jesús hubiera fallecido un 25 de marzo, su nacimiento recaería nueve meses después. Además, el calendario juliano, instaurado por Julio César, contenía un error en el cálculo de la duración del año, provocando un desajuste que fue corregido en el siglo XVI con la reforma del papa Gregorio XIII. Este ajuste conservó fechas simbólicas como la Navidad, preservando su carga histórica y cultural.

Relatos como el de la Estrella de Belén, destacados en los Evangelios, destacarían aún más la conexión ancestral entre el ser humano y los acontecimientos celestes. Diversas hipótesis han intentado explicar su naturaleza, contemplando posibilidades como conjunciones planetarias, cometas, novas o incluso el planeta Venus, aunque ninguna ha sido confirmada de manera definitiva. Así, la Navidad, al igual que otras celebraciones como la Pascua o Halloween, permanece vinculada a los grandes ciclos astronómicos, sirviendo como recordatorio del profundo vínculo entre la humanidad y el cielo que la cobija.

¿Por qué la inclinación de la Tierra es fundamental para el origen de las estaciones?

La duda sobre la importancia de la inclinación terrestre suele surgir al abordar la raíz de las celebraciones vinculadas al ciclo solar. Esta característica, de apenas 23,5 grados, modifica de forma directa la cantidad e intensidad de luz solar que reciben las distintas regiones del globo, generando estaciones bien marcadas en latitudes altas y transiciones más suaves en zonas cercanas al ecuador. Sin esa inclinación, no existirían los contrastes de invierno y verano en los hemisferios; los días y las noches serían casi iguales durante todo el año.

Este fenómeno ha marcado profundamente la cultura, la agricultura y las creencias de las sociedades humanas. Civilizaciones antiguas construyeron calendarios, monumentos y rituales alrededor de estos patrones astronómicos. La comprensión de los solsticios y equinoccios permitió anticipar ciclos agrícolas y ceremoniales vitales, configurando tradiciones que, como la Navidad, aún encuentran eco en el mundo moderno.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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