Bigote, sombrero alón, cananas de cuero en bandolera y rifle empuñado: el gusto de Pablo Escobar por México lo llevó incluso a fotografiarse disfrazado de héroe de la Revolución del país azteca.

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A otro sanguinario capo del Cartel de Medellín, José Gonzalo Rodríguez Gacha, su pasión por la cultura mexicana (exhibía un deleite particular por rancheras y caballos y le puso Cuernavaca a la hacienda que más apreció, situada en el municipio de Pacho, Cundinamarca) hizo que llevara como alias ese gentilicio: ‘el Mexicano’.

Los dos capos colombianos del narcotráfico, abatidos por las autoridades (Rodríguez Gacha en 1989 y Escobar en 1991), murieron sin imaginar que los socios del norte terminarían manejando su negocio en Colombia unos años más tarde.

La devoción por México de los dos criminales que pusieron en jaque al Estado colombiano en la década de los 80, considerando lo que ocurre en la actualidad en Colombia, configuró una suerte de augurio de lo que le esperaba al país en materia criminal, pues los mexicanos son hoy la mano “invisible” que mueve el mercado de la cocaína en el territorio nacional.

De ser un mero enlace de los colombianos con el mercado estadounidense en los años noventa, los mexicanos pasaron a ser ahora los amos de la droga que se produce en Colombia: no solo financian la fabricación, sino que supervisan el envío de los cargamentos.

Son conocidos como los “invisibles”, explica Esteban Melo, coordinador de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) en Colombia. Se ocupan del “financiamiento, y, para eso, no necesitan ser visibles, no necesitan tener todo un cuerpo armado atrás, porque ellos no están metidos aquí en esas disputas territoriales por el negocio del narcotráfico”, explica.

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A la fecha, hay unos 40 mexicanos capturados —principalmente por narcotráfico— en prisiones colombianas, según la Defensoría del Pueblo. Buena parte son presuntos emisarios del Cartel de Sinaloa o de Jalisco Nueva Generación, que fueron detenidos en zonas por donde se mueve la cocaína en el Pacífico, el Caribe y en la frontera con Venezuela.

Allí cumplen “un papel de supervisión [para] asegurarse de que los envíos se hagan bien” rumbo a Estados Unidos vía Centroamérica, resalta Kyle Johnson, experto de la Conflict Response Foundation. “Se ha dado la vuelta en términos de poder entre colombianos y mexicanos, simplemente porque se ha cambiado quién controla las partes más rentables del negocio”, asegura.

Con la desaparición de Escobar y de Rodríguez Gacha, el jugoso negocio no podía quedar a la deriva. Hoy, el kilo de cocaína, que puede costar unos 994 dólares en Colombia, alcanza los 28.000 dólares en Estados Unidos y unos 40.000 en Europa, de acuerdo con el sitio especializado Insight Crime.

División del trabajo

Durante poco más de una década, Escobar dominó el narcotráfico junto a sus enemigos del Cartel de Cali. Pero, después de cuatro décadas de fallida lucha contra las drogas, los mexicanos se hicieron con el negocio y, con su influencia y actividad criminal, Colombia sigue siendo el principal productor de cocaína y Estados Unidos el mayor consumidor.

Antes “había una especie de división del trabajo: los colombianos producían, almacenaban la coca, la ponían en el litoral Pacífico, Caribe o en los puertos; y el traslado a México […] o a Estados Unidos corría por cuenta de mexicanos”, explica el general retirado y exvicepresidente de Colombia, Óscar Naranjo.

Pero con la caída de los grandes carteles el narcotráfico se atomizó. Las organizaciones mexicanas terminaron “subordinando” a las colombianas. Bajo su supervisión, la cocaína viaja a Estados Unidos en lanchas rápidas o submarinos. Relegada del mercado norteamericano, la mafia colombiana se enfocó en el europeo. En los últimos tres años la droga está llegando “en grandes toneladas” a puertos ubicados en España, Bélgica, Holanda, precisa Melo.

Paz incómoda para los mexicanos

Ante el avance de los “invisibles”, el Gobierno colombiano prendió las alertas. “Los carteles mexicanos hoy controlan desde la hoja de coca hasta la venta de cocaína mezclada en una esquina de Nueva York”, tuiteó en agosto de 2019 el entonces senador y ahora presidente Gustavo Petro.

Según el mandatario, esos carteles son “más poderosos” que los dirigidos por Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela. De hecho, es probable que organizaciones mexicanas estén financiando a grupos colombianos para que retomen a sangre y fuego las rutas y zonas de cultivo liberadas por la guerrilla de las Farc en 2017 tras su desarme, según los expertos.

El Gobierno, entretanto, lanzó un ambicioso plan para extinguir el último conflicto armado interno en el continente. Tras su posesión el 7 de agosto, Petro ofreció beneficios penales a las organizaciones que renuncien a la violencia y desmantelen “pacíficamente” el negocio de las drogas, entre ellos la no extradición a Estados Unidos.

“Si las redes narcotraficantes colombianas aceptan la oferta de […] ‘dejar las armas’, negociar la paz y recibir beneficios judiciales, los carteles mexicanos […] enfrentarán el mayor desafío de producción y suministro de cocaína desde que Estados Unidos lanzó en 1971 la guerra global contra las drogas”, anticipó la Asociación Colombiana de Oficiales Retirados de las Fuerzas Armadas.