Las mal llamadas “terapias de conversión” son una realidad en Colombia a pesar de haber sido invisibilizadas e ignoradas, como un intento de “curar” a las personas del colectivo LGTBI a través de ritos, o incluso exorcismos.

Estas prácticas caen en un vacío legal que permite su perpetuidad pero que ahora buscan ilegalizar al considerarlas “tortura” en un intento por saldar la histórica deuda con la comunidad LGTB. Hay varios casos que lo muestran.

Óscar se “curó”. En la Iglesia católica de Medellín a la que asistía conoció las “terapias restaurativas”, que no eran otra cosa que “heterosexualizar a las personas” desde la espiritualidad a través de unos cursos que pagó y que estaban insertados en una red internacional.

“Yo llegué a pensar que me estaba curando de una enfermedad, llegué a tener una novia con la que pensé en matrimonio”, relata Óscar, quien tras pasar él mismo por los cursos de “terapia” se convirtió en un líder de las iglesias de Medellín que realizaban este tipo de actividades.

Tras un “problema”, la iglesia lo apartó de su función, pero no fue hasta recientemente cuando Óscar se dio cuenta de que todo lo que pasó fue “un abuso desde lo espiritual y lo emocional”.

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Danne salió del armario con su familia, que no supo cómo afrontar la noticia y decidieron buscar ayuda que “iba dirigida a tener que corregir, cambiar o transformar mi orientación sexual”, cuenta en una entrevista con Efe.

Su familia decidió acudir a una profesional de la salud que la derivó a estos esfuerzos por cambiarla en una iglesia donde, cuando tenía 16 años, acudió a un “retiro” donde le practicaron una especie de “exorcismos y ritos para limpiar, sacar o transformar eso que según ellos hacía que fuera homosexual”.

Para Danne, que ahora lidera la Fundación Gaat para apoyar y ayudar a la población trans, lo único que han conseguido todos estos esfuerzos es “generar afectaciones a nuestra salud física y mental, y romper nuestra relación interna con la familia”.

Similar fue el caso de Diego, criado en un contexto cristiano, que fue descubierto por su madre en casa con un chico al grito de “tengo un hijo marica”, tras lo que fue llevado a un psicólogo cristiano y a grupos de apoyo. Incluso estuvo seis meses en un centro de internamiento cristiano en Brasil.

Diego duró cinco años en estos intentos pensando que podría cambiar, luchando contra lo que era por su fuerte convicción cristiana.

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Violaciones correctivas, exorcismos, “retiros espirituales”, ritos y otras prácticas similares son algunos de los Esfuerzos de Cambio de Orientación Sexual, Identidad de Género o de Expresión de Género (Ecosieg), la forma adecuada de referirse a las popularmente conocidas como “terapias de conversión”.

En estos “retiros” o “talleres”, explican las víctimas, los obligaban a rezar bajo la premisa de que con fe se podrían “curar” o los dejaban sin comida o sin dormir si no admitían que ser homosexual estaba mal, entre otras vejaciones y violaciones.

Estas terapias “tienen muchísimas repercusiones físicas y psicológicas para las personas (…) muchas de las víctimas hablan de episodios de depresión, cuadros de ansiedad, incluso llegar a tener tendencias suicidas”, expone Andrés Forero, de la organización All Out, que ha liderado los esfuerzos de prohibición.

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Uno de los pocos estudios hechos sobre la materia en Colombia arroja cifras preocupantes: una de cada cinco personas de la comunidad LGTB han sufrido algún intento de “conversión”.

Acabar con el vacío legal

El vacío legal que existe respecto a estas terapias es algo que espera cambiar el proyecto de ley presentado por el congresista Mauricio Toro y respaldado por la comunidad LGTB, un “avance histórico” que, no obstante, tiene que ir acompañado de “políticas públicas que busquen afirmar y celebrar a las personas LGTB”, agrega Forero.

Lo que de Colombia “no es ajeno a lo que está ocurriendo en el mundo, y es muy peligroso”, alerta Toro, quien explica que el proyecto busca “prohibir” las terapias de conversión y plantea sancionar a aquellos profesionales y no profesionales de la salud que sometan a personas a eso tratamientos con agravantes de tipo penal.

“Quienes caen en esos centros de terapia de conversión no llegan sabiendo lo que va a pasar, en su mayoría llegan haciéndole caso a sus familias porque no quieren que sufran como ellos están sufriendo (…) pero terminan allá, donde son torturados”, como en un centro que fue cerrado en Bogotá, donde encontraron a personas “amarradas, desnudas, a quienes les tiraban agua y les ponían electrochoques para que se volvieran heterosexuales”, lamenta el congresista.

Este es el caso de una Institución Prestadora de Salud (IPS) de Bogotá que trataba a pacientes con enfermedades mentales y consumo de drogas en la que el año pasado fue ingresado un joven que denunció ser víctima de acoso y maltrato.

Lo que generan habitualmente estos esfuerzos de conversión es que “muchas personas terminan teniendo que aceptar que se curaron de una enfermedad que no existe para evitar ese maltrato, pero salen completamente destrozados y afectados sicológicamente”, agrega.

“La estigmatización, el miedo y la angustia al desconocimiento” de las familias las empuja a “buscar ayuda”, y hasta ahí “es genuino”, dice el congresista de la bancada Verde, que fue el primero abiertamente gay del país.

“El problema es en manos de quién cae y cuál es la ayuda que les van a dar”, algo para lo que deberían existir mecanismos de terapia familiar que ayuden a la comprensión y la desmitificación.

Para esto, el proyecto deja claro que las Ecosieg son una forma de tortura que nada tiene que ver con las libertades religiosas, sino con los derechos humanos de aquellos que las sufren.