Una compactadora de basura se convirtió en centro de la discordia en Provenza, el reconocido sector de Medellín. Es un contenedor metálico instalado por Emvarias, justo al lado de la placa polideportiva y al frente de El Repostero. A ese lugar van a dar cientos de bolsas todos los días, que se van arrumando. Aunque la recolección se hace cada dos días, muchas veces se excede su capacidad y los olores se hacen insoportables. Puede parecer un problema menor, pero da cuenta de los desafíos de una ciudad que le apuesta al turismo y al comercio.

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La compactadora la instalaron el pasado 10 de febrero y desde entonces ha dividido opiniones. El comercio en general dice que está muy bien, que ayuda a contener la cantidad de basura que se produce en el sector, que no es nada despreciable. Ejemplo de eso es que el camión de Emvarias terminó de recoger la basura ayer a las 11:00 de la mañana. A las 12:00 ya había varias bolsas fuera del contenedor, repletas de cáscaras y frutas en descomposición.

Y el olor es insoportable. Basta parar un momento a tomar aire para que las fosas nasales se inunden de la podredumbre. Tal vez el más afectado ha sido Pedro Restrepo, dueño de La Repostería. “Las mesas pasan vacías la mayor parte del día. ¿Quién va a querer comerse una milhoja con ese olor”, se pregunta el comerciante.

Restrepo agrega que no está en contra de la compactadora, que en términos técnicos se llama almacenadora, sino con el sitio en que la pusieron y el uso que se le está dando en el espacio público. Acá viene el problema de fondo: la generación de residuos y la cultura ambiental de la ciudad.

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Es fácil ver que los residuos llegan a la compactadora sin siquiera estar separados. Las cáscaras de una fruta se pueden estar pudriendo junto a empaques plásticos o papeles que en teoría eran reciclables. Gloria Agudelo, residente de Provenza y líder comunitaria, dice que el problema es que la basura excede la capacidad de la caja. “Se llena y empiezan a tirar las basuras desde afuera, a acumular bolsas”, dice.

Gloria ha enviado cartas a varias dependencias de la Alcaldía, a Emvarias y a la Procuraduría. Todo porque, alega, le están impidiendo disfrutar de un ambiente sano. “El contenedor tiene filtraciones por debajo y por ahí sale todo el lixiviado. Este se va acumulando en la calle, con un olor horrible, y esto se llena de moscos. ¿Esta es la ciudad que quieren vender a los extranjeros”, se pregunta la residente.

Y lo que dice es cierto. En el sitio hay charcos de lixiviado, que brillan al sol, y el olor es nauseabundo. Eso, dicen los vecinos, ha traído una invasión de ratas y moscas. Tanto así que un barbero decía en la entrada de su negocio que las ratas eran tantas que ya no sabían en dónde esconderse.

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Detrás de la compactadora también hay un lío de poder. Los que se quejan dicen que fueron los comerciantes, con la anuencia de la alcaldía, los que decidieron ponerla en el sitio. Juanita Cobollo, presidenta de la Corporación Provenza, que agremia a los comerciantes, dice que la escogencia de ese sitio no fue arbitraria, sino que obedece a que allí había cámaras de la Policía y buena luz para hacer vigilancia. “Que no inventen que esto fue una decisión de los comerciantes, se hizo con consenso (…) Las quejas son solo de dos personas”, alega Cobollo.

La comerciante dice que no es cierto que el sitio está desaseado y que cada dos días Emvarias limpia la zona: “Hoy están montando un cerco de cámaras alrededor de la caja compactadora. Si hay problemas, se buscarán las soluciones, pero siempre ha habido revisión y no hay lixiviados”.

Sea como fuere, el lío de las basuras pone varios conflictos de manifiesto.El primero de ellos, la reciente vocación comercial del sector y el desplazamiento de los pobladores tradicionales, que ya quedan muy pocos; segundo, el exceso en la producción de basuras y la falta de separación de la fuente; tercero, los retos no resueltos del turismo masivo, de la masificación de los espectáculos, los restaurantes. Porque, al final, solo queda la basura.