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Deepfakes, trolling, doxxing… Cada vez hay más términos para referirse a la creciente violencia digital. En los últimos diez años, la violencia digital contra las mujeres ha experimentado un crecimiento espectacular. Según la ONU, se ha convertido en uno de los principales vectores de violencia sexista en el mundo.
En 2021, un estudio realizado por la Economist Intelligence Unit en 45 países reveló que el 85 % de las mujeres han sido víctimas o testigos de violencia en línea, o facilitada por la tecnología, con tasas que oscilan entre el 74 % en Europa, el 91 % en América Latina y el Caribe y el 90 % en África.
Una ciberviolencia que, por otra parte, afecta a nueve de cada diez mujeres víctimas de violencia doméstica, según un estudio del Centro Hubertine Auclert.
Esta explosión de la ciberviolencia va de la mano de los crecientes avances de las tecnologías digitales. Los ataques son ahora más intensos, más coordinados y más sexualizados con la democratización de la IA generativa, que permite la proliferación de deepfakes, que atentan contra la intimidad de las mujeres.
Pero este espectacular aumento no se explica únicamente por las innovaciones tecnológicas. También sigue, casi paso a paso, el auge de los relatos masculinistas en línea, que han redefinido los códigos de la violencia digital y han provocado una agresividad desinhibida hacia las mujeres.
Los foros incels (palabra compuesta de involuntary celibate, soltero involuntario,), los vídeos de influencers misóginos, las comunidades antifeministas o “anti-woke” invaden a diario las plataformas.
Según este informe del Iris, “los algoritmos tardan menos de 30 minutos en recomendarlos a los jóvenes internautas masculinos”. Así, los discursos masculinistas amplían su público y producen una violencia digital considerable, politizada y ahora socialmente aceptada. Se suman a la violencia digital “ordinaria” que desde hace tiempo se dirige contra las mujeres y las minorías de género.
Del sexismo difuso a la ideología estructurada
“La ciberviolencia no es un problema privado, sino que forma parte integrante del continuo de la violencia contra las mujeres y las niñas”, recordaba en 2022 el Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE) en un informe que documentaba el alcance de la violencia digital basada en el género.
Esto significa que la violencia sexista que ya existe fuera de Internet encuentra una extensión y un amplificador en el espacio digital.
Por lo tanto, la principal diferencia que introducen los relatos masculinistas no es cuantitativa, sino ideológica. La propaganda masculinista da sentido y dirección a una violencia ya arraigada, transformándola en una movilización estructurada contra las mujeres.
Citando ejemplos recientes de grupos de Facebook, WhatsApp o Telegram en los que decenas de miles de hombres compartían imágenes de carácter pornográfico —falsificadas o no— que representaban a mujeres (a veces miembros de su familia) y que se difundían sin el consentimiento de estas, Alice Apostoly, codirectora del Instituto de Género en Geopolítica (IGG), denuncia una “violencia sistémica ejercida por los hombres contra las mujeres”.
La investigadora destaca que “la explosión de los discursos masculinistas influye en la desinformación de género (difusión de información engañosa basada en la misoginia y los estereotipos sexistas), lo que da más peso a la violencia sexista y sexual dirigida principalmente contra activistas feministas, mujeres políticas, periodistas y artistas comprometidas».
Es precisamente esta dimensión ideológica —la transformación de la ira masculina en narrativa política— lo que distingue la violencia digital “clásica” de un fenómeno más reciente: la movilización de grupos de hombres radicalizados que buscan castigar, intimidar o silenciar a las mujeres visibles en el espacio público.
Este fenómeno, ampliamente difundido en las plataformas digitales va mucho más allá de los “incels”.
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De hecho, si bien la cobertura mediática del nebuloso movimiento masculinista se ha centrado en los últimos años en el movimiento incel (involuntary celibates), puesto de relieve en la serie ‘Adolescence’ e implicado en varios intentos de atentado frustrados, en particular en Saint-Étienne el pasado mes de julio, a menudo se olvida de la miríada de otros grupos abiertamente misóginos.
Todos ellos comparten el mismo repertorio: el odio al feminismo, la nostalgia por un orden patriarcal y la convicción de que los hombres son ahora víctimas.
Su presencia colectiva y masiva en Internet desempeña un papel fundamental en la difusión y la banalización de la violencia digital.
Una violencia organizada
La figura del influencer masculinista británico Andrew Tate, líder en materia de masculinismo, oculta la dimensión colectiva de los masculinismos, que Stéphanie Lamy, investigadora y autora de ‘La Terreur masculiniste’ (El terror masculinista), prefiere tratar en plural.
“Los masculinismos son una oferta ideológica desarrollada en círculos radicales que se caracteriza por la diversidad de ideologías, la colectivización de los recursos y la apología de la violencia en todas sus formas”, define.
Lo que diferencia el discurso masculinista de la misoginia y el sexismo es, por tanto, esta “dimensión colectiva y organizada”.
“En cuanto al único ‘atentado’ mortal conocido en Francia motivado por una ideología masculinista, el feminicidio de Mélanie Ghione por Mickaël Philétas en 2020 (que, sin embargo, no ha sido calificado jurídicamente como atentado), hubo colaboración con otros miembros del mismo ámbito antifeminista, al que el autor se reivindicaba (MGTOW, Men Going Their Own Way) para la compra del equipo, el transporte… Así que estaba bien organizado”, recuerda Stéphanie Lamy.
En Saint-Étienne, pero también en Burdeos y Annecy, tres hombres fueron detenidos entre 2021 y 2023, cuando planeaban ataques contra mujeres y habían reunido armas para tal fin.
En el caso de Timothy G., sospechoso de querer atacar a mujeres en Saint-Étienne, varios testigos indicaron que había sido incitado a actuar en los propios foros incels que frecuentaba, precisa Stéphanie Lamy. “No hay lobos solitarios”.
“La propaganda, sea cual sea, moldea las percepciones y los reflejos. Cuando vemos comentarios llenos de odio bajo una publicación feminista, es posible que se haya publicado en un foro con una llamada a llevar a cabo una incursión”, explica la investigadora. “Pero también es posible que algunos hombres actúen por su cuenta, ya que están condicionados (por su grupo) a reaccionar así”.
Normalización de la misoginia, “gran punto ciego” de los marcos legales
El masculinismo proporciona así un repertorio común: un lenguaje, justificaciones, objetivos. Y cuanto más se banalizan estos discursos, más se multiplica la violencia digital, una y otra vez.
Si la ciberviolencia contra las mujeres (y las minorías de género), también conocida como “violencia de género facilitada por la tecnología” (TFGBV), se ha disparado en los últimos años, es precisamente “porque lo digital se politiza cada vez más”, analiza Stéphanie Lamy.
“Cuanto más visibles son las mujeres en el espacio público, más se convierten en objetivos”
Y si son cada vez más blanco de ataques es porque hay grupos de hombres cada vez más motivados que se organizan para atacarlas.
Según Stéphanie Lamy, las redadas son “ritos que permiten federar, llevar a cabo una acción común, sentirse parte de un grupo y militar”.
Para Alice Apostoly, se trata de actos de violencia política que tienen “un objetivo muy claro: invisibilizar y silenciar a las mujeres en el espacio público digital y en el espacio público en general”.
La normalización de este tipo de violencia es aún más problemática porque prospera en una ausencia casi total de sanciones.
En su informe de 2022, el Grupo de Expertos Independientes sobre la lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica (Grevio) lamentaba: “Si bien muchos países han adoptado nuevas leyes para tipificar como delito determinadas formas de abuso en línea facilitadas por la tecnología, muchas disposiciones tienen un alcance limitado, al igual que su aplicación práctica”.
“La moderación del discurso de odio está vinculada a un entramado legislativo y normativo, europeo y nacional, que tiene su origen en la lucha contra el terrorismo”, explica Stéphanie Lamy. “Las primeras normas europeas se impulsaron por este motivo, se centraron en el odio racial y se olvidaron por completo de incluir la misoginia. Es un gran ángulo muerto”.
Sin embargo, están en marcha los mismos mecanismos de radicalización, expresión del odio y “jerarquización del ser humano”, subraya.
En consecuencia, las diferentes plataformas de comunidades en línea se están convirtiendo en la principal incubadora de la violencia misógina y masculinista, sin una regulación real, mientras que la IA generativa multiplica las herramientas de acoso.
“A nivel europeo, tenemos la suerte de contar con una Ley de Servicios Digitales (DSA) y un Reglamento General de Protección de Datos, pero es imprescindible reforzar ambos corpus jurídicos y que las plataformas estadounidenses (X, Meta, Reddit) no tengan voz ni voto sobre lo que quieren o no quieren hacer dentro de la UE”, defiende Alice Apostoly.
Esta última lamenta que la Ley de IA, aprobada en 2023, no haga ninguna mención a las cuestiones de género, a pesar de los llamamientos de las asociaciones para que se regule la IA generadora de imágenes, con el fin de que no reproduzca los estereotipos de género y no fomente la violencia sexista y sexual.
“Hemos superado tanto el punto de no retorno en lo que respecta a la regulación de las plataformas que ahora se necesitan medidas drásticas que ya ni siquiera afectan al ámbito digital”, opina Stéphanie Lamy. “Es una cuestión política y no se va a resolver con tecnología”.
Para ella, la primera palanca es la financiación. “Poner dinero sobre la mesa” para perpetuar la acción de las asociaciones que luchan contra la violencia hacia las mujeres, que siguen estando infradotadas, a pesar de estar en primera línea.
En 2024, el presupuesto del programa francés 137 ‘Igualdad entre mujeres y hombres’ pasó de 36,5 millones de euros a 101,1 millones (+176 % con respecto a 2020). El pasado mes de julio, un informe de la Comisión de Finanzas del Senado subrayaba la diferencia entre estos créditos y el coste real estimado de la violencia sexista y sexual, de entre 2.500 y 70.000 millones de euros al año, y pedía una gestión reforzada y una mayor movilización de las colectividades y los fondos europeos.
Por su parte, Alice Apostoly insiste en la importancia de la prevención: educación afectiva y sexual para “cultivar la igualdad de género desde una edad temprana”, apoyo a las asociaciones feministas y de defensa de los derechos digitales, y campañas de sensibilización sobre la desinformación y el acoso en línea.
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Pero Stéphanie Lamy advierte: “Centrarse únicamente en lo digital no sirve de nada si no se aborda el conjunto”.
De hecho, si bien la violencia digital contra las mujeres no ha esperado a la propaganda masculinista para prosperar, esta le ha dado coherencia, justificaciones y objetivos, y ahora se ha convertido en un relato compartido, una herramienta de movilización.
La movilización masculinista es hoy en día estructurada, transnacional y profundamente política. Va mucho más allá de las plataformas, se invita a sí misma al debate público, moldea las percepciones y prepara el terreno para ofensivas muy reales contra los derechos de las mujeres.
Este artículo fue adaptado de su original en francés
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