El español participó como panelista en el Gran Foro de Arte, Cultura, Creatividad y Tecnología, organizado por el ministerio de Cultura y la Alcaldía de Medellín. Su charla se llamó “Cómo vender series”, que comenzó como un guiño: “yo desconfiaría de cualquier persona que me dé la clave para vender algo. Si supieran, lo estarían vendiendo y serían millonarios”.

Comenzó, entonces, aclarando, que no tenía la llave secreta para vender nada, pero sí mucha experiencia, y que de eso se trataría su intervención.

Le confió al público que Medellín fue la primera ciudad de otro país en la que escribieron ‘La casa de papel’, y que lo primero que diría es que viajar es muy importante para todo aquel que quiera escribir guiones (o escribir cualquier cosa). Según él, el cerebro funciona diferente, se oxigena. La creatividad se activa.

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Sobre cómo llegar a las plataformas y presentarles los proyectos, aseguró que no había un único canal: “Los de Netflix me han contado que hasta les llegan proyectos analógicos, es decir, en correo físico o postal. El proceso podría ser a través de productores, gente que conozca a gente. Tocar puertas. Porque sí, queridos amigos, hay que relacionarse, pero nada de lo que yo les diga hoy ‘tiene que ser así’. Lo importante siempre será buscar la forma. Y siempre hay formas”.

Según Gómez, hay mucha competencia. A los despachos de estas plataformas llegan proyectos estructurados o hasta el primer capítulo de alguna serie. Él se inclina por el segundo, que para él es el ideal porque contiene personajes y da cuenta de que el guionista cree en la historia. Recomienda saber qué buscan los lugares a los que se enviarán los guiones, para producir algo alineado a esa estrategia: “Eso se descubre leyendo entrevistas de sus directivos. Y no creas que te ignorarán. Siempre responden y lo leen todo porque están rastreando talento, pero no lo encuentran”.

Asegura que hay muchos guionistas preocupados por enviar sus textos con un diseño que sorprenda, pero, para él, lo que les importa es el contenido. El de ‘La casa de papel’, por ejemplo, se envió en un Word: 52 páginas en Arial 12. No pusieron ni portada, solo una imagen explicando una escena (la de un robo) con líneas, cuadrados y distancias. Nada de color. Y es que para Gómez, lo más valioso es la idea. Así que, además, recomienda enviar un solo proyecto a la vez, una sola idea por envío. “Las ideas, normalmente, son malas. Envía una, si envías muchas, parece que no tienes criterio y que las haces como churros. En palabras de uno de los de Netflix: ‘haz que mi atención esté en uno de tus proyectos, no en siete”.

También sugirió tener un diagnóstico de productos similares que ya hayan fracasado, porque lo más les interesa a estas casas de series son profesionales que tengan criterio. Profesionales, además, que tenga contenido y no solo la pretensión de impresionarlos. “Es gente que tiene mucho que hacer, no hagas que pierdan su tiempo”.

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El español se refirió a la resistencia que debía tener cualquier persona que quisiese trabajar en televisión, lo que para él es una “máquina de picar carne”. Sugirió “prepararse para la destrucción”, ya que el trabajo de una persona que haga parte de un despacho en una plataforma como Netflix, es destruir cada proyecto. “Esto es bueno: si te dejasen ir a la emisión sin haberlo triturado antes, harías el ridículo delante de muchas personas. No pasa nada con un despacho de dos o tres. A veces sale bien. La inclemencia es muy importante”.

Y en esto fue enfático: lo único importante es soportar la inclemencia. Y esto lo entendió gracias a su maestro, el control remoto. Para él, el espectador y esta herramienta se convierten en seres crueles que, sin más, se la pasan fusilando programas, proyectos, tu obra. Y por eso es que, antes de que se emita, debe hacerse tal filtro, que es un poco más benevolente que el del espectador. “Si después de esta paliza, tu programa vale la pena, lo comprarán. Por eso tienes que prepararte”.

Anota un punto vital para él: la gente quiere emocionarse. Así que, una de las sugerencias a las que le hizo un énfasis especial, es a producir empatía, enfado, felicidad. Gómez contó que había crecido con la idea de que éramos animales racionales, pero se dio cuenta de que, realmente, éramos animales emocionales que, además, razonábamos.

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Para él, las personas que trabajen en este tipo de profesiones creativas, tienen que ser capaces de hablar de cosas complejas, de una forma no compleja. Temas difíciles presentados de una forma entretenida, así que está convencido de que el aburrimiento es un gran enemigo de la televisión, y que está tan extendido porque tiene prestigio. “La gente cree que es tan importante lo que tiene que contar, que da igual cómo lo cuente. Es un atentado contra todas nuestras profesiones. Y no importa si lo que tienes que contar es vital, nadie lo verá si lo cuentas mal. La televisión no tiene prestigio porque no lo necesita, la televisión ya es popular”.

Detectar las buenas ideas

Para él, alguien sabe que tiene una buena idea cuando “se muere de ganas por contarla”. Lo que cree es que son muy escasas, así que también deben tener un titular, una gran frase sobre esa idea que acaba de llegar. Pero además de eso, creer en ella. “Creer que esta vez sí te descubren”, es importante, dice, porque los seres humanos somos inseguros, así que estamos convencidos de que somos malos en lo que hacemos. Aconseja aprovechar todo lo que pase en el día a día para el proyecto, todo lo que las personas cuenten, todo lo que ocurre durante la cotidianidad más simple. Y cuidarse. El español reforzó la idea de la obsesión con el trabajo, pero también con el cuidado: “Hay que obsesionarse con el cuidado, al igual que con la calidad. Con el cuidado de nosotros mismos. “Estas ideas románticas del arte con respecto a escribir borrachos y estar malditos son supremamente tóxicas. Hay que sentarse derechos, hacer ejercicio, comer bien. No estamos diseñados para el sedentarismo. Es esencial”.

Y a pesar de que su charla, en teoría, se enfocaba a guionistas interesados en vender series, sus consejos se dirigieron a todos aquellos que quisieran escribir.

Para él, escribir consiste en borrar, en seducir. En la capacidad de borrar lo que se considera fundamental. ¿Cuántas veces estoy dispuesto a borrar?, se pregunta. Y se responde que eso, realmente, es lo que tiene que importar más a la hora en la que el cerebro sugiere que somos genios: “no lo somos. Y hay que encontrar un momento ideal para releer, porque tu cabeza no funciona igual en todos los momentos del día”.

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“Los escritores tenemos una ventaja con respecto al resto de profesiones creativas: destruir es barato. Si borras, no pasa nada. Nuestro trabajo es muy barato de hacer: un director de cine, por ejemplo, necesita de un presupuesto detrás, de equipos, de conocimiento, de gente. Los escritores necesitamos de un ordenador. Y podemos dedicar mucho tiempo a nuestro trabajo. Y si de repente tenemos que borrar, pues borramos. Podemos tener versiones y versiones de lo que hacemos”, concluyó, después de insistir en que en todos sus años de trabajo, no había descubierto qué era el talento, así que no creía mucho en él. Creía en la vocación.

La vocación es fundamental: es la que hace que le dediques muchísimo tiempo a algo. Solo con una tendencia natural a hacerlo, es que lograrás ser bueno en ello. Yo no creo en el talento, o no demasiado. Siempre hay que sospechar de lo mágico. Creo que esto no importa tanto como la formación, como la vocación, como la obsesión”.