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Hezbolá ha optado por el silencio estratégico. Entre la presión internacional, la devastación del sur del Líbano y sin su histórico líder Hassan Nasrallah, el grupo busca reconstruir su poder desde las sombras y adaptarse a un nuevo equilibrio regional marcado por la cautela y el pragmatismo. Entrega desde Beirut.
Un año después de la muerte de Hassan Nasrallah y de los ataques que devastaron buena parte del sur y el este del Líbano, Hezbolá intenta reconstruirse. Lo hace en silencio, evitando una exposición pública excesiva y priorizando la reorganización interna antes que la confrontación abierta.
Su aparato político y social sigue intacto, pero la estructura militar, profundamente afectada, se encuentra en un proceso de reconfiguración supervisado por Irán.
Lejos de haber desaparecido, el movimiento chií se adapta a un nuevo equilibrio en el que la discreción se ha convertido en su principal estrategia de supervivencia.
Según una investigación de ‘Le Figaro’, la muerte de Nasrallah en septiembre de 2024 sumió al partido en una parálisis casi total durante diez días. “Era como un cuerpo en coma”, recordó un dirigente local citado por el diario francés.
Poco después, la Fuerza Quds iraní intervino directamente. En menos de dos semanas, agentes enviados desde Teherán reestructuraron la cadena de mando, reemplazaron cuadros medios y redujeron la visibilidad pública del grupo.
“La nueva estructura militar es completamente secreta, la cadena de mando se ha acortado y nadie sabe quién es responsable de qué”, declaró el diputado Ali Fayad, cercano a Hezbolá.
Este proceso confirmó una tendencia iniciada antes de la guerra, con una separación más clara entre el brazo militar y el aparato político, que ahora operan casi como dos entidades complementarias pero autónomas.
En el sur del Líbano, donde las localidades de Aita al-Shaab, Bint Jbeil o Marjayoun quedaron semidestruidas, Hezbolá ha aceptado formalmente la presencia reforzada del Ejército libanés y de la FINUL.
Sin embargo, diplomáticos y observadores sobre el terreno coinciden en que esta aparente retirada es sobre todo táctica.
El grupo conserva redes locales, estructuras logísticas y un control informal sobre buena parte de la población chií. Su red de servicios sociales, hospitales y escuelas sigue funcionando con normalidad, garantizando un vínculo de dependencia que ningún otro actor libanés ha logrado replicar.
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La estrategia, según analistas del Israel Policy Forum, consiste en mantener una presencia política plena con visibilidad militar mínima, una fórmula que le permite conservar influencia sin provocar una nueva ofensiva israelí.
Reconstrucción y colaboración sin ceder control
La reconstrucción del sur de Líbano constituye el otro frente de esta reconfiguración. Los daños superan los 10.000 millones de dólares, según estimaciones oficiales, y la comunidad internacional condiciona la ayuda a un compromiso de desarme.
Hezbolá ha reaccionado con pragmatismo y promueve campañas locales de rehabilitación a través de su brazo civil, Jihad al-Binaa, pero evita asumir un papel visible en los foros de reconstrucción impulsados por Naciones Unidas o por los países donantes del Golfo.
Este doble lenguaje, colaborar sin ceder control, es según el politólogo Sami Nader una prolongación natural de la lógica de resistencia, donde se delega en el Estado solo lo mínimo necesario para sobrevivir.
En el plano político, el movimiento también se ha replegado.
Sus diputados continúan activos en el Parlamento y su alianza con el movimiento Amal garantiza influencia institucional, aunque la prioridad ha pasado a ser la cohesión interna.
Fuentes libanesas consultadas confirman que cuadros jóvenes, formados en Teherán y en Damasco, han asumido nuevas responsabilidades.
Esta generación es menos ideológica y más técnica, compuesta por ingenieros, administradores y gestores logísticos. Su tarea no es la confrontación sino la reconstrucción, lo que apunta a un cambio de enfoque dentro del movimiento.
Israel, por su parte, mantiene la presión. En las últimas semanas, el Ejército israelí ha realizado incursiones limitadas en zonas fronterizas argumentando que Hezbolá intenta restablecer su infraestructura operativa.
Aunque no se han registrado combates abiertos, estas operaciones demuestran que el alto el fuego impuesto tras la ofensiva de 2024 es frágil.
“El sur vive una calma tensa; la guerra no ha terminado, solo se ha transformado en una negociación permanente”, describe un diplomático occidental en Beirut que guarda su anonimato.
Washington y Bruselas intentan aprovechar este impasse para reforzar el papel del Estado libanés.
El llamado ‘Plan Escudo de la Patria’, impulsado por el presidente Joseph Aoun, prevé que el Ejército libanés recupere el control total del sur en cinco fases, aunque su aplicación avanza lentamente.
Aoun reconoció en septiembre que era mejor no provocar a una bestia herida, en alusión al poder residual de Hezbolá.
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La comunidad internacional teme que una presión excesiva sobre el grupo reactive la violencia y hunda definitivamente la frágil economía libanesa.
La influencia de Teherán
Entre bastidores, Irán sigue actuando como garante y supervisor.
Fuentes diplomáticas citadas por Reuters sostienen que oficiales de la Fuerza Quds permanecen en territorio libanés para asesorar a la nueva dirección del movimiento.
Su objetivo no es preparar una ofensiva, sino garantizar que Hezbolá conserve la capacidad de influencia que Teherán considera esencial en su red regional.
Para Irán, perder al movimiento chií equivaldría a ceder el control político del Mediterráneo oriental.
Hoy, Hezbolá parece haber asumido que su supervivencia depende menos de las armas que de su capacidad para seguir siendo indispensable dentro del sistema libanés.
Sus líderes priorizan la estabilidad política, mantienen lazos con sectores cristianos moderados y buscan mostrarse como garantes del orden en las zonas devastadas. Pero la paradoja es evidente: cuanto más se integra en la política institucional, más depende del statu quo que impide al Líbano salir de su crisis estructural.
“El grupo no está derrotado, pero ha perdido su aura de invencibilidad”, resume el analista Michael Young, del Carnegie Middle East Center. “Ha pasado de ser un movimiento revolucionario a una fuerza conservadora que administra su propia supervivencia”, agrega.
En este nuevo escenario, la reconstrucción del sur y la lenta recuperación del Estado libanés medirán el verdadero alcance de esa transformación.
Hezbolá sobrevive, se adapta y se oculta. Ya no necesita demostrar fuerza, sino persistencia. Y en ese terreno, el tiempo —como tantas veces en Líbano— sigue jugando a su favor.
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