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Este artículo fue curado por Sebastian Alfonso   Jul 25, 2025 - 3:37 pm
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Desde Nueva York hasta Tokio, la estrategia omnicanal de los retailers sigue situando al punto de calle como la pieza que cierra el círculo de notoriedad, servicio y logística inversa.

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El último informe “Main Streets Across the World 2024” confirma que los cánones prime han recuperado —e incluso superado— los niveles prepandemia, impulsados por una demanda que combina lujo, deporte, cosmética y wellness, y por la escasez estructural de locales en tramos superprime.

En Europa, la métrica reina sigue siendo el tráfico peatonal. La Gran Vía madrileña registró 141.061 peatones diarios en 2023, lo que equivale a más de 51 millones de personas al año, una cifra similar a la población de España. Ese caudal humano explica que una tienda como Primark reciba allí más de cinco millones de visitas anuales, superando a la Sagrada Familia como atractivo turístico. Sin embargo, la historia demuestra que el éxito en calle no depende solo de abrir “una tienda bonita”; la Casa del Libro ha sobrevivido más de un siglo gracias a surtido, servicio y comunidad lectora, mientras conceptos aparentemente “destinados a triunfar” se han desinflado al convertirse en meros sets de selfies sin conversión.

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La lógica es similar en el resto del cuarteto europeo —Oxford Street, Champs‑Élysées y Via del Corso—: alto flujo más renta elevada exige propuestas que combinen experiencia física, relevancia cultural y eficiencia operativa. De lo contrario, la ecuación tráfico‑rentabilidad se vuelve insostenible y las marcas rotan con rapidez, un fenómeno que hoy se observa en Flagship Streets de todo el mundo.

Carrera Séptima y Provenza, claves para comercio de Bogotá y Medellín

En Bogotá, el principal laboratorio urbano es la Carrera Séptima. La peatonalización entre la Avenida Jiménez y la Calle 26 beneficia a más de un millón de transeúntes cada día, cifra que la convierte en una de las arterias peatonales más transitadas de América Latina.

Este caudal ha disparado el interés de moda rápida, cafetería premium y marcas de conveniencia que buscan capilaridad en oficinas del centro internacional. El reto es la convivencia con vendedores informales y la gestión de seguridad, variables críticas para que el flujo se traduzca en tickets promedio y no solo en densidad visual.

Al norte de la ciudad, el clúster Calle 82‑Zona T‑Centro Andino funciona como vitrina de lujo y gastronomía. Según análisis de mercado, zonas de alta valorización como esta exhiben los cánones de arriendo más elevados del país —frecuentemente por encima de $ 300.000 /m²— precisamente por su alto flujo de clientes y la consolidación de marcas globales.

El desafío para los retailers es equilibrar la espectacularidad de fachada con la productividad por metro cuadrado: tiendas show‑room, clic‑and‑collect y activaciones experienciales aportan ventas directas y, sobre todo, marketing de posicionamiento.

En Medellín, la referencia es Provenza, en la comuna de El Poblado. La Alcaldía ha ampliado allí más de mil metros cuadrados de espacio peatonal junto a 59 comercios, iniciativa que ha elevado visitantes y ventas hasta convertir la calle en destino turístico‑gastronómico; el éxito es tal que la administración replicará el modelo en otros ocho corredores urbanos. Al mismo tiempo, la Milla de Oro sobre la Carrera 48 consolida bancos y sedes corporativas con oferta culinaria de alto ticket, reforzando la idea de “mix de usos” como motor de atracción peatonal en horas laborales y nocturnas.

Bogotá y Medellín comparten dos lecciones críticas. La primera: la peatonalización bien gestionada incrementa el tiempo de permanencia y expande el radio de atracción, pero exige gobernanza público‑privada para garantizar orden, iluminación, limpieza y seguridad. La segunda: el valor locativo se justifica solo cuando la tienda se integra a un ecosistema omnicanal donde el local actúa como hub logístico, showroom y generador de data de primera mano. Sin esa estrategia, la mera exposición a tráfico masivo termina siendo un coste fijo difícil de defender frente al e‑commerce.

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Mirando al futuro, la calle seguirá siendo insustituible por su capacidad de ofrecer contacto humano, storytelling urbano y gratificación inmediata, atributos imposibles de replicar completamente en la distancia digital. Para los retailers globales, conquistar una dirección en Gran Vía, Oxford Street o Carrera Séptima no es un capricho inmobiliario: es asegurarse un faro permanente que amplifica la marca veinticuatro horas en redes sociales y motores de búsqueda.

Para Bogotá y Medellín, profundizar la gestión de sus corredores peatonales significa democratizar el acceso al comercio formal, fomentar el turismo urbano y cimentar un modelo de desarrollo donde la experiencia de calle, bien curada, se traduzca en valor económico sostenible.

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