En otros tiempos, Pablo González no hubiera ni imaginado tener que cerrar su restaurante en la localidad turística española de Benidorm en pleno verano; pero este año, resignado por la falta de trabajadores, no tendrá más remedio que hacerlo un día por semana.

“Puse anuncios en internet” y “pregunté por todas partes”, pero “hasta la fecha sin éxito”, explicó a la AFP este dueño de restaurante de la popular localidad del sudeste de España, símbolo del turismo de masas con sus grandes rascacielos pegados al mar.

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En su restaurante, en el que cada día comen unas 120 personas, faltan dos camareros para unirse a un equipo de 16 empleados. Así las cosas, es “imposible” abrir todos los días. “Mis empleados tienen que descansar”, aseveró.

Los establecimientos de Benidorm tienen dificultades para reclutar cocineros, camareros o lavaplatos, un motivo de nerviosismo en plenos preparativos para lo que se prevé un verano espectacular de trabajo, tras dos años de merma por la pandemia.

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El verano “va a ser muy bueno” en términos de clientela, pero “la falta de personal es de verdad problemática”, resume Alex Fratini, observando el tráfico de turistas en la terraza de su café, uno de los ocho establecimientos que tiene en Benidorm.

“Siempre hemos tenido problemas para encontrar gente, pero nunca lo había visto a este nivel”, asegura este hostelero, que no encuentra ni siquiera candidatos, narrando que hace poco quedó con 10 personas para hacer entrevistas y “no ha venido ninguno, nadie”.

Salarios bajos y condiciones duras

Diego Salinas, gerente de la Asociación de Bares, Restaurantes y Cafeterías de Benidorm (Abreca), cifra en 1.200 los puestos sin cubrir, y sostiene que ello se explica por “varios factores”.

Cita los largos horarios de trabajo clásicos del sector, la falta de formación y el golpe que supuso el coronavirus y sus cierres. “Con la pandemia, muchos trabajadores se han ido y no han regresado, porque encontraron trabajo en otro sector”, aseguró.

Una situación agravada por la presión inmobiliaria. Muchas viviendas “se han convertido en apartamentos turísticos, con una renta mucho más elevada. Por ello, ahora es muy complicado para los trabajadores encontrar alojamiento”, explica el dirigente de Abreca.

Para Francisco Giner, delegado del sindicato Comisiones Obreras (CC.OO.) y empleado en un hotel de la localidad, el COVID-19 no hizo más que arrojar luz sobre problemas ya existentes, como “los salarios poco elevados” y “las condiciones de trabajo un poquito pésimas”.

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Durante el confinamiento, “muchos se dieron cuenta de que ya no quieren trabajar en el sector”, lamentó Giner. El ritmo de trabajo “es intenso” y “difícil de conciliar con la vida familiar”, apuntó.

Una tesis compartida por Lucía Camilia, una antigua camarera que denuncia la “precarización” del sector. “Los fines de semana tienes que trabajar. Se pierden los cumpleaños…” y, al final, “uno no se siente valorado”, asegura esta vecina de Barcelona.

Piden “plan de choque”

De las islas Baleares a la Costa Brava, toda la España turística se ve afectada por ese problema. Según las organizaciones patronales, hay 50.000 puestos vacantes, lo cual constituye una paradoja en un país con una alta tasa de desempleo (13,65 %), de las más altas de las economías desarrolladas.

La situación es “generalizada” y solo se resolverá con “reformas importantes”, subrayó Emilio Gallego, secretario general de la organización empresarial Hostelería de España, que reclama “un plan de choque”.

Consciente del problema, el gobierno de izquierdas anunció a principios de junio una suavización de los requisitos de llegada de trabajadores extranjeros. Al mismo tiempo, el gobierno pidió a los empresarios hacer un esfuerzo para mejorar los salarios.

Un mensaje que molesta a algunos dueños de restaurantes de Benidorm, que acaban de pactar una subida del 4,5 % de los salarios con los sindicatos. “Si los salarios fueran el problema, el mercado lo ajustaría, porque quien más pagase tendría más trabajadores”, argumentó Fratini.

“Si no hay gente; es que no hay”, ahonda Ángela Cabañas, que explica haber ofrecido hasta 2.000 euros (2.125 dólares) por mes por trabajar 40 horas semanales en la cocina, sin éxito.

Al final, decidió que sólo abriría la parte del establecimiento dedicada a bar. “Es una decisión drástica pero no tengo opción”, lamentó, confesándose “desanimada”.