El Espectador es el periódico más antiguo del país, fundado el 22 de marzo de 1887 y, bajo la dirección de Fidel Cano, es considerado uno de los periódicos más serios y profesionales por su independencia, credibilidad y objetividad.
Silenciosos y con la mirada fija en la vía, así suelen ver los pasajeros de Transmilenio a quienes conducen los 1.929 buses articulados y biarticulados que atraviesan las troncales de Bogotá cada día. Sin embargo, detrás de esa aparente indiferencia reside la suma de historias que recorren la capital, la huella profunda del desarrollo urbano y la fragilidad de la cultura ciudadana, cada vez más evidente entre los usuarios. En los recorridos diarios, los conductores se convierten en testigos silenciosos del pulso de una ciudad en constante transformación.
Roberto Mora destaca entre estos conductores. Su historia se confunde con la del propio sistema: de los 52 años que suma su vida, ha dedicado 22 a maniobrar uno de estos icónicos vehículos rojos. Su llegada al sistema se remonta a agosto de 2001, cuando los pisos aún brillaban y el olor a bus nuevo impregnaba los pasillos de un proyecto que por entonces solo prometía modernizar el transporte de la ciudad. Bogotá, en ese momento, apenas vislumbraba cómo la aparición de Transmilenio modificaría sus ritmos y su identidad urbana.
El ingreso de Mora al sistema no fue casual. Fue convocado a un proceso de selección abierto exclusivamente para conductores de vehículos grandes; el suyo, más que un oficio, era casi una herencia familiar: su primo manejaba tractomula y desde su adolescencia él mismo había conquistado el respeto al dominar automotores de gran tamaño. Sin embargo, estar al mando de un bus articulado representaba no solo un nuevo reto, sino también una enorme responsabilidad social y cotidiana.
El primer día de Roberto Mora como conductor de Transmilenio estuvo marcado por un cúmulo de emociones: orgullo al ser parte de lo que entonces era el sistema más avanzado del transporte público bogotano, y miedo —inevitable— al guiar un vehículo de casi 20 metros abarrotado de pasajeros. Pronto advirtió que su labor requería una destreza particular, donde el “tacto con las puertas” y el cuidado extremo para evitar accidentes o incomodidades a los usuarios implicaban un nivel de compromiso inédito.
En palabras de Mora, “ese tacto con las puertas, ese cuidado para no golpear a los usuarios… eso era otra cosa”. Con el tiempo, aprendió a conjugar la pericia técnica con la empatía, entendiendo que su trabajo trascendía la simple conducción. Según El Espectador, la experiencia de conductores como él no solo ayuda a mantener el funcionamiento del sistema, sino que ofrece un relato sobre los cambios experimentados por Bogotá en las últimas dos décadas. El desarrollo de Transmilenio, con sus aciertos y desafíos, está irremediablemente unido a estos relatos personales y a las transformaciones de una cultura ciudadana puesta a prueba diariamente.
¿Cómo han impactado los cambios en el sistema Transmilenio en la vida de sus conductores?
Esta pregunta surge de la relación estrecha entre el crecimiento de Bogotá y la evolución de su sistema de transporte público. Conductores como Roberto Mora son testigos privilegiados de los desafíos y logros que ha experimentado Transmilenio desde sus inicios. Explorar cómo han impactado las transformaciones tecnológicas, las nuevas rutas, el incremento de pasajeros y las condiciones laborales permite comprender no solo el desarrollo del sistema, sino también el bienestar y la cotidianidad de quienes, al volante, constituyen el corazón de esta movilidad capitalina.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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