Un artículo de esa revista indica que “la enfermedad se manifestaba en las ingles, las axilas o el cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático” (importantes para defender el cuerpo de las infecciones); en ese entonces, los enfermos experimentaron fiebres altas, escalofríos, calambres y delirio.

En aquella época, según otro texto del medio, se creía que la peste “se propagaba por el aire envenenado, que podía generar desequilibrio en los humores (o fluidos corporales) de una persona”; frente a esto, se pensaba que “los perfumes dulces y acres” podían proteger a quienes olfateaban el aire envenenado.

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Esa falsa creencia hizo que los médicos empezaran a usar máscaras con una nariz de “15 centímetros, en forma de pico de ave, llena de perfume y con solo dos agujeros”, señala National Geographic citando a un doctor de la época.

La revista explica que los médicos rellenaban las máscaras con 55 hierbas, ya que creían que podían purificar el aire antes de que este llegara a las fosas nasales y a los pulmones. De acuerdo con el medio, la forma picuda de las caretas daría el tiempo necesario para esa purificación.

Al final, se descubrió que esas máscaras eran inservibles, pues lo que en realidad causaba la peste era una bacteria llamada Yersinia pestis, que “vive en los pequeños roedores que se encuentran comúnmente en las regiones rurales y semirrurales de África, Asia y Estados Unidos”, reporta la Clínica Mayo.