– ¿Papi, por qué tienen que hablar de política todo el tiempo?, ¿Es que a ti te gusta mucho la política?

– Cada vez me gusta menos, hijo mío, respondí. Hablemos de otra cosa, tienen razón.

Inmediatamente intuí que había una gran consternación con la pregunta. Los niños tienen muchas formas de decir lo que no les gusta, les molesta, les incomoda o les parece que no se acomoda a su corta e inocente edad.

La respuesta, obvia, es a una justa petición de quienes no entienden nada de lo que está pasando y menos de las intrincadas charlas sobre temas tan espinosos y trágicos como el devenir del país.

Hay que reconocer que se volvió una adicción hablar de los mismos temas una y otra vez.

Luego de un año de pandemia y dos meses de disturbios, cada charla se repite en los mismos temas: número de muertos, revueltas, bloqueos, inconformidad, pobreza, quiebra, aumento de precios en la comida, etc.

Algunos son términos que siempre han existido pero que obedecen a nuestra dolorosa realidad:  decapitados, primera línea, dosis, molotov.  Otros algo más viejos y que siguen en el lenguaje: coca, Venezuela, terrorismo, Palacio de Justicia, vandalismo, quemados, etc.

Con ese panorama, es cada vez más difícil ser positivo, si se repiten palabras tan negativas que definen el país y salen a colación en todas las conversaciones.  En síntesis, mucho dolor del que es  difícil abstraerse.

Como también es claro que algunas charlas que tengo con mi hijo adolescente a la hora de comer no les atañen a los más pequeños que son los que más mal la han pasado durante esta pandemia.

Y reconozco que es difícil abstraerse de la realidad cuando siento que el cerco de la tragedia me rodea:  tengo a mi compadre hospitalizado con COVID -19  y neumonía, mi amigo le llegó la quiebra, veo a tantos seres amados ahorcados con las deudas, eso sin olvidar a tantísima gente que llora a sus seres queridos que fueron llamados ante la presencia el Padre Celestial.

Ver a los demás sufriendo es demoledor. Y en estas épocas en la que todos hablan de lo divino y lo humano, muy pocos se refieren al daño psicológico que se les hace a los niños con tanta pelea.

Sus preguntas son desprovistas de maldad, pero no logran entender esta avalancha de sucesos que los ha obligado a permanecer encerrados durante estos últimos 16 meses. El miedo los ha llevado a no querer salir a montar en bicicleta o jugar al fútbol. Simplemente, no quieren salir.

Lo paradójico es que cuando los casos por contagio y muerte no eran ni siquiera parecidos, estábamos encerrados. Ahora, cuando las cifras están desbordadas por contagios de Covid y las protestas aumentaron, todo el mundo anda en la calle como si nada estuviera sucediendo.

Esa es Colombia y los niños no tienen por qué entenderla. Ya la padecen, sin comprender bien qué sucede.  Pero metiéndoles discurso de revancha y rabia, nada hacemos. 

Del otro lado estamos nosotros los padres, ahora más esclavos del ordenador, el zoom, el WhatsApp, y con los hijos en casa intentando estudiar, aprender, jugar y vivir esa vida rara por cuenta de esta pandemia.

Rara, digo, pues es muy poco o nada lo que interactúan con otros niños de su edad, ni la posibilidad de una actividad física real y un aprendizaje mejor.  Y esa es una realidad muy triste de la que se quejan repetidamente los padres.

Es verdad que ahora tienen una tecnología que no teníamos antes, no obstante, siento que nosotros éramos más felices con menos.

Seguimos, como siempre, anhelando la paz. Pero, ¿de cuál paz hablan? Nunca hubo. No la hay y de seguir así, seguramente, nunca la habrá.

La paz como dicen los teóricos no es la ausencia de guerra. Ni más faltaba. La paz es un concepto concreto que tiene que ver entre otras cosas con el desarrollo, la felicidad, la tranquilidad y el respeto de los unos por los otros.

Le confieso, intento evadir la realidad a mis hijos lo más que puedo y lo más parecido a esa bella película italiana: La vida es bella. En ella el hombre simple logra disfrazar un campo de concentración en una película protagonizada por el niño de manera alegórica.

Algunos dirán que exagero. No creo.  No lo hago.  Si suma las imágenes de videos, noticias, pronunciamientos, titulares y conversaciones, me quedo corto.

Lo terrible es que a nadie le parezca y sea imposible evitar que siga sucediendo. Gracias a Dios hoy es más fácil distraerlos, pero igual, me preocupa el entorno y su futuro.

Optamos con mi esposa que le vamos a contar una verdad, la que yo creo y no es esa en la que nos metieron hace años y que se repite una y otra vez.

Mis hijos viven en un país maravilloso, de gente súper educada, que llegó a conclusiones importantes para hacer la vida más feliz y respetuosa de la diferencia. Es un país donde la gente progresa, prospera y es libre de hacer y pensar como quiera. Siempre Justo, decente, íntegro. Un país donde todos valen lo mismo y nadie discrimina a nadie ni violentar a nadie. Un país de oportunidades con la gente más maravillosa.

El futuro es una consecuencia del presente. Si lo que tenemos es cómo es, cómo podrá ser el mañana. Dios nos ampare.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.